domingo, 3 de abril de 2016

EL PRIMER HOMBRE Y LA PRIMERA MUJER

EL PRIMER HOMBRE
Y LA PRIMERA MUJER


Dios creó la primera pareja humana: el hombre la mujer, que Él destino a completarse mutuamente.  En los dos sexos unidos ha realizado el Creador el ideal de la humanidad.
          Cada sexo tiene sus características; unidos verifican adecuadamente la noción de hombre.
          Dios ha asignado al hombre el trabajo vigoroso que exige firmeza y energía.  Su voluntad es fuerte, su carácter inquebrantable; en sus resoluciones es constante.  Experimenta un gozo intenso en el ejercicio completo de sus facultades en la lucha por la vida.  Pronto veríamos arruinado el organismo de la mujer si con sus fatigas hubiera de ganar el pan de cada día.
          Su misión es el velar por la familia, el emplear su afecto sin límites en la educación de sus hijos y regocijar con una sonrisa la frente preocupada del marido al volver de su trabajo.  Su fuerza no igual a la del hombre, pero es en cambio más paciente y perseverante.
          Dios ha realizado el ideal de la humanidad al crear al hombre y la mujer.  Los atractivos incomparables de la vida de familia, el amor conyugal, el cariño de los hijos, aun el patriotismo, tienen su fundamento en la distinción de los dos sexos.
          El mundo tiene necesidad del hombre, tiene necesidad de la mujer. Necesita la fuerza del primero y la ternura de la segunda.  Necesita la tenaz energía del hombre y el afecto, la belleza, la sensibilidad de la mujer.  He ahí la razón por la cual Dios colocó en el paraíso terrenal la primera mujer al lado del primer hombre.

Dr. Toth Tihamer



viernes, 1 de abril de 2016

LOS PLANES DEL CREADOR



“Dios creo al hombre a su imagen:
Lo creo a la imagen de Dios;
Lo creo hombre y mujer.  Y los bendijo
 Y les dijo: sed fecundos, multiplicaos,
Poblad la tierra”

(Gen. 1,1-27-28)


Hacia millares de años que la tierra continuaba su caminito alrededor del sol.  En su seno bullía aun la ardiente lava.  De vez en cuando se abría su corteza, que se iba endureciendo, pero el enfriamiento estaba casi acabado.
          Las vastas selvas cubrían la tierra.  La primavera exhibía sus deslumbrantes riquezas, los pájaros cantaban con el viento. Todo anunciaba la vida, la fuerza, la energía dispuesta a la acción.
          Un ser faltaba aún.
          Para él cantaba el turpial, para él la flor exhalaba su perfume, para él producía el árbol sus frutos.
          Un solo ser faltaba.

          Un solo ser que, dotado de inteligencia y consiente de sus acciones, pudiera encerrar en su alma, ávida de infinito, todas esas bellezas, todas esas magnificencias; un solo ser que, no contento con ser una voz en medio del gran concierto de la naturaleza, consagrara sus facultades superiores a interpretar los trinos de las aves, el murmullo de los torrentes, el perfume de las flores, el cuchicheo de los bosques, el gemido de los vientos, la grande majestad de las montañas; un solo ser que pudiera ofrecer al Creador su alma repleta de las claridades de la creación, semejante a un cantico de eterna gratitud. 

Dr. Toth Tihamer