martes, 8 de febrero de 2011

El Alma de todo Apostolado


PRIMERA PARTE

las obras y la vida interior

3ª—Qué cosa sea la vida interior

Al emplear algunas veces las palabras vida de oración, contemplación, vida contemplativa—términos que se encuentran en las obras de los Santos Padres y Escolásticos—intentamos siempre significar la vida interior normal accesible a todos, y no los estados extraordinarios de oración que son objeto de la teología mística y a fortiori los éxtasis, visiones, raptos, etc.

Saldríamos de los límites que nos hemos propuesto, si extendiéramos nuestro trabajo a hacer un estudio de ascetismo¹ Nos limitamos a recordar brevemente lo que cada uno para el gobierno intimo de su alma está obligado a aceptar como absolutamente cierto.

PRIMERA VERDAD. La vida sobrenatural es la vida de Jesucristo mismo en mí, por la fe, la esperanza y la caridad.

La presencia de Nuestro Señor por esta vida sobrenatural no es la presencia real, propia y característica de la santa comunión; sinó una presencia de acción vital, a la manera que es la acción de la cabeza y corazón sobre los miembros; acción íntima que Dios oculta por ley ordinaria a mi alma, a fin de aumentar el merito de la fe; acción por tanto habitualmente insensible a mis facultades naturales y que únicamente la fe me obliga a creer formalmente; acción divina que deja subsista mi libre albedrio y utiliza todas las causas segundas: acontecimientos, personas y cosas, sobre todo, para hacerme conocer la voluntad de Dios y ofrecerme la ocasión de adquirir o acrecentar mi participación en la vida divina.

Esta vida, inaugurada en el Bautismo, cristiana, sobrenatural, perfeccionada por la Confirmación, mantenida y enriquecida por la Eucaristía, es mi Vida Cristina.

SEGUNDA VERDAD. Por esta vida, Jesucristo me comunica su Espíritu, y de esta forma llega a convertirse y ser principio de una actividad que me levanta, ennoblece, dignifica; me lleva, si por mi parte no se ponen obstáculos, a pensar, amar, querer, sufrir, trabajar con El, en El, por El, como El. Mis acciones exteriores son signos y testimonios de la vida de Jesús en mí, Yo así tiendo y aspiro a realizar el ideal de la vida Interior formulada por San Pablo: «Ya no soy yo quien vivo, Jesús es quien vive en mi».

Mi vida interior será, por consiguiente, mi vida cristiana, dilatándose con el desarrollo normal que Dios esperaba de mí en conformidad y relación con la gracia del Bautismo; vida interior que estoy en el deber de cultivar y hacerla más intensa, si soy presbítero y religioso y aun seminarista; vida interior que consiste esencialmente en la pureza y generosidad de la vida.

Puede definirse la vida interior diciendo que es: «Una vigilancia y custodia habitual del corazón cada vez más exacta, fuerte y dilatada, que por el recurso frecuente a Dios nos arma y guarnece de defensa para la lucha cuotidiana contra los defectos, nos asegura la adquisición de las virtudes y perfecciona el alma con el amor divino, por la unión a Jesús»

Presentación del lama a la gracia divina solicitada y alcanzada; después cultivo y dirección de la voluntad fortificada por esta gracia: todos estos elementos figuran en esta definición.

Por la guarda de corazón mi alma, cual centinela vigilante, no sólo queda armada contra todo lo que se refiere a los siete pecados capitales, mas también se adelante mas, vive atenta; y escudriña y sorprende los detalles minuciosos de sus pensamientos, voliciones y acciones para conformar y acomodar su conducta al espíritu de Dios y ajustarse a los deberes y obligaciones de su estado. El texto de los Proverbios: omni custodia serva cr tum, quia exipso vita procedit, nos muestra, por modo elocuente, hasta que punto mi vida interior está ligada y vinculada a la guarda del corazón.

TERCERA VERDAD. Quedare privado de uno de los más eficaces medios de adquirir esta vida interior, sinó me esfuerzo en tener de esta presencia activa de Jesús en mí, una fe precisa, cierta y, singularmente, en conseguir que esta presencia sea para mí una realidad viva, vivísima, que penetre cada vez más la atmósfera de mis facultadas. Llegando por este medio poderosísimo a ser Jesús mi luz, mi ideal, mi consejo, mi apoyo, mi recurso, mi fuerza, mi médico, mi consolación, mi alegría, mi hermano, mi amor, en una palabra, mi vida, yo adquiriré todas las virtudes. Entonces y sólo entonces podré proferir sinceramente la oración admirable de San Buenaventura, que la Iglesia me propone como acción de gracias después de la Misa: Transfige dulcissime Domine Jesu.

CUARTA VERDAD. En la proporción de intensidad de mi amor para con Dios, mi vida sobrenatural puede crecer a cada momento, por una nueva infusión de la gracia de presencia activa de Jesús en mí; infusión producida o nacida de actos meritorios, v.g.: actos de virtudes, trabajo, sufrimientos en sus diversas formas, privaciones, dolores físicos o morales, humillaciones, anegación, oración, misa actos de devoción para con nuestra Madre María, etc., o producida por los Sacramentos, canales por los que se difunde la gracia, singularmente la Eucaristía.

Oh Jesús, (y esta verdad me anonada por su sublimidad y su profundidad; pero señaladamente me regocija y alienta), es cierto pues, que en cada acontecimiento, persona o cosa, Vos, Jesús Vos mismo os presentáis objetivamente a mí, y a cada momento Vos estáis escondido bajo estas apariencias y ocultáis vuestra sabiduría y amor y solicitáis mi cooperación para acrecentar vuestra vida en mí.

Oh alma mía, cuando se acerca el momento de hacer oración, celebrar u oír el santo Sacrificio, hacer oración, celebrar u oír el santo sacrificio, tener la lectura o examen, practicar actos de paciencia, celo abnegación, lucha, confianza, amor; en todos y cada uno de estos actos y veces Jesús es quien se presenta a tí por la gracia del momento presente. ¿Osarás apartar tu vista, ocultarte, huir, sustraerte, no acudir al llamamiento, voces amorosas y dulces requerimientos del bondadoso Jesús?

QUINTA VERDAD. La triple concupiscencia causada por el pecado original y aumentada por cada uno de mis pecados actuales, establece en mi elementos de muerte opuestos a la vida de Jesús. En la proporción y medida en que se desarrollen estos elementos se disminuye, debilita , decrece el ejercicio y desenvolvimiento de esta vida interior, de Jesús en mí.

Sin embargo, las inclinaciones y sentimientos contrarios a esta vida, por violentas y prolongadas que sean estas tentaciones, no pueden perjudicarla mientras y siempre que se oponga mi voluntad.

Y entonces, verdad a maravilla consoladora, esas tentaciones contribuyen, como todo medio de combate espiritual, a aumentar mi vida interior, y esto en la medida de mi celo.

SEXTA VERDAD. Sin el empleo de ciertos medios mi inteligencia irá obscureciéndose, anublándose, y mi voluntad se debilitará hasta el punto de no poder cooperar con Jesús al crecimiento y aun al mantenimiento de su vida en mí; desde luego sigue la disminución progresiva de vida sobrenatural y proceso hacia la región triste de la tibieza de voluntad ². Por cobardía, disipación o ceguedad se hacen pactos con el pecado venial, que siendo una disposición fácil al pecado mortal, nos coloca en un estado inseguro y peligroso de salvación.

si yo tengo la desgracia de caer en esta tibieza y a fortiori, si estuviera todavía más abajo, estoy en el caso de poner todas mis fuerzas y emplear todos los medios y sacrificios para salir de este desgraciado estado, y al afecto: 1º Avivare mi compunción de temor poniéndome en presencia de mi fin, de la muerte, de los juicios de Dios, del infierno, de la eternidad, del pecado, etc., pero no de una manera superficial sino atenta, penetrante y profunda. 2º Hare revivir, despertare la compunción de amor a la vista del libro y ciencia de vuestras llagas y heridas, oh misericordioso Redentor. Marchando en espíritu al Calvario, me prosternaré a vuestros pies, a fin de que vuestra sangre viva, palpitante, cayendo sobre mi cabeza y corazón, disipe mi ceguera, rompa el hielo de mi alma y sacuda el embotamiento de mi voluntad.

SEPTIMA VERDAD. Debo temer seriamente no poseer el grado de vida interior que Jesús exige de mí:

1º Si ceso de aumentar la sed de vivir de Jesús, sed que me da, a la par que el agradar a Dios en todo, el temor de desagradarle en cualquier cosa por pequeña que parezca. Ahora bien, ceso forzosamente en el acrecentamiento de vida interior si no empleo los medios más recomendados: oración de la mañana, examen particular y general, lecturas piadosas, Misa y Sacramentos, o si por mi culpa no me aprovechan.

2º Si no tengo el mínimum de recogimiento que me es dado para en el curso de mis ocupaciones guardar mi corazón en una pureza y generosidad suficientemente poderosas para que no sea ahogada jamás la voz de Jesús que, al indicarme los elementos de muerte que se me presentan, invítame al propio tiempo a combatirlos. Ahora bien, no tendré este mínimum necesario si me abstengo del empleo y ejercicio de los medios que pueden asegurar y garantizarlo: Vida litúrgica, oraciones, jaculatorias, especialmente en forma de suplica, comuniones espirituales, ejercicio de la presencia de Dios, etc.

No era posible menos sino que los pecados veniales llegaran a abundar sin que sospecharlo pudiera. Para echar un velo, y aun justificar un estado tan lamentable, la ilusión forjara apariencias de piedad, mas especulativa que practica, celo por las obras, etc. Mi ceguedad me será no obstante, imputable, puesto que la ausencia del recogimiento indispensable, causa de este crónico estado morboso, ha sido querida por mí.

OCTOVA VERDAD. Cualquiera que sea mi estado, Jesús me ofrece, si yo quiero orar y ser fiel a su gracia, todos los medios de volver a una vida interior que me devuelva su intimidad y me permita desarrollar su vida en mí.

Entonces, en el curso de sus progresos, mi alma no cesara de poseer la alegria, aun en medio de las pruebas, y se realizaran para ella las palabras de Isaias:

«Si esto haces, amanecerá tu luz como la aurora y llegara presto tu curación y delante de ti irá siempre tu justicia y la gloria del Señor te acogerá en su seno. Invocaras entonces al Señor y te oirá benigno, clamaras y el te dirá: Aquí estoy... Y el Señor te dará un perpetuo reposo y llenara tu alma de resplandores de gracia, y reforzara tus huesos y serás como huerto bien regado y como manantial perenne cuyas aguas jamás faltaran».

NOVENA VERDAD. Si Dios me pide aplicar mi actividad no solamente a mi santificación, mas también a las obras, debo penetrarme y persuadirme de esta verdad: Jesús debe ser y quiere ser la vida de mis obras. Mis esfuerzos no serán nada, absolutamente nada: Sine me nihil potestis facere. Para que sean bendecidas por Dios y útiles es indispensable que mediante la vida interior las una constantemente a la acción vivificante de Jesús. Entonces y únicamente entonces serán poderosas y eficaces. Omnia Possum in eo qui me confortat. Si son producto y efecto de mis fuerzas naturales, de mis talentos, de una necia y orgullosa suficiencia personal y tienen por fin conseguir éxitos personales, serán desechadas por Dios por constituir un sacrilegio, apropiándose el hombre una gloria exclusiva de Él.

Lejos de engendrar en mí pusilanimidad esta convicción de que nada puedo sin Él, constituirá mi fortaleza, producirá sed de oración para alcanzar esta humildad, será un tesoro para mi alma, una garantía de socorros de Dios y prenda de éxitos para mis obras.

Penetrado de la importancia de este principio, me examinare con seriedad, durante mis retiros mensuales, para darme cuenta: si mi convicción de la nulidad de mi acción, cuando esta sola, y de su eficacia y fecundidad cuando está unida a Jesús no se amortigua nada; si excluyo en absoluto toda complacencia y vanidad; si me mantengo en una desconfianza omnímoda de mis fuerzas y si ruego a Dios vivifique mis obras y preserve del orgullo, primero y principal obstáculo a su consurso. (asistencia)

Este Credo de la vida interior, que constituye para el alma la razón de su existencia, le asegura aqui abajo una participación a la felicidad celestial.

Vida interior equivale a vida de predestinados. Ella responde al fin que Dios se ha propuesto al crearnos. Ella responde al fin de la Encarnacion³ Filium summ unigenitum misit Deus in mundum ut vivamus per eum.

Estado feliz: Finis humanae creaturae est adhaerere Deo: in hoc enim felicitas ejus consistit (Santo Tomas), si bien en sentido contrario a los goces y placeres del mundo, porque aparecen las espinas exteriormente y las rosas por dentro Recreémonos saboreando unas frases hermosamente cristianas y elocuentemente manifestadoras de la encantadora sencillez del bienaventurado cura de Ars: «¡Qué dignos de compasión son los pobrecitos amantes del mundo!» Tienen sobre los hombros un doble manto de espinas; no pueden hacer un movimiento sin padecer sus picaduras, mientras que los verdaderos cristianos llevan una capa forrada con piel de conejo: Crucen vident, unctionem non vident.

¡Estado celestial! El alma se convierte en un cielo viviente. A semejanza de la bienaventurada Margarita-María , ella canta:

En todo instante poseo

conmigo llevo doquiera

al Dios de mi corazón

y el corazón de mi Dios.

Es el comienzo de la felicidad eterna o bienaventuranza: Inchoatio quaedam beatitudinis. La gracia es el cielo en germen.

¹ Véase, no obstante de lo aquí dicho, el compendio de Teología ascética con que el traductor, a titulo de Prologo, encabeza este librito (Nota del traductor).

² Hay tres clases de tibieza: La primera es al tibieza de sentimiento. Existe cuando el alma, estando bien dispuesta en la parte superior, no lo está en la parte inferior; cuando, por ejemplo, ora lo mejor que puede , pero con disgusto y sequedad. Esta tibieza no es nada y cuando es combatida produce mayores bienes que males.

La segunda tibieza es de fragilidad, que consiste en que el alma, a pesar de su voluntad general de no pecar, se deja llevar por faltas veniales poco o nada deliberadas y rechazadas tan pronto como cometidas. Esta tibieza es poco perjudicial y frecuentemente nada dañosa.

La tercera tibieza es la de voluntad. El alma tibia de esta clase tiene dos quereres opuestos, uno bueno y otro malo; uno caliente y otro frio. Por un lado quiere la salvación, por lo que evita los pecados mortales evidentes; por otro no quiere condescender a las exigencias del amor divino, quiere por el contrario las comodidades y una vida libre y fácil; y se permite por esta causa pecados veniales deliberados... Cuando esta tibieza no es combatida, por el mismo hecho, hay en el alma mala voluntad, no total, sino parcial; es decir que hay una parte de la voluntad que dice a Dios: sobre tal o cual punto, no quiero cesar en desagradaros. (P. Desurmont).

³ En esto se demostró la caridad de Dios hacia nosotros, en que Dios envió al mundo su Hijo unigénito para que por El tengamos la vida. (carta 1.ª de Joan. 4,9)

miércoles, 2 de febrero de 2011

El Alma de todo Apostolado


PRIMERA PARTE

Las obras y la vida interior.

1º—Las obras.

Ser soberanamente liberal es un atributo de la naturaleza divina. Dios es la bondad infinita. La bondad tiende a difundir y comunicar el bien que goza.

La vida mortal de Nuestro Señor no fué más que una continuada manifestación y testimonio de esta inagotable liberalidad. El evangelio nos presenta al Redentor sembrado en su camino los tesoros de amor de un corazón ávido de atraer a los hombres a la verdad y a la vida.

Esta llama de Apostolado Jesucristo la comunicó a la Iglesia, don de su amor, difusión de su vida, manifestación de su verdad, trasunto de su santidad.

Animada de esos mismos ardores y aspiraciones, la esposa mística de Cristo continúa, a través de los siglos, la obra de Apostolado de su divino Ejemplar.

Ha entrado en los planes de la Providencia, como afirma León XIII en la carta al Cardenal Gibbons, y hace constituido como ley universal que el hombre llegue al conocimiento y camino de salvación mediante el concurso de otro hombre. Jesucristo ha vertido la sangre para el rescate del mundo; y así como solo Él ha rescatado y redimido al hombre, solo también Jesucristo podía aplicar la virtud y eficacia de esa sangre divina obrando de un modo inmediato sobre las almas, como así lo hace por la Eucaristía; mas estos no son los designios de Dios, sinó que por ley general reparte sus beneficios y gracias por medio de cooperadores. ¿Por qué así Dios lo ha querido y dispuesto?

Esa cooperación mediata no sólo está en harmonía con la majestad divina; mas también parece que la exige la ternura paternal de Dios a los hombres.

Si a los primeros magistrados de un Estado y monarcas no conviene sus ministros, nada debe maravillarnos la condescendencia paternal de Dios dignándose establecer que unas pobres criaturas se asocien a ser cooperadoras de sus trabajos y gloria.

La iglesia nacida de la cruz, salida del costado traspasado del Salvador, por el ministerio apostólico perpetúa la acción bienhechora y redentora del Hombre-Dios. Por voluntad de Jesucristo ese ministerio es el medio esencial de la difusión de la Iglesia entre las naciones y el instrumento más ordinario de su conquistas.

Aparece en primer lugar el clero secular con su escala jerárquica formando el cuadro oficial del ejército de Cristo; clero, en cuyas filas se han contado y cuentan tantos miles de Obispos y presbíteros santos y celosos, aun de reciente beatificación, como él nunca bastante ponderado cura de Ars.

Al lado del clero secular levántense, desde el origen del Cristianismo, compañías de voluntarios, cuerpos escogidos, cuya exuberante y cada vez más abundante robustez, será siempre uno de los testimonios más claros de la vitalidad de la Iglesia.

Vemos desde un principio en los primeros siglos las Ordenes contemplativas, cuyas incesantes oraciones y maceraciones rudas contribuyen, por modo singular y notable, a la conversión del mundo pagano.

En la Edad Media surgieron las órdenes de Predicadores, las órdenes mendicantes, las órdenes militares, las dedicadas a la heroica misión del rescate de cautivos del poder de los infieles. En fin, los tiempos modernos han visto nacer multitud de milicias e instituciones de enseñanza, sociedades de misioneros, congregaciones de todas clases cuyo fin es difundir el bien espiritual y corporal en todas sus formas.

Además, en todas las épocas, la Iglesia ha encontrado una ayuda preciosa en el concurso de los simples fieles que hoy constituyen una verdadera legión, «personas de obras», según frase corriente, corazones ardientes que, sabiendo unir sus fuerzas, ponen sin reservas al servicio de nuestra Madre común, tiempo, facultades, fortuna; y sacrifican frecuentemente su libertad y algunas veces sus sangre.

¡Espectáculo, por modo hermoso y a maravilla fortificante y consolador, que se vean nacer providencialmente obras que respondan a las exigencias del día y tan admirablemente adaptadas a las circunstancias!

La historia de la Iglesia atestigua con evidencia este hecho: tan pronto como se ha sentido una necesidad o se ha visto un peligro en el seno de la sociedad cristiana, ha aparecido invariablemente una institución reclamada por las necesidades de entonces.

Así también en nuestra época vemos que para contrarrestar males de gravedad especial han surgido una muchedumbre de obras apenas conocidas de nuestros antepasados: Catecismos preparatorios para la primera comunión, catecismos de perseverancia, catecismos de niños abandonados, congregaciones, cofradías, reuniones y retiros para hombres y jóvenes, para señoras y sirvientes e Hijas de María, Apostolado de la oración, ligas para el descanso dominical, patronatos de jóvenes, círculos católicos, obras militares, buena prensa, ejercicios de obreros, etc.; formas todas de Apostolado suscitadas por el mismo Espíritu que abrasaba el alma apostólica de San Pablo cuando decía: Ego ¹ autem libentissime impendam et superimpendar ipse pro animabas vestris y que quiere extender por todas partes los beneficios de la sangre de Jesucristo.

Deseo es tanto del autor de este librito (como de su traductor) que estas humildes páginas sean meditadas por esos activos y luchadores soldados de Cristo, «hombres de obras» que llenos de celo y ardor por su noble vocación, no se encuentran tal vez, a causa de la actividad que despliegan, bastante prevenidos contra el peligro de no ser, antes que nada, hombres de vida interior; y que si llegan días aciagos, en qué circunstancias inexplicables dan al traste con sus obras y proyectos y aun ponen a riesgo sus bienes espirituales, viéndose tentados a abandonar la lucha descorazonados, en estos capítulos hallen luz para explicar esos sucesos, fuerza y arriscamiento para no sentir desmayos y descaecimientos.

Los pensamientos desarrollados en este libro nos ha ayudado y servido a maravilla para luchar contra el peligro que se corre al ponerse uno en contacto con el mundo, en la vida activa por medio de las obras.

Dios haga que la meditación pausada de las ideas contenidas en este libro, programa de todo católico militante evite a alguno disgustos y desfallecimientos y aun daños espirituales y los guie con animosidad en el camino emprendido, mostrándoles que jamás el «Dios de las obras deber ser dejado por las obras de Dios» y que el Voe² mihi si non evangelizavero no nos da el derecho de olvidar el Quid³ prodest homini si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur.

2ª—Dios quiere que Jesús sea la vida de las obras.

La ciencia se engríe y lozanease de haber conseguido inmensos éxitos. Una cosa, no obstante, le ha sido imposible: crear la vida; sacar del laboratorio, aunque entre velas tendidas en el mar de la Química, un grano de trigo, una larva. Las ruidosas derrotas sufridas por los defensores de la generación espontanea hanles obligado y constreñido a amainar las velas de su pretensión y resignado se han a dejar sus teorías, reñidas con la ciencia de la que pomponéense acérrimos paladines. Dios se ha reservado el poder de crear la vida. En el orden vegetal y animal los seres vivientes crecer pueden y multiplicarse, siempre que su fecundidad se realice dentro de las condiciones estatuidas por el Creador; pero desde que se trata de la vida intelectual, Dios se reserva esta operación y El es quien directamente crea el alma racional. Existe todavía un campo, un reino en el que con mas imperio y celo ejerce la cualidad y atributo de la omnipotencia sin intervenciones ajenas, y es el orden sobrenatural, la vida sobrenatural, emanación de la vida divina comunicada a la Humanidad del Verbo encarnado.

Per Dominum nostrum Jesum Christum. Per ipsum et cum Ipso et in Ipso ⁴ La Encarnación y Redención establecen a Jesús manantial y manantial único de esta vida divina, de la que todos los hombres están llamados a ser participantes.

la acción esencial de la Iglesia consiste en difundir por los Sacramentos, la oración, predicación y demás obras, esa vida.

Dios nada hace que no sea por su Hijo: ⁵Omnia per Ipsum facta sunt et sine Ipso factum est nihil. Esto es verdadero en el orden natural, pero mucho más en el sobrenatural cuando trata Dios de comunicar su Vida íntima y hacer participes de su propia naturaleza para convertirlos en hijos de Dios.

Veni ut vitam habeant ⁶. In Ipso vita erat ⁷Ego sum vita⁸. ¡Qué exactitud en estas palabras! ¡Qué luz en esta parábola de la vid y los sarmientos en la que el Maestro manifiesta por modo tan sencillo, hermoso y elocuente , esta verdad! Qué insistencia pone para grabar en los Apóstoles este principio fundamental: que solamente Jesús es la vida y esta consecuencia: que para participar de esta vida y comunicarla a otros deben estar injertados en el Hombre-Dios.

Los hombre llamados y elevados a colaborar con el Salvador para transmitir a las almas esta vida divina, deben considerarse como modestos canales encargados de sacar de esta fuente y manantial único.

Desconocer estos principios y crecer que puede producirse el menor grado y vestigio de gracia sobrenatural que no lo haya tomado enteramente de Jesús, manifestara en el hombre apostólico, un grosero error teológico.

Desorden menor fuera, aunque insoportable a los ojos de Dios, el que reconociéndose teóricamente que el Redentor es la causa primordial de toda la vida divina, el apóstol en su acción olvidara esta verdad, cegado por loca presunción, tan injuriosa a Jesús, y no contare más que con sus propias fuerzas.

Aquí hablamos del desorden intelectual que implica doctrinal o prácticamente la negación de u principio al que debemos no sólo la adhesión de nuestro espíritu, mas también la conformidad de nuestra conducta; no tratamos del desorden moral del hombre de obras que reconoce al Salvador como Manantial y origen de toda gracia y espera de Él todo éxito; pero cuyo corazón, ora pro el pecado, ora por la tibieza voluntaria, estuviera en desacuerdo con el de Jesús.

Ahora bien, el conducirse prácticamente, al ocuparse en las obras de vida activa, como si Jesús no existiera y no fuera Él solo el principio de la vida, es calificado por el car. Mermillod de Herejía de obras. Con esta expresión estigmatiza y condena la aberración del apóstol que, olvidándose del oficio secundario e instrumental que desempeñar debe, no esperara más que de la actividad personal y los talentos, el éxito de su apostolado.

¡Herejía de obras! No es un caso raro, sino harto frecuente, por desgracia, que una actividad febril tome el lugar y denominación de acción de Dios, que la gracia sea despreciada, que el orgullo humano pretenda destronar a Jesús, sean relegadas a la categoría de abstracciones la vida sobrenatural, el poder de la oración, la economía de la Redención, a lo menos en la práctica.

En este siglo de Naturalismo, en el que el hombre juzga según los visos y apariencias y obra como si el feliz acabamiento o éxito de una obra dependiera mayormente de una ingeniosa organización, no es infrecuente ni imaginario el caso de Herejía de Obras.

¡El ver un alma tan pagana que no atribuya al autor de todo bien y hacedor de todo don las maravillas de sus talentos naturales, excita la indignación aun para un espíritu iluminado solamente por las luces de la Filosofía!

¿Qué experimentaría un católico instruido en su religión ante el espectáculo de un Apóstol que hiciese alarde, a lo menos implícitamente, de poder comunicar a las almas siquiera el mínimo grado de vida divina?

Ah, ¡insensato! dijéramos al oír a un obrero que se expresase en estos términos: «Dios mío, no suscitéis obstáculos a mis proyectos ni les señaléis limites, que yo me encargo de llevarlos al cabo»

Nuestro sentimiento seria un reflejo de la aversión que provoca en Dios la vista de tal desorden, la vista de un presuntuoso que lleva el orgullo hasta creer que puede dar la vida sobrenatural, producir la fe, conseguir la cesación del pecado hacer virtuosos a los hombres, engendrar el fervor por las propias fuerzas sin atribuir estos efectos a la acción directa, constante, universal y desbordante de la Sangre divina, precio, razón del ser y medio de toda gracia y de toda vida espiritual. Deuda es, por tanto de Dios para con la Humanidad de su hijo el confundir a estos falsos cristos, paralizando tales obras de orgullo o permitiendo que no causen más que un espejismo efímero.

Hecha reserva de las gracias que ex opere operato son producidas, Dios es deudor al Redentor de la negación de bendiciones sobre el Apóstol lleno de vanidad, para retenerlas y comunicarlas a los sarmientos y ramas que humildemente reconocen no tener su savia más que de la vid divina.

De otra manera, si bendijera con resultados profundos y perdurables una actividad envenenada con este virus que hemos llamado Herejia de obras, pareciera que Dios anima y fomenta este desorden y permite el contagio.

¹ Yo por mí gustosísimo expondré cuanto tengo y aun me entregaré a mí mismo por la salud de vuestras almas. (San Pablo a los Corintios 12,15).

² Desventurado de mí si no evangelizare. (San Pablo a los Corintios 9,16).

³Porque de ¿qué sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (San Mateo 16,26)

⁴Por Nuestro Señor Jesucristo. Por Él, con Él y en Él.

⁵Por Él fueron hechas todas las cosas; y sin Él no se ha hecho cosas alguna.

⁶He venido para que tengan vida.

⁷En Él estaba la vida.

⁸Yo soy la vida.