EL PECADO
Presencia de Dios. - ¡Oh Jesús Crucificado!
Hazme comprender la enorme malicia del pecado.
PUNTO PRIMERO.- La esencia de la perfección cristiana consiste en la unión con Dios mediante la caridad. Pero, mientras esta virtud, conformando nuestra voluntad con la voluntad divina nos une a Dios, el pecado grave, oponiéndose directamente a la voluntad de Dios, produce el efecto contrario. En otras palabras, la caridad es la fuerza que une al hombre a Dios, el pecado es la fuerza que lo aparta de Dios. El pecado grave, es, por lo tanto, el mayor enemigo de la vida espiritual, pues no solamente atenta contra ella, sino que la destruye en sus elementos constitutivos, la caridad y la gracia. Esta destrucción, esta muerte espiritual es justamente la consecuencia inevitable del pecado, acto por el cual el hombre se aparta voluntariamente de Dios, fuente de vida, de caridad y de gracia. Y así como una rama desgajada del tronco no puede vivir, lo mismo pasa en el alma que se separa de Dios.
Y aunque Dios, en su calidad de causa universal, continua estando presente en el alma del pecador, lo mismo que en todas las demás cosas, no lo está, sin embargo, como Padre, como Huésped, como Trinidad que se ofrece al alma como objeto de conocimiento y amo. Y el alma, creada para ser templo de la Trinidad, se hace de esta manera voluntariamente incapaz de vivir en compañía de la Santísima Trinidad, se cierra a sí misma el camino para la unión divina, y podríamos decir que obliga al mismo Dios a que rompa todas las relaciones de amistad con ella. Y todo esto por haber preferido al Bien sumo, que es Dios, el bien limitado y caduco de una miserable criatura, de una satisfacción egoísta, de un placer terreno. En esto consiste la malicia del pecado: repudiar el bien divino, traicionar al Creador, al Padre, al Amigo. «¡Oh, que no entendemos que es el pecado una guerra campal contra Dios de todos nuestros sentidos y potencias del alma! El que más puede, mas traiciones inventa contra su Rey (TJ. ex. 14,2)
¡Oh mi Dios y mi verdadera fortaleza! ¿Qué es esto, Señor , que para todo somos cobardes, si no es para contra Vos? Aquí se emplean todas las fuerzas de los hijos de Adán. Y si la razón no estuviesen tan ciega, no bastarían las de todos juntos para atreverse a tomar armas contra su Criador y sustentar guerra continua contra quien los puede hundir en los abismos en un momento; sino, como esta ciega, quedan como locos que buscan la muerte porque en su imaginación les parece con ella ganar la vida... ¡Oh Sabiduría que no se puede comprender! ¡Cómo fue necesario todo el amor que tenéis a vuestras criaturas para poder sufrir tanto desatino, y aguardar a que sanemos, y procurarlo con mil maneras de medios y remedios! Cosa es que me espanta cuando considero que falta el esfuerzo para irse a la mano de una cosa muy leve y que verdaderamente se hacen entender a sí mismos que no pueden, aunque quieren, quitarse de una ocasión y apartarse de un peligro adonde pierden el alma, y que tengamos esfuerzo y ánimo para acometer a una tan gran Majestad, como sois Vos. ¿Qué es esto , Bien mío? ¿qué es esto? ¿quién da estas fuerzas? (TJ. ex. 12-1-2)
PUNTO SEGUNDO.- Si queremos comprender mejor la malicia del pecado mortal, debemos considerar los desastrosos efectos que produce. Un solo pecado transformo en un instante a Lucifer de ángel de luz en príncipe de las tinieblas y lo hizo enemigo eterno de Dios. Un solo pecado privo a Adán y a Eva del estado de gracia y de amistad con Dios, despojándolos de todos los dones sobrenaturales y preternaturales y condescendientes. Un solo pecado basto para abrir un abismo entre Dios y los hombres, cerrando al género humano toda posibilidad de unirse con Dios.
Pero la malicia y la fuerza destructora del pecado aparecen todavía mas en al Pasión de Jesús. Los miembros desgarrados de Cristo y su muerte de cruz dolorosísima nos dicen que el pecado es una especia de deicidio. Jesús, el más hermoso de los hijos de los hombres, quiso cargar sobre si el efecto de nuestros pecados, apareciendo «despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores..., traspasado por nuestras iniquidades», de tal manera que «desde, la planta del pie hasta la cabeza no hay en El nada sano» (Is.53,3 y 5;1,6) El pecado martirizo a Cristo y lo condujo a la muerte; pero El abrazo voluntariamente su Pasión y muerte, «quia ipse voluit» (Ib. 53,7), porque quiso con su muerte destruir el pecado y restaurar en el hombre la amistad divina.
Jesús, nuestra Cabeza, quiere que también nosotros, sus miembros, tomemos parte en esta acción exterminadora del pecado: extirpando primero en nosotros hasta en sus más profundas raíces, es decir en nuestras malas tendencias. Y esto por ley de solidaridad, pues el mal de uno es también mal de los otros y todo pecado gravita sobre el mundo, intentando apartarlo de su centro, que es Dios.
Por eso todos los cristianos y especialmente las almas consagradas a Dios, deben sentirse profundamente interesados en esta lucha contra el pecado, y deben combatirlo con todos los medios aptos: con la penitencia y la oración. expiatoria, y sobre todo con el amor. El amor de caridad, si es perfecto, destruye el pecado con más rapidez y perfección que el fuego del purgatorio, aun sin ninguna manifestación externa. He aquí por que los Santos pudieron convertir tantas almas, porque Dios se sirvió del fuego de su caridad para destruir los pecados de los hombres.
"¡Oh, válgame Dios, Señor! ¡Oh, qué dureza! ¡Oh, qué desatino y ceguedad! Que si se pierde una cosa, una aguja, o un gavilán que no aprovecha mas de dar un gustillo a la vista de verle volar por el aire, no da pena, ¡y que no la tengamos de perder esta Águila caudalosa de la majestad de Dios y un reino que no ha de tener fin el gozarle! ¿Qué es esto? ¿qué es esto? Yo no lo entiendo. Remediad, Dios mío, tan gran desatino y ceguedad" (TJ. Ex. 14.4)
" Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mi... clamaba a Nuestro Señor, suplicándole diese medio como yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que no era para más" (TJ. fd. 1,7). "Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de una alma de las muchas que allí se perdían" (Cam. 1,2). " Y así se acaece que cuando en las vidas de los Santos leemos que convirtieron almas, mucha mas devoción me hace y mas ternura y mas envidia que todos los martirios que padecen; por ser esta la inclinación que Nuestro Señor me ha dado, pareciéndome que precia más un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer" (Fd. 1,7).