domingo, 31 de octubre de 2010

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.

FIESTA DE CRISTO REY


ULTIMO DOMINGO DE OCTUBRE

Presencia de Dios.— ¡Oh Jesús, Príncipe de los siglos, Rey de las gentes!

Sé Tú el único Rey de mi mente y de mi corazón.




PUNTO PRIMERO.— La liturgia de hoy es un verdadero himno triunfal en honor de la Realeza de Cristo. Desde las primeras Vísperas de la festividad la figura de Cristo se perfila majestuosa, sentada sobre el trono real que domina todo el mundo: «Su reino es un reino sempiterno y todos los reyes le servirán y obedecerán. Se sentara y dominara y anunciara la paz a las gentes». La Misa da comienzo con la visión apocalíptica de este Rey singular cuya realeza esta íntimamente ligada a su inmolación para la salvación de los hombres: «Digno [es] el cordero que ha sido degollado de recibir el poder y la riqueza y la sabiduría y la fuerza y el honor. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos». (Introito).

En la Epístola (Col.1,12-20) enumera San Pablo los títulos que hacen de Cristo el Rey de todos los reyes. «El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, como que en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, tanto las visibles como las invisibles». Estos títulos pertenecen a Cristo en cuanto Dios, imagen perfecta del Padre, causa ejemplar de todas las criaturas terrestres y celestiales y, al mismo tiempo creador, junto con el Padre y el Espíritu Santo, de todo lo que existe, de modo que nada hay sin Él, sino que «todas las cosas han sido creadas por medio de Él y par a El... y todas en El subsisten». Siguen los títulos de su realeza en cuanto Hombre: «El es la cabeza del Cuerpo de la Iglesia... Y por medio de El [tuvo a bien Dios] reconciliar todas las cosas consigo, haciendo las paces mediante la sangre de su cruz». Siendo ya Rey nuestro a causa de su Divinidad, lo es también en virtud de su Encarnación, que le ha constituido Cabeza de la humanidad, lo es también en virtud de su Pasión, mediante la cual ha reconquistado, al precio de su Sangre, nuestras almas, que ya le pertenecían como criaturas suyas. Jesús es nuestro Rey en el sentido más amplio de la palabra. nos ha creado, nos ha redimido, nos vivifica con su gracia, nos alimenta con su Carne y Sangre, nos gobierna con su amor y mediante el amor nos atrae a sí. En presencia de tales consideraciones brota espontáneamente de nuestro corazón el grito de San Pablo: «Demos gracias a Dios Padre... , el cual nos liberto de la potestad de las tinieblas y nos traslado al reino del hijo de su amor, en quien tenemos la redención, la remisión de los pecados. (Ep).

"Rey sois, Dios mío, sin fin, que no es reino prestado el que tenéis. Cuando en el Credo se dice: Vuestro reino no tiene fin, casi siempre me es particular regalo. Alabaos, Señor, y bendigoos para siempre: en fin, vuestro reino durara para siempre" (TJ. cam 22,1)

"¡Oh Rey divino, amabilísimo Jesús, Redentor mío, Salvador mío, Esposo mío, Maestro y Modelo mío! Yo te renuevo hoy la total consagración de mi ser, suplicándote que tomes posesión absoluta de mi misma. Se Tú mi soberano, mi dominador, mi guía, dirígeme y gobiérname enteramente, de manera que todo torne a tu mayor gloria. Sé Tú el soberano de mi memoria, de mi entendimiento, de mi querer y de mi sensibilidad que quiero someter completamente a ti, invitándote a reinar en mí" (Hermana Carmela del Espíritu Santo, C.D.).

PUNTO SEGUNDO.— En el Evangelio del día (Jn. 18,33-37) tenemos la proclamación mas autorizada de la Realeza de Cristo, por cuanto salida de sus mismos labios y en un momento solemne como ninguno, en el proceso que precede a su Pasión. Pilatos le interroga precisamente sobre este tema: «¿Eres Tú el rey de los judíos?». A esta primera pregunta Jesús no responde directamente; El no es, en efecto, rey de un pueblo determinado y su reino no tiene nada que ver con los reinos de la tierra. Pero a la segunda pregunta, más exacta que la primera: «¿Luego Tú eres rey?», responde sin reticencias: «Tú lo dices que Yo soy rey». Jesús declara su realeza del modo más formal, y la declara no en medio de un pueblo que aplaude, no en el triunfo de sus milagros, si no atado con cadenas, delante del que esta para condenarle a muerte, en presencia de un pueblo sediento de su Sangre, breves momentos antes de ser arrastrado al Calvario, donde, en lo alto de la Cruz, sobre su cabeza coronada de espinas, aparecerá por primera vez el título de su realeza: «Jesús Nazareno, rey de los judíos» (Jn. 19,19). El, que había huido cuando las turbas entusiasmadas querían hacerle su rey, se proclama tal en medio de las humillaciones inauditas del la Pasión, afirmando así de modo claro que su reino no es de este mundo, que su realeza es tan sublime que ningún vituperio ni ultraje alguno es capaz de ofuscarla. Pero con este gesto Jesús nos dice al mismo tiempo, que gusta mucho mas de hacer brillar su realeza bajo el aspecto de conquista ganada a precio de su Sangre, que como un titulo que le pertenece en virtud de su naturaleza divina.

A este Rey divino que se presenta a nosotros con un aspecto tan humano, tan amoroso, tan acogedor, a este Rey divino que extiende sus brazos sobre la cruz para llamarnos a todos a sí, que nos muestra la herida del costado como símbolo de su amor, hemos de salirle al encuentro con todo el entusiasmo de nuestra alma. No solamente no queramos rehuir su imperio, sino invoquémosle, instémosle a que asuma la primacía en nuestra mente y en nuestro corazón y ejerza un dominio pleno sobre nuestra voluntad. Nosotros con todas nuestras cosas queremos sujetarnos «a su suavísimo imperio» (Colecta)

"Tú reino, Cristo Jesús, es reino de verdad, de amor, de justicia y de paz."

Haz que tu reino de verdad se establezca en mi entendimiento destruyendo todo error, engaño o ilusión; ilumíname con tu sabiduría divina.

"Haz que tu reino de amor se establezca totalmente en mi voluntad y la mueva, la espolee y la dirija siempre, de modo que yo no sea más movida del amor propio o de las criaturas, sino únicamente de tu Espíritu; torna fuerte, generosa y constante esta mi voluntad flaca, mezquina y reacia, fíjala en el bien y haz que se robustezca en el ejercicio perseverante de las virtudes, corroborándola con los dones de tu Espíritu.

"Haz que tu reino de justicia se establezca en todas mis operaciones, de modo que todas mis acciones lleven esta característica y sean obras santas, practicadas con pureza de intención y con la mayor fidelidad, por darte gusto, en la línea de tu santa voluntad.

"Haz que tu reino de paz se establezca, además de en mi alma, también en mi sensibilidad, de modo que, en armonía con la parte superior, concurra también ella a darte gloria y no me retarde u obstaculice la unión contigo" (Hermana Carmela del Espíritu Santo, C.D.).

jueves, 28 de octubre de 2010

No somos Paganos, somos Cristianos


En pleno año 2010, parece como si nunca hubiera llegado el mensaje del Evangelio a estas tierras de América, aún se sigue creyendo en lo que creían los que no tenían conocimiento del único y verdadero Dios, uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Se sigue creyendo en las creencias del México prehispánico, se cree y practica la festividad mexicana y centroamericana del Día de Muertos, que se celebra también en muchas comunidades de Estados Unidos, donde existe una gran población mexicana y centroamericana.

Los orígenes de la celebración del Día de Muertos en México son anteriores a la llegada de los Misioneros Españoles. Los antiguos Mexicanos, vivían en tinieblas, porque aún no llegaba a ellos la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, no habían oído hablar de aquél que es el Camino la Verdad y la Vida, por lo cual nadie va al Padre sino es por Él.

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Las diferentes culturas tales como:

Olmecas, Mayas, Teotihuacanos, Toltecas, Aztecas, Zapotecos, Tarascos, Mexicas, tenían sus propias creencias, sobre el destino de los muertos, de entre sus creencias resalta esta, la de El Mictlán, lugar destinado a quienes morían de muerte natural.

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Cultura Prehispánica

Este lugar era habitado por Mictlantecuhtli y Mictacacíhuatl, señor y señora de la muerte. Era un sitio muy oscuro, sin ventanas, del que ya no era posible salir.

El camino para llegar al Mictlán era muy tortuoso y difícil, pues para llegar a él, las almas debían transitar por distintos lugares durante cuatro años. Luego de este tiempo, las almas llegaban al Chignahuamictlán, lugar donde descansaban o desaparecían las almas de los muertos.

Para recorrer este camino, el difunto era enterrado con un perro, el cual le ayudaría a cruzar un río y llegar ante Mictlantecuhtli, a quien debía entregar, como ofrenda, atados de teas y cañas de perfume, algodón (ixcátl), hilos colorados y mantas.

Quienes iban al Mictlán recibían, como ofrenda, cuatro flechas y cuatro teas atadas con hilo de algodón.

Los entierros prehispánicos eran acompañados de ofrendas que contenían dos tipos de objetos: los que, en vida, habían sido utilizados por el muerto, y los que podría necesitar en su tránsito al inframundo.

De esta forma, era muy variada la elaboración de objetos funerarios: instrumentos musicales de barro, como ocarinas, flautas, timbales y sonajas en forma de calaveras; esculturas que representaban a los dioses mortuorios, cráneos de diversos materiales (piedra, jade, cristal), braseros, incensarios y urnas.

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Altar de Muertos

Las fechas en honor de los muertos son y eran muy importantes, tanto, que les dedicaban dos meses.

Durante el mes llamado Tlaxochimaco, se llevaba a cabo la celebración denominada Miccailhuitontli o fiesta de los muertitos, alrededor del 16 de julio.

Esta fiesta iniciaba cuando se cortaba en el bosque el árbol llamado xócotl, al cual le quitaban la corteza y le ponían flores para adornarlo. En la celebración participaban todos, y se hacían ofrendas al árbol durante veinte días.

En el décimo mes del calendario, se celebraba la Ueymicailhuitl, o fiesta de los muertos grandes. Esta celebración se llevaba a cabo alrededor del 5 de agosto, cuando decían que caía el xócotl. En esta fiesta se realizaban procesiones que concluían con rondas en torno al árbol. Se acostumbraba realizar sacrificios de personas y se hacían grandes comidas. Después, ponían una figura de bledo en la punta del árbol y danzaban, vestidos con plumas preciosas y cascabeles. Al finalizar la fiesta, los jóvenes subían al árbol para quitar la figura, se derribaba el xócotl y terminaba la celebración. En esta fiesta, la gente acostumbraba colocar altares con ofrendas para recordar a sus muertos, lo que es el antecedente del actual altar de muertos.

Como verán esto es lo que muchos “Cristianos” celebran hoy 2 de Noviembre.

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Altar de muertos

Para los Misioneros Españoles, no fue tan fácil cambiar la mentalidad de manera radical, es por eso que algunos misioneros no quitaron esa costumbre, pero sí le cambiaron el sentido de pagano a cristiano y a eso se le llama una actividad misionera.

Más bien le fueron añadiendo algunos elementos cristianos para quitar el culto a creencias paganas y sólo tributarlo al único Dios verdadero, uno y trino.

Pero, nos encontramos a una enorme distancia de aquél tiempo al nuestro, por lo cual ahora que conocemos el mensaje del Evangelio, ya no son necesarios estos altares de muertos, paganos, cristianizados.

Los paganos creían que los rumbos destinados a las almas de los muertos estaban determinados por el tipo de muerte que habían tenido, y no por su comportamiento en la vida. Los paganos tenían la creencia que los muertos venían a comer lo que ellos ofrendaban en sus altares.

Resurrecion

Yo soy Dios de vivos, no de muertos.

Nosotros los Cristianos creemos que existe el infierno, el purgatorio y el paraíso, se llama así al «tercer cielo» al que San Pablo es conducido en éxtasis (II Corintios 12:4) y a la morada eterna donde vivirán los justos (San Lucas 23:43: Nuestro Señor Jesucristo dice al buen ladrón «hoy estarás conmigo en el paraíso»).

Creemos que Nuestro Señor Jesucristo venció la muerte y resucitó.Creemos en aquellas palabras que dijo:

“Todo el que crea en mi aunque muera vivirá” (San Juan. 60,40)

“El que coma mi cuerpo y beba mi sangre tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el ultimo día” (San Juan. 6,54)

Así como aquello de:

“Yo te aseguro que hoy, estarás conmigo en el paraíso” (San Lucas. 24,43)

por lo tanto los muertos están con Dios.

¿O en el fondo, llegamos a creer que nuestros muertos comen las ofrendas?

Nuestro Señor Jesucristo no enseñó eso ¿A quien seguimos? ¿Qué creemos?

Para nosotros los Cristianos Católicos la mejor forma de honrar y ayudar a nuestros difuntos es participando del Santo Sacrificio de la Misa,confesarnos para poder comulgar y ofrecer la comunión por ellos el 2 de Noviembre, rezar por ellos y ofrecer sufragios.

La Iglesia Católica Apostólica y Romana no celebra la muerte, si no la vida, porque Cristo ya la venció con su Resurrección, de ahí que en el lenguaje Cristiano Católico se dice día de los Fieles Difuntos y no día de muertos. Éste se entiende en el lenguaje popular, no en el litúrgico. Se debe entender, todos aquellos que fueron fieles a Cristo y ya murieron.

Así debemos conmemorar este día dando testimonio de nuestra vida cristiana.

¿Qué es mejor? ¿Comulgar y pedir por nuestros difuntos o poner un altar en donde se ofrenda comida que bien se puede dar a la gente necesitada y que lo más común es que se tire porque ya no sirve para su consumo?

Por Arturo Medina Muñoz.

Editor del Blog.Blog dedicado a Monseñor Doctor Isidro Puente Ochoa Jr.

Fuentes consultadas:

http://es.wikipedia.org/wiki/Dia_de_muertos

http://www.diocesisdecelaya.org.mx/index.php/Pastoral/¿Podemos-poner-altar-de-muertos-los-grupos-juveniles.html