"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.






LA NATIVIDAD DE MARIA SANTISIMA

8 De Septiembre

Presencia de Dios.— ¡Oh María, Madre mía!

Enseñame a vivir escondido contigo

a la sombra de Dios.

PUNTO PRIMERO. — La liturgia celebra con entusiasmo el nacimiento de María y hace de él una de las fiestas más populares de la devoción mariana. «Tu natividad, oh Virgen Madre de Dios —canta hoy el Oficio—, anuncio la alegría al mundo entero; porque de ti salió el Sol de justicia, Cristo nuestro Dios». La natividad de María es el preludio de la natividad de Jesús, porque precisamente en aquella tiene su primer principio la realización del gran misterio del Hijo de Dios hecho hombre para salvación de la humanidad. ¿Cómo podría pasar inadvertido al corazón de los redimidos el día natal de la Madre de Redentor? La Madre preanuncia al Hijo, dice que el Hijo está para venir, que las promesas divinas, vaticinadas desde siglos, están para cumplirse. El nacimiento de María es la aurora de nuestra redención; su aparición proyecta una luz nueva sobre toda la humanidad: luz de inocencia, de pureza, de gracia, anticipo esplendoroso de la gran luz que inundara la tierra cuando aparezca Cristo, lux mundi. María, preservada del pecado en previsión de los meritos de Cristo, no solo anuncia que la Redención esta cerca, sino que trae consigo las primicias, como primera redimida por su Hijo divino. Por Ella, toda pura y toda llena de gracia, la Santísima Trinidad dirige finalmente a la tierra una mirada de complacencia, porque encuentra finalmente en ella una criatura en que puede reflejar su belleza infinita.

Después del nacimiento de Jesús, ningún nacimiento ha sido tan importante a los ojos de Dios, ni tan importante para el bien de la humanidad, como el de María. Y sin embargo, ese nacimiento permanece en completa oscuridad; nada dicen de él las Sagradas Escrituras, y cuando buscamos en el Evangelio la genealogía de Jesús, encontramos tan sólo la que se refiere a José, mientras que, si exceptuamos la alusión a su descendencia de David, nada explicito encontramos sobre el árbol genealógico de María. Los orígenes de la Virgen se ocultan en el silencio, como oculta en el silencio fue toda su vida. La natividad de María nos habla de humildad: cuanto más queremos crecer a los ojos de Dios, más nos hemos de esconder a los de las criaturas; cuanto más grandes cosas queramos hacer por Dios, en mayor silencio y retiro hemos de trabajar.

"Cuando en el mar de este mundo me siento juguete de las borrascas y tempestades, tengo los ojos fijos en ti, Oh María fúlgida estrella, para no ser sumergido por las olas".

“Cuando se levantan los vientos de las tentaciones, cuando encallo en la escollera de las tribulaciones. Pongo en ti mis ojos y te invoco, oh María. Cuando me agitan las olas de la soberbia, de la ambición, de la maledicencia y de al envidia, pongo en ti mis ojos y te invoco, oh María. Cuando la cólera o la avaricia o las seducciones de la carne azotan la frágil barquilla de mi alma, siempre miro a ti, oh María. Y si, turbado por la enormidad de las culpas, confundido por la fealdad de mí conciencia, aterrado por la severidad del juicio. Me sintiese arrastrado al vórtice de la tristeza, al abismo de la desesperación, elevaría aun a ti los ojos, invocándote siempre, oh María” (San Bernardo)

PUNTO SEGUNDO. — En el Evangelio la figura de María esta casi completamente oscurecida por la de su divino Hijo. Los evangelistas nos dicen de ella lo impresendible para presentar a la Madre del Redentor; y en efecto, entra en escena solo cuando se inicia la narración de la encarnación del Verbo. La vida de María se confunde, se pierde en la de Jesús; María vivió verdaderamente escondida con Cristo en Dios. Y notemos que vivió en la oscuridad no solo durante los años de su infancia, sino también en los días de su maternidad divina, hasta en los momentos de triunfo de su Hijo, hasta cuando una mujer entusiasmada por las maravillas que Jesús realizaba, alzo sus voz en medio de la turba, gritando: «¡Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que mamaste!» (Lc. 11,27). Sea, pues, para nosotros la solemnidad mariana que hoy celebramos una invitación a la vida escondida, a escondernos con María en Cristo y con Cristo en Dios. Muchas veces es Dios mismo el que, a través de las circunstancias o de las disposiciones de los superiores, se encarga de hacernos vivir en la oscuridad; debemos entonces estarle muy agradecidos y valernos de estas ocasiones para progresar cada vez más en la práctica de la humildad y de la vida oculta. Otras veces, por el contrario, el Señor nos puede confiar misiones, oficios, obras de apostolado que nos pongan en el candelero; pues bien, en tales circunstancias, igualmente debemos procurar desaparecer lo más posible. No debemos negarnos a obrar, pero tenemos que obrar de forma que sepamos eclipsarnos apenas nuestra palabra deje de se estrictamente necesaria para el feliz éxito de las obras a nosotros encomendadas. Todo lo demás: las alabanzas, los aplausos, la relación de los triunfos o la apología de los fracasos, no nos debe interesar; frente a todo esto nuestra táctica debe ser la de retirarnos con santa naturalidad. Un alma de vida interior debe abrigar el ansia de esconderse lo más que pueda bajo la sombra de Dios, porque, si algo bueno ha podido hacer, está convencida de que todo sido obra de Dios y por eso procura con premurosa delicadeza que todo redunde únicamente en gloria suya.

Que la vida humilde y escondida de María sea el modelo de la nuestra, y, si para emularía tenemos que luchar contra las tendencias siempre renacientes del orgullo, recurramos confiados a sus ayuda materna y María nos hará triunfar de toda suerte de vanagloria.

“En los peligros, en las angustias, en las perplejidades siempre pensaren ti, Oh María, siempre te invocare, No te apartes, Oh María, de mi boca, no te apartes de mi corazón; para obtener el apoyo de tus plegarias, haz que no pierda nunca de vista los ejemplos de tu vida. Siguiéndote, oh María, no me extravió, pensando en ti no yerro, si Tú me sostienes no caigo, si Tú me proteges no tengo que temer, si Tú me acompañas no me fatigo, si Tú eres propicia llegare al termino” (San Bernardo)