FIESTA DE CRISTO REY
ULTIMO DOMINGO DE OCTUBRE
Presencia de Dios.— ¡Oh Jesús, Príncipe de los siglos, Rey de las gentes!
Sé Tú el único Rey de mi mente y de mi corazón.
PUNTO PRIMERO.— La liturgia de hoy es un verdadero himno triunfal en honor de la Realeza de Cristo. Desde las primeras Vísperas de la festividad la figura de Cristo se perfila majestuosa, sentada sobre el trono real que domina todo el mundo: «Su reino es un reino sempiterno y todos los reyes le servirán y obedecerán. Se sentara y dominara y anunciara la paz a las gentes». La Misa da comienzo con la visión apocalíptica de este Rey singular cuya realeza esta íntimamente ligada a su inmolación para la salvación de los hombres: «Digno [es] el cordero que ha sido degollado de recibir el poder y la riqueza y la sabiduría y la fuerza y el honor. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos». (Introito).
En la Epístola (Col.1,12-20) enumera San Pablo los títulos que hacen de Cristo el Rey de todos los reyes. «El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, como que en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, tanto las visibles como las invisibles». Estos títulos pertenecen a Cristo en cuanto Dios, imagen perfecta del Padre, causa ejemplar de todas las criaturas terrestres y celestiales y, al mismo tiempo creador, junto con el Padre y el Espíritu Santo, de todo lo que existe, de modo que nada hay sin Él, sino que «todas las cosas han sido creadas por medio de Él y par a El... y todas en El subsisten». Siguen los títulos de su realeza en cuanto Hombre: «El es la cabeza del Cuerpo de la Iglesia... Y por medio de El [tuvo a bien Dios] reconciliar todas las cosas consigo, haciendo las paces mediante la sangre de su cruz». Siendo ya Rey nuestro a causa de su Divinidad, lo es también en virtud de su Encarnación, que le ha constituido Cabeza de la humanidad, lo es también en virtud de su Pasión, mediante la cual ha reconquistado, al precio de su Sangre, nuestras almas, que ya le pertenecían como criaturas suyas. Jesús es nuestro Rey en el sentido más amplio de la palabra. nos ha creado, nos ha redimido, nos vivifica con su gracia, nos alimenta con su Carne y Sangre, nos gobierna con su amor y mediante el amor nos atrae a sí. En presencia de tales consideraciones brota espontáneamente de nuestro corazón el grito de San Pablo: «Demos gracias a Dios Padre... , el cual nos liberto de la potestad de las tinieblas y nos traslado al reino del hijo de su amor, en quien tenemos la redención, la remisión de los pecados. (Ep).
"Rey sois, Dios mío, sin fin, que no es reino prestado el que tenéis. Cuando en el Credo se dice: Vuestro reino no tiene fin, casi siempre me es particular regalo. Alabaos, Señor, y bendigoos para siempre: en fin, vuestro reino durara para siempre" (TJ. cam 22,1)
"¡Oh Rey divino, amabilísimo Jesús, Redentor mío, Salvador mío, Esposo mío, Maestro y Modelo mío! Yo te renuevo hoy la total consagración de mi ser, suplicándote que tomes posesión absoluta de mi misma. Se Tú mi soberano, mi dominador, mi guía, dirígeme y gobiérname enteramente, de manera que todo torne a tu mayor gloria. Sé Tú el soberano de mi memoria, de mi entendimiento, de mi querer y de mi sensibilidad que quiero someter completamente a ti, invitándote a reinar en mí" (Hermana Carmela del Espíritu Santo, C.D.).
PUNTO SEGUNDO.— En el Evangelio del día (Jn. 18,33-37) tenemos la proclamación mas autorizada de la Realeza de Cristo, por cuanto salida de sus mismos labios y en un momento solemne como ninguno, en el proceso que precede a su Pasión. Pilatos le interroga precisamente sobre este tema: «¿Eres Tú el rey de los judíos?». A esta primera pregunta Jesús no responde directamente; El no es, en efecto, rey de un pueblo determinado y su reino no tiene nada que ver con los reinos de la tierra. Pero a la segunda pregunta, más exacta que la primera: «¿Luego Tú eres rey?», responde sin reticencias: «Tú lo dices que Yo soy rey». Jesús declara su realeza del modo más formal, y la declara no en medio de un pueblo que aplaude, no en el triunfo de sus milagros, si no atado con cadenas, delante del que esta para condenarle a muerte, en presencia de un pueblo sediento de su Sangre, breves momentos antes de ser arrastrado al Calvario, donde, en lo alto de la Cruz, sobre su cabeza coronada de espinas, aparecerá por primera vez el título de su realeza: «Jesús Nazareno, rey de los judíos» (Jn. 19,19). El, que había huido cuando las turbas entusiasmadas querían hacerle su rey, se proclama tal en medio de las humillaciones inauditas del la Pasión, afirmando así de modo claro que su reino no es de este mundo, que su realeza es tan sublime que ningún vituperio ni ultraje alguno es capaz de ofuscarla. Pero con este gesto Jesús nos dice al mismo tiempo, que gusta mucho mas de hacer brillar su realeza bajo el aspecto de conquista ganada a precio de su Sangre, que como un titulo que le pertenece en virtud de su naturaleza divina.
A este Rey divino que se presenta a nosotros con un aspecto tan humano, tan amoroso, tan acogedor, a este Rey divino que extiende sus brazos sobre la cruz para llamarnos a todos a sí, que nos muestra la herida del costado como símbolo de su amor, hemos de salirle al encuentro con todo el entusiasmo de nuestra alma. No solamente no queramos rehuir su imperio, sino invoquémosle, instémosle a que asuma la primacía en nuestra mente y en nuestro corazón y ejerza un dominio pleno sobre nuestra voluntad. Nosotros con todas nuestras cosas queremos sujetarnos «a su suavísimo imperio» (Colecta)
"Tú reino, Cristo Jesús, es reino de verdad, de amor, de justicia y de paz."
Haz que tu reino de verdad se establezca en mi entendimiento destruyendo todo error, engaño o ilusión; ilumíname con tu sabiduría divina.
"Haz que tu reino de amor se establezca totalmente en mi voluntad y la mueva, la espolee y la dirija siempre, de modo que yo no sea más movida del amor propio o de las criaturas, sino únicamente de tu Espíritu; torna fuerte, generosa y constante esta mi voluntad flaca, mezquina y reacia, fíjala en el bien y haz que se robustezca en el ejercicio perseverante de las virtudes, corroborándola con los dones de tu Espíritu.
"Haz que tu reino de justicia se establezca en todas mis operaciones, de modo que todas mis acciones lleven esta característica y sean obras santas, practicadas con pureza de intención y con la mayor fidelidad, por darte gusto, en la línea de tu santa voluntad.
"Haz que tu reino de paz se establezca, además de en mi alma, también en mi sensibilidad, de modo que, en armonía con la parte superior, concurra también ella a darte gloria y no me retarde u obstaculice la unión contigo" (Hermana Carmela del Espíritu Santo, C.D.).