"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

lunes, 19 de abril de 2010

5º aniversario de la elección del Sumo Pontífice Benedicto XVI

Ad multos gloriosque annos, Sancte Pater!

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BENEDICTO XVI 5 AÑOS DE PAPA

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19 de abril de 2010


5º aniversario de la elección

del Sumo Pontífice Benedicto XVI

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Celebrando, con gran alegría, el 5º aniversario de la elección de Su Santidad Benedicto XVI, elevamos a Dios nuestra acción de gracias por haber dado a la Iglesia un Sucesor tan digno del Apóstol San Pedro. Al mismo tiempo, rogamos al Señor que proteja al Santo Padre, preserve su vida, lo bendiga en la tierra y lo defienda de sus enemigos. Con amor filial, ponemos la vida, el ministerio y las intenciones del Romano Pontífice en el Corazón Inmaculado de María.

AD MULTOS GLORIOSQUE ANNOS,

SANCTE PATER!




Fuente: la Buhardilla de Jeronimo.

martes, 13 de abril de 2010

Unidos en Oración por Benedicto XVI

Nos unimos a la propuesta, iniciada por los Caballeros de Colón, de realizar una novena por nuestro Santo Padre Benedicto XVI, comenzando hoy, domingo 11 de abril, y culminando el próximo lunes 19 de abril, 5º aniversario de su elección a la Sede de Pedro. Invitamos a nuestros lectores a elevar alguna oración especial, durante estos días, por el Papa que la Divina Providencia nos ha dado.


En estos tiempos particularmente difíciles, en que los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo atacan con odio a Su Vicario en la tierra, todos los católicos nos unimos no sólo para expresar nuestro amor filial al Santo Padre sino también para elevar a Dios una intensa oración rogando que proteja al Sucesor de Pedro y lo conserve durante mucho tiempo al frente de la Santa Iglesia.

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V. Oremos por nuestro Santo Padre Benedicto XVI.

¡Oh Jesús!, Rey y Señor de la Iglesia: renuevo en tu presencia mi adhesión incondicional a tu Vicario en la tierra, el Papa. En él tú has querido mostrarnos el camino seguro y cierto que debemos seguir en medio de la desorientación, la inquietud y el desasosiego. Creo firmemente que por medio de él tú nos gobiernas, enseñas y santificas, y bajo su cayado formamos la verdadera Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Concédeme la gracia de amar, vivir y propagar como hijo fiel sus enseñanzas. Cuida su vida, ilumina su inteligencia, fortalece su espíritu, defiéndelo de las calumnias y de la maldad. Aplaca los vientos erosivos de la infidelidad y la desobediencia, y concédenos que, en torno a él, tu Iglesia se conserve unida, firme en el creer y en el obrar, y sea así el instrumento de tu redención. Amén.

sábado, 3 de abril de 2010

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.


LA VICTORIA DE LA CRUZ

Presencia de Dios.- ¡Oh Jesús crucificado por mí amor!

Descúbreme la victoria oculta en tu muerte.

PUNTO PRIMERO.- En el mismo instante en que Jesús entregaba su espíritu, «el velo del templo se rasgó... la tierra tembló y se hendieron las rocas, se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron»; ante tal espectáculo, los que asistían a la sangrienta escena del Calvario «temieron sobre manera, y se decían: Verdaderamente éste era Hijo de Dios» (Mt. 27,51-54). Jesús quiso morir en la ignominia más completa; aceptó y su frió hasta el último momento los escarnios y los insultos mordaces de los soldados: «Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo» (Lc. 23, 35-38). Pero apenas Jesús ha expirado, su Divinidad se manifestó de una manera tan poderosa, que todos se sintieron oprimidos por ella, aun los que hasta aquel momento se habían reído cínicamente de Él. La muerte de Jesús comienza entonces a aparecer lo que realmente es: no una derrota, sino un victoria, la victoria más grande que el mundo ha conocido; victoria sobre el pecado, victoria sobre la muerte eterna, consecuencia del pecado, victoria que da a los hombres la vida de la gracia.

Cuando ayer nos presentaba la Cruz para que la adorásemos, la Iglesia cantaba: «He aquí el madero de la Cruz, del cual pendió la salud del mundo»; después del triste alternarse de los improperios, entonaba dos himnos en honor de la Cruz: «Canta, oh lengua, la palma del glorioso combate, celebra el noble triunfo sobre el trofeo de la Cruz; como el Redentor del mundo venció muriendo». De este modo la consideración y compasión de los sufrimientos del Señor se alternan con los gritos de vitoria. Muerte y vida, muerte y victoria son términos contradictorios entre sí; sin embargo en Jesús se unieron e identificaron de tal manera que el primero fue la causa del segundo. San Juan de la Cruz, después de haber escrito la agonía de Jesús en la Cruz, afirma: «Y así... hizo la mayor obra que en toda su vida con sus milagros y obras había hecho, ni en la tierra, ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios. Y eso fue... al tiempo y punto que este Señor estuvo más aniquilado en todo: conviene saber, acerca de la reputación de los hombres, porque como le veían morir, antes hacían burla de El que le estimaban en algo; y acerca de la naturaleza, pues en ella se aniquilaba muriendo; y acerca del amparo y consuelo espiritual del Padre, pues en aquel tiempo lo desamparó...». Y concluye: «Para que entienda el buen espiritual el misterio de la puerta y del camino de Cristo para unirse con Dios y sepa que cuanto más se aniquilare por Dios... tanto más se une a Dios y tanto mayor obra hace» (S.II7,11).

¡Oh Cruz, nuestra única esperanza! Tú aumentas la gracia a los justos y perdonas las culpas a los pecadores. ¡Oh Árbol glorioso y esplendente, adornado con la púrpura del Rey! En tus brazos estuvo suspendido el precio de nuestra Redención; en ti está nuestra victoria y nuestro rescate" (BR.).

"¡Oh Cristo! Una vez más fijo mi mirada en tu rostro desangrado y con lágrimas en los ojos contemplo tus llagas y tus heridas; profundamente conmovido levanto mi corazón y considero cuántas tribulaciones has encontrado en tu camino, cuando venias a buscarme, a salvarme."

¡Oh buen Jesús! ¡Con cuánta generosidad nos regalaste sobre la cruz todo lo que tenias! A los que te crucificaban diste tu oración cariñosa, al ladrón el Paraíso, a la Madre el hijo, al hijo la Madre, a los muertos la vida, a las manos del Padre tu alma; demostraste al mundo hasta dónde llegaba tu poder, y para reducir al hombre esclavo derramaste, no unas pocas gotas, sino toda tu sangre, aquella sangre que corría de tantas y tan profundas heridas... ¡Oh dulcísimo Señor y Salvador del mundo! ¿Cómo te agradeceré dignamente tan gran don? (San Buenaventura).

PUNTO SEGUNDO.- «En paz dormiré y descansaré» ; así comienzan los Maitines del Sábado Santo, refiriéndose a la paz del sepulcro, donde ahora, después de tantos dolores, descansa el Cuerpo santísimo de Jesús. Hoy es el día mas propicio para recogernos en el silencio y en la oración junto al sepulcro del Señor.

Consumada la muerte de Jesús, todos, atemorizados por el terremoto y las tinieblas, habían abandonado el Calvario, excepto el grupo de sus más fieles amigos: María Santísima y Juan , que habían estado siempre junto a la Cruz, María Magdalena y algunas piadosas mujeres «que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle» (Mt. 27,55). El Señor ha expirado ya, pero aquellos fieles corazones no saben, no pueden separarse de Él, su Maestro adorado, objeto de todo su amor y de todas sus esperanzas. lo que les ata indisolublemente a aquel Cuerpo desangrado es su amor. Lo característico, lo significativo de la verdadera fidelidad será siempre la perseverancia, la constancia, aun en los momentos más obscuros y difíciles, cuando parece que todo está perdido, cuando vemos a nuestro amigo, en cuyo triunfo confiábamos, hundido en la más profunda derrota y humillación. Es muy fácil ser fieles a Dios cuando no hay dificultades, cuando su causa triunfa; pero serle fieles en la hora de las tinieblas, cuando Dios permite la victoria momentánea del mal, cuando nos parece que todo lo que era bueno y santo es arrollado y sumergido irremediablemente en el fracaso, es una empresa muy difícil; por eso, ser fieles entonces, será la prueba más cierta del verdadero amor.

Mientras tanto, dos discípulos, José de Arimatea Y Nicodemo, se encargaran de la sepultura: el sagrado Cuerpo fue bajado de la Cruz y, envuelto en una sabana con ungüentos, fue depositado en «el sepulcro del todo nuevo, que José había hecho excavar para si en la peña» (Mt. 27,60). En unión con la Virgen, que sin duda estuvo presente a aquella escena para recoger en sus brazos el Cuerpo martirizado de su divino Hijo, acerquémonos también nosotros a aquellos sagrados despojos: clavemos nuestra mirada en aquellas llagas, en aquellas heridas, en aquella sangre que tan elocuentemente nos hablan del amor infinito de Jesús para con nosotros. Aunque ahora esas llagas ya no sean dolorosas, sino gloriosas -precisamente mañana, el día pascua, celebraremos la gran victoria q ellas han obtenido- , son y serán eternamente, aun en estado de glorificación, la señal indeleble de la caridad excesiva con que Cristo nos amó.

Que el Sábado Santo, etapa de transición entre las angustias del Viernes Santo y la gloria de la Resurrección, sea un día de recogimiento y de oración junto al Cuerpo exánime de Jesús: abramos nuestro corazón , purifiquémoslo en su Sangre, para que renovado por completo en el amor y en l pureza, pueda ser, como el «sepulcro nuevo» del Evangelio, un lugar de paz. y reposo para nuestro queridísimo Maestro.

"¡Oh buen Jesús! Al inclinar tu cabeza floreciente, traspasada por las espinas, me invitas al beso de la paz, y pareces decirme: "Heme aquí, desfigurado, desgarrado, muerto. ¿Sabes por qué? Tú eras la oveja descarriada, y quise cargarte sobre mis espaldas y así llevarte de nuevo a los pastos celestiales del paraíso. Págame con la misma moneda... Mírame en mi Pasión ... Ámame. Yo me he entregado a ti, entrégate Tú a mí...". ¡Oh Señor! La visión de tus llagas me ha enternecido, y al verte tan dolorido quiero colocarte sobre mi corazón y la señal de mi brazo, para que todos los pensamientos de mi corazón, todas las obras de mi brazo, sean conformes a ti y a tu Pasión."

"¡Oh dulcísimo y buen Jesús! Ya que te vendiste como precio de nuestro rescate, concédenos aunque no seamos dignos de tanto favor, que nos sometamos a tu gracia, enteramente perfectamente y en todo" (San Buenaventura).

viernes, 2 de abril de 2010

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.


EL MISTERIO DE LA CRUZ

Presencia de Dios.- ¡Oh Jesús! Permíteme entrar contigo

en el profundo misterio de la Cruz.

PUNTO PRIMERO.- El ambiente del Viernes Santo nos invita a internarnos profundamente «En la espesura de los trabajos y de los dolores del Hijo de Dios» (JC. CA. 35,9) (1) ; es un ambiente que no sólo trae a nuestro espíritu el recuerdo teórico de la Pasión, sino que hace brotar en nuestra voluntad una disposición a abrazar gustosamente el padecer para unirnos a semejarnos al Crucificado. Sufriendo con El, comprenderemos mejor sus sufrimientos, intuiremos mas íntimamente su amor por nosotros, «porque el más puro padecer trae más intimo y puro entender» (JC. C.36,12), y «nadie siente más profundamente en su corazón la Pasión de Cristo que quien ha sufrido algo parecido» (Imit., II, 12,4). Acompañemos al Señor con estas disposiciones en el ultimo día de su vida terrena.

Aún no ha comenzado el atroz martirio que dentro de pocas horas destrozara su Cuerpo; pero Jesús ya ha sentido en el huerto de los Olivos los dolores de la agonía, y sin duda alguna, la agonía de Getsemaní es uno de los momentos más dolorosos de la Pasión, y más reveladores de las amarguísimas penas que torturaron su espíritu. Su Alma santísima está sumergida en una angustia inefable; en el abandono y la desolación mas absolutos, sin que Dios ni los hombres le den el mas mínimo consuelo. El Salvador siente sobre si el peso enorme de todos los pecados de la humanidad; siento inocentísimo, se ve cubierto de los pecados mas execrables, hecho casi enemigo de Dios, objeto de la justicia infinita que castigara en El todas nuestras iniquidades. En cuanto Dios, Jesús siempre vivió en unión del Padre, aun en los momentos más dolorosos de su Pasión pero en cuanto hombre se sintió como abandonado por El, «herido y humillado por Dios» (Is. 53,4) Esto explica el drama intimo de su espíritu - drama mucho más doloroso que los terribles sufrimientos físicos que le esperan-; explica la cruel agonía que le hizo sudar sangre; explica su queja triste y resignada «Triste está mi alma hasta la muerte» (Mt. 26,38)

Si antes había deseado ardientemente la Pasión, ahora, cuando su Humanidad se encuentra ante la dura realidad del hecho, privada de la asistencia sensible de la Divinidad, Jesús gime: «¡Padre mío! Si es posible, pase de Mí este cáliz» pero este grito de angustia se pierde inmediatamente en el vacío y se oye la afirmación clara y decidida de su plena conformidad con la voluntad del Padre: «Sin embargo, no se haga como Yo quiero, si no como quieres Tú» (Mt, 26,39)

"¡Oh Cristo, Hijo de Dios! Cuando contemplo el dolor inmenso a que te sometiste por nosotros sobre la Cruz, parece como si oyese que dices a mi alma: "¡Yo no te amé mentidamente!" Estas palabras me abren los ojos y veo con toda claridad todo lo que has hecho por mí, llevado del amor que me tenias. Veo todo lo que sufriste en vida y en muerte, ¡oh Hombre-Dios amantísimo!, impulsado por este amor desbordado e inefable. Sí, ¡Oh Señor! ; Tú no me amaste sólo aparentemente, sino verdadera y perfectísimamente. Mientras que yo soy todo lo contrario, pues no te amo con fervor y con sinceridad: y el tener que confesar esto me produce un dolor insoportable.

"¡Oh Maestro! Tú me has amado sinceramente: al contrario yo, alma pecadora, siempre te he amado con un amor deficiente. Nunca he querido saber nada de aquellos dolores que Tú sufriste voluntariamente en la Cruz, y por siempre te he servido con negligencia y sin determinación (Beata Angela de Foligno).

PUNTO SEGUNDO.- A la agonía del huerto sigue el beso traidor de Judas, el prendimiento, la noche transcurrida entre los interrogatorios de los Sumos Sacerdotes y los insultos de los soldados, que le abofetean, que escupen en su cara, que le vendan los ojos, mientras, allá afuera, en el atrio, Pedro le niega. Al amanecer se reanudan las preguntas y las acusaciones; comienza después el ir y venir de un tribunal a otro: de Caifás a Pilatos, de Pilatos a Herodes, de Herodes otra vez a Pilatos; por fin es azotado horriblemente, coronado de espinas; y, vestido por escarnio, de rey, es presentado a la muchedumbre, que grita: «Quítale y suéltanos a Barrabás»; la chusma pide a grande voces: «Crucifícale, crucifícale» (Lc. 23,18-21). Cargado con el madero del suplicio, Jesús se arrastra hasta el Calvario, donde es crucificado entre dos ladrones. Estos dolores físicos y morales alcanzan tal intensidad, que Jesús, agonizando sobre la Cruz, lanza un grito de desolación: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has desamparado?» (Mt. 27,46).

Estamos otra vez en presencia de la tragedia íntima que desgarra el alma de Cristo y que ahora, con rápido crescendo, acompaña el intensificarse de sus sufrimientos físicos. En el discurso de su última Cena, hablando Jesús de su próxima Pasión, había dicho a los Apóstoles: «He aquí que llega la hora, y ya es llegada, en que os dispersaréis cada uno por su lado y a Mí me dejaréis sólo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn. 14, 32). La unión con el Padre es todo para Jesús: es su vida, es su energía, su consuelo y su alegría; si los hombres le abandonan, el Padre está siempre con El y esto le basta. A la vista de esto podemos comprender mejor la intensidad de su dolor, cuando , en su Pasión Jesús siente que el Padre le abandona, como si se alejase de Él. En la agonía del huerto y en la muerte de cruz Jesús es siempre Dios y como tal está unido indisolublemente al Padre; sin embargo, porque ha querido cargarse sobre si nuestros pecados, estos se le ven tan como una barrera de división moral entre Él y el Padre. Su Humanidad, aunque unida personalmente al Verbo, por un milagro está privada de todo consuelo y ayuda divina y siente sobre sí el peso de la maldición divina lanzada contra el pecado: «Cristo -dice San Pablo- nos redimió de la maldición... haciéndose por nosotros maldición» (Gal. 3,13). Hemos llegado a lo mas profundo de la Pasión de Jesús, al dolor más amargo y atroz que ha abrazado por nuestra salvación. Sin embargo, aun en medio de tan crueles tormentos, aquella queja de Jesús: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has desamparado?», se concluye en aquel abandonarse totalmente en las manos de Dios: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc. 23,46). De este modo, Jesús ha querido saborear hasta lo último la amargura atroz del sufrir y del morir, y nos enseña cómo tenemos que superar y dominar las inquietudes y angustias que nos producen el dolor y la muerte: lo cual ha de ser precisamente sometiéndonos a la voluntad de Dios y abandonándonos confiadamente en sus manos.

"¡Oh Dios mío! Tu amor enciende en mí un deseo ardiente de no querer hacer nada que pueda ofenderte, de abrazar el dolor y el desprecio como Tú, de tener fija siempre en mi mente tu Pasión y tu muerte, donde está nuestra verdadera salud y nuestra vida."

¡Oh Señor, oh Maestro Y Médico eterno! Tu sangre es la medicina que nos ofreces gratuitamente para la salud de nuestras almas; a ti te costó una Pasión dolorosísima y la muerte de Cruz a mi por el contrario no me cuesta nada, sino disponer mi corazón para recibirla. Solo me pides esto, y Tú me lo das inmediatamente y me curas de todas mis enfermedades. ¡Oh Dio mío! Estás dispuesto a librarme de mis males y a curarme de mis enfermedades; pero me pides que con lagrimas y arrepentimiento te diga yo mis males y te comunique mis enfermedades; pues, Señor, mi alma está enferma; he aquí mis pecados y mis desgracias. Yo sé muy bien que no puede haber ni pecado ni enfermedad del alma y del espíritu que no haya sido satisfecha con tu muerte, y que no haya sido remediada suficientemente. Por eso toda mi salud y toda mi alegría esta en ti, oh Cristo Crucificado! Por eso, dondequiera que me encuentre, tendré siempre fija la mirada en tu Cruz" (Beata Angela de Foligno).

jueves, 1 de abril de 2010

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.


EL DON DE AMOR

Presencia de Dios.- Dame, ¡Oh Jesús!,

la gracia de poder sondear la inmensidad

de aquel amor que te movió a darnos la

Eucaristía.

PUNTO PRIMERO.- Habiendo amado Jesús a los suyos... al fin los amo extremadamente (Jn 13,1). Fue en las últimas horas de intimidad que Jesús paso entre los suyos cuando quiso darles la ultima prenda de su amor. Fueron horas de dulce intimidad y, al mismo tiempo, de amarguísima angustia; Judas ya se había puesto de acuerdo sobre el precio de la infame venta; Pedro le va a negar, todos dentro de breves instantes le abandonarían. En este ambiente la institución de la Eucaristía aparece como la respuesta de Jesús a la traición de los hombres, como el don más grande de su amor infinito a cambio de la más grave ingratitud; es el Dios bueno y misericordioso que quiere atraer a su rebelde criatura no con amenazas, sino con las más delicadas ingeniosidades de su inmensa caridad. Cuando había hecho y sufrido ya Jesús por el hombre pecador, y he aquí que cuando la malicia humana toca ya el fondo del abismo, El, el buen Jesús, casi agotando la capacidad de su amor, se entrega no solo como Redentor, que morirá por él sobre la Cruz, sino como alimento, para nutrirlo con su Carne y con su Sangre. Aunque la muerte dentro de pocas horas le arrancara de la tierra, la Eucaristía perpetuará su presencia viva y real en el mundo hasta la consumación del tiempo. Estás loco por tus criaturas - exclama Santa Catalina de Siena- ; todo lo que tienes de Dios y todo lo que tienes de hombre nos lo dejaste en alimento, para que, mientras peregrinamos por esta vida, no desfallezcamos por la fatiga, sino que vivamos fortificados por Ti, oh Alimento celestial.

La Misa de hoy es de una manera particular la conmemoración y la renovación de la ultima Cena, de la cual todos estamos llamados a participar. Vayamos a la Iglesia y apretémonos en torno al altar como si estuviésemos en el Cenáculo apretados íntimamente alrededor de Jesús. Aquí está Jesús, el Maestro, vivo en medio de nosotros, como estaba en medio de los Apóstoles en Jerusalén; El mismo, en la persona de su ministro, renovara otra vez el gran milagro que cambia el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, y después nos dirá; Tomad y comed ... todad y bebed.

Pensemos que el mismo Jesús había ordenado los preparativos para la ultima Cena y que había querido elegir una gran sala (Lc. 22,12), mandando a los Apóstoles que la adornasen convenientemente. También nuestro corazón tiene que ser un cenáculo "grande", espacioso y dilatado por el amor, para que Jesús pueda celebrar dignamente en él su Pascua.

"¡Oh Señor, Señor! la casa de mi alma es pequeña y estrecha, para que Tú vengas a ella; ensánchala Tú. Está en ruinas; levántala Tú. Hay en ella cosas que ofenden a tus ojos; yo lo sé y lo confieso. Pero ¿quién podrá limpiarla? ¿A quién sino a ti podre decir: límpiame, Señor, de los pecados ocultos?" (San Agustín). "Paréceme ahora a mí, debajo de otro mejor parecer, que visto el buen Jesús lo que había dado por nosotros y cómo nos importa tanto darlo y la gran dificultad que había... por ser nosotros tales y tan inclinados a cosas bajas y de tan poco amor y ánimo que era menester ver el suyo para despertarnos, y no una vez, sino cada día, que aquí se debía determinar de quedarse con nosotros. Y como era cosa tan grave y de tanta importancia, quiso que viniese de la mano del Padre Eterno. Porque aunque son una misma cosa y sabia que lo que El hiciese en la tierra lo haría Dios en el cielo y lo tendría por bueno, pues su voluntad y la de su Padre era una, era tanta la humildad del buen Jesús, que quiso como pedir licencia, porque ya sabía era amado del Padre y que se deleitaba en El. Bien entendió que pedía mas en esto que ha pedido en lo demás, porque ya sabía la muerte que le habían de dar y las deshonras y afrentas que había de padecer. Pues ¿qué padre hubiera, Señor, que habiéndonos dado a su hijo, y tal hijo, y parándole tal, quisiera consentir se quedara entre nosotros cada día a padecer? Por cierto ninguno, Señor, sino el vuestro: bien sabéis a quien pedís. ¡Oh, válgame Dios, que gran amor del Hijo, y qué gran amor del Padre!.. Mas Vos, Padre Eterno, ¿cómo lo consentísteis? ¿Por qué queréis cada día ver en tan ruines manos a vuestro Hijo? ya que una vez quisisteis que lo estuviese y lo consentisteis, ya veis cómo le pararon. ¿Cómo puede vuestra piedad cada día, cada día, verle hacer injurias? ¡Y cuántas se deben hacer hoy a este Santisimo Sacramento! ¡En qué de manos enemigas suyas le debe de ver el Padre" (TJ. Cam. 33,2-3)

PUNTO SEGUNDO.- En la ultima Cena Jesús nos deja, junto con el Sacramento del amor, el testamento de su caridad. El testamento vivo y concreto del ejemplo admirable de su humildad y de su caridad en el lavatorio de los pies, y el testamento oral que anuncia su mandamiento nuevo. El evangelio de hoy nos presenta a Jesús lavando los pies de los Apóstoles y termina con estas palabras: Os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como Yo he hecho. Es una invitación urgente a la caridad fraterna, caridad que ha de ser el fruto de nuestra unión con Jesús, el fruto de nuestra Comunión eucarística. El mismo lo ha dicho expresamente en la ultima Cena: Un precepto os doy: que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado, así también amaos mutuamente (Jn. 13,34).

Si no podemos imitar el amor de Jesús hasta darnos en alimento a nuestros hermanos, podemos hacerlo ofreciéndoles nuestra asistencia amorosa, no solo en las cosas fáciles, sino también en las difíciles y repugnantes. El gesto del Maestro de lavar los pies a sus Apóstoles nos indica hasta donde tenemos que humillarnos para socorrer y ayudar a nuestro prójimo, aunque sea este el más humilde y despreciado.

Cuando el Maestro sale al encuentro de los hombres ingratos y de sus traidores ofreciéndoles pruebas continuas de amor, nos enseña que nuestra caridad no será como la suya, si no sabemos pagar el mal con el bien, si no sabemos perdonar todo, ayudando y asistiendo al mismo que nos ha ofendido. Dando la vida por la salvación de los suyos, el Maestro nos dice que nuestro amor no es perfecto si no sabemos sacrificarnos generosamente por los otros. Su mandamiento nuevo, poniendo como norma de nuestro amor al prójimo el amor del mismo Jesús, abre al ejercicio de la caridad un horizonte sin confines; nos dice que la caridad no tiene límites. Si hay un límite es el de dar, como Jesús, la vida por los otros, porque nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos (Jn. 15,13)

Jesús nos inculca la perfección de la caridad fraterna precisamente en la misma noche que instituye la Eucaristía, porque quiere enseñarnos que la perfección de la caridad tiene que ser al mismo tiempo el fruto del Sacramento Eucarístico y nuestra respuesta a este mismo don.

"Pues, Criador mío, ¿cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras que lo que se hizo con tan ardiente amor de vuestro Hijo y por mas contentaros a Vos, que le mandasteis nos amase, sea tenido en tan poco como hoy día tienen esos herejes Al Santísimo Sacramento, que le quitan sus posadas deshaciendo las Iglesias? ¡Si le faltara algo por hacer para contentaros! Mas todo lo hizo cumplido. ¿No bastaba, Padre Eterno, que no tuvo en donde reclinar la cabeza mientras vivió, y siempre en tantos trabajos, sino que ahora las [Iglesias] que tiene para convidar a sus amigos, por vernos flacos y saber que es menester que los que han de trabajar se sustenten de tal manjar, se las quitan? ¿Ya no había pagado bastantísimamente por el pecado de Adán?

"Pues, Padre Santo, que estas en los cielos... quiera vuestra piedad y se sirva de poner remedio para que no sea tan maltratado; y que pues vuestro santo Hijo puso tan buen medio para que en Sacrifico le podamos ofrecer muchas veces, que valga tan precioso don para que no vaya adelante tan grandísimo mal y desacatos como se hacen en los lugares adonde estaba este Santísimo Sacramento entre estos luteranos, deshechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes, quitados los sacramentos. Pues, ¡que es esto, mi Señor y mi Dios! o dad fin al mundo, o poned remedio en tan gravísimos males; que no hay corazón que lo sufra, aun de los que somos ruines. Suplicoos, Padre Eterno, que no lo sufráis ya Vos; atajad este fuego, Señor, que si queréis podéis. Mirad que aun esta en el mundo vuestro Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominable y sucias; por su hermosura y limpieza no merece estar en casa adonde hay cosas semejantes. No la hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos; hacedlo por vuestro Hijo. Pues suplicaros que no esté con nosotros, no os lo osamos pedir: ¿qué sería de nosotros? Que si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues algún medio ha de haber, Señor mío, póngale Vuestra Majestad... Ya, Señor, ya haced que se sosiegue este mar; no ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, y sálvanos, Señor mío, que perecemos" (TJ. Cam. 3,8;35,3-5).