"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

jueves, 18 de diciembre de 2014

De San Alfonso Maria de Ligorio Discurso III



SEGUNDA NOVENA DE NAVIDAD

DISCURSO III
(18 de Diciembre)

EL VERBO ETERNO DE SEÑOR SE HIZO ESCLAVO

Semetipsum exinanivit, formam servi accipiens.
Se anonadó a sí mismo, tomando forma de esclavo.

Considerando San Zacarías la gran misericordia de Dios en la obra de la redención humana, tuvo razón de exclamar: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque visito y rescato a su pueblo, para que, libres de las cadenas del pecado y de la muerte, con las que nuestros enemigos nos tenían esclavizados, podamos en adelante sin temor, después de adquirida la libertad de hijos de Dios, servir y amar al Señor en esta vida, para ir luego a poseerle y disfrutar eternamente de su presencia en el reino de los bienaventurados, que, cerrado  antes a los hombres, al fin se nos ha abierto por nuestro Salvador.

         Todos éramos esclavos del infierno, pero el Verbo eterno, Nuestro supremo Señor, ¿que hizo para librarnos de tamaña Esclavitud? De señor se hizo siervo. Consideremos la gran misericordia y el amor inmenso que nos ha patentizado con este prodigioso beneficio, y antes pidamos las luces necesarias a Jesús y a María.

I
        
Dios es el Señor de cuanto hay y puede haber en el universo: En tus manos está el universo entero, pues tú hiciste el cielo y la tierra. ¿Quién podrá negar a Dios el supremo dominio de todas las cosas, si es el Creador y conservador de cuanto existe? Y sobre su manto y sobre su muslo lleva escrito un nombre: Rey de reyes y Señor de señores. Las palabras en su muslo quieren decir, según Maldonado, que los monarcas terrenos están revestidos de su majestad tan solo exteriormente y por don y favor del supremo Rey, que es Dios, mientras que Dios es Rey por naturaleza, de suerte que no puede dejar de ser el Rey y Señor de todas las cosas.

         Ahora bien, este Monarca supremo reinaba sobre los ángeles del cielo y sobre toda criatura, pero no reinaba sobre los corazones de los hombres, que gemían miserablemente bajo la esclavitud del demonio. Si; este tirano, antes de la venida de Jesucristo, era el señor que hacia adorar como Dios, exigiendo inciensos y sacrificios, no solo de animales, sino también de los propios hijos y vidas propias. Y a cambio, ¿Qué es lo que este enemigo, este tirano, les daba y como los trataba? Atormentándoles el cuerpo con extremos de barbarie, cegándoles el espíritu y llevándoles por caminos dolorosos a su eterna perdición. A abatir a este tirano descendió el Verbo divino a la tierra y a libertad a los hombres de su desgraciada servidumbre, para que, libres los pobrecitos de las tinieblas de la muerte, rotas las cadenas con que el bárbaro los tenia oprimidos e iluminados en el camino de su salvación, sirvieran a su legitimo Señor, que los amaba como padre y de esclavos de Lucifer quería hacerlos sus queridos hijos, para que sin temor, liberados de mano de nuestros enemigos, le sirvamos.

         Predijo Isaías que nuestro divino Redentor había de destruir el imperio del demonio sobre los hombres: La vara de su preboste has quebrado. Y ¿Por qué llamo el profeta al demonio preboste? En sentir de San Cirilo, porque este bárbaro jefe suele exigir de sus esclavos, los pobres pecadores, los más enormes tributos pasionales, rencores, desordenados afectos, con que los va encadenando cada vez más, al paso que los atormenta bajo su yugo. Vino, pues, nuestro Salvador a libertarnos de la esclavitud de tal enemigo; pero ¿Cómo y de qué manera nos liberto? Ved aquí lo que hizo dice san pablo: el cual (Cristo Jesús), subsistiendo en la forma de Dios, no considero como una presa arrebatada el ser al igual de Dios, antes se anonado a sí mismo, tomando forma de esclavo, hecho a semejanza de los hombres. El era como el Padre, omnipotente como el Padre: pero, por amor al hombre, se humilló hasta tomar forma de esclavo revistiéndose de carne humana naturaleza para rescatarlos, satisfaciendo con sus penalidades y muerte a la divina justicia por la pena que ellos merecían. ¡Ah!, si  la santa fe nos lo enseña y nos asegura de que el Hijo de Dios, sumo y supremo Señor de todas las cosas, se anonado a sí mismo, tomando forma de esclavo.

         Nuestro señor, haciéndose esclavo, quiso comenzar desde su infancia a despojar al demonio del imperio que ejercía sobre los hombres, según lo había predicho Isaías: Ponle por nombre Majer-salal-jasbaz, este es, explica san Jerónimo que nunca tolere e reino del demonio. Ved, pues como Jesús, no bien nacido, dice el venerable San Beda, comienza por declararse siervo para alcanzar nuestra liberación de la esclavitud del infierno, registrándose como súbdito del Cesar y sometiéndose a la ley del censo. Vedlo como en señal de servidumbre, para pagar nuestras deudas con su servidumbre, se deja desde niño ligar con fajas, símbolo de las cuerdas con que un día había de ser atado por los verdugos, que le conducirían a la muerte. Dice San Zenón que el Señor permitió le fajaran porque venía a pagar las deudas del mundo. Vedlo como se somete y obedece en toda su vida a una humilde virgen y a un hombre. Vedlo más tarde, cual simple criado, en la pobre casa de Nazaret, obedeciendo a María y a José, preparando la madera para que este la trabajara, recogiendo las virutas para el fuego, barriendo la casa, acarreando agua, abriendo y cerrando la carpintería; en suma, dice San Basilio, que, siendo María y José pobres y habiendo de vivir de su trabajo, Jesucristo, para ejercitar la obediencia y demostrarles el respeto y sumisión que como a superiores le profesaba, procuraba desempeñar todos los trabajos que humanamente podía ejercer. ¡Un Dios sirviendo! ¡Un Dios fatigándose! Esta sola reflexión debería abrasarnos y consumirnos de amor.

         Cuando empezó nuestro Salvador la predicación, hízose siervo de todos, declarando que no había venido a ser servido, sino a servir. Como si dijera, comenta Cornelio  Alápide: Me conduje y me conduzco como siervo de todos, a quienes quiero servir. Por eso dice San Bernardo que nuestro Señor Jesucristo al fin de su vida no se contento con tomar simplemente la forma de siervo, sometiéndose a lo demás, sino que quiso parecer como intimo esclavo, para ser tratado como tal y pagar la pena de que éramos merecedores como esclavos del infierno por el pecado.

         Ved finalmente, dice San Gregorio Niceno, que el Señor del universo, cual súbito obediente, se somete a la injustísima sentencia de Pilatos y a las manos de los verdugos, que lo atormentan bárbaramente hasta llegarlo a crucificar. Brevemente lo expresó así San Pedro: Ponía su causa en manos del que juzga justamente, añadiendo que se sometió voluntariamente al castigo, cual si en justicia lo mereciera. Por eso, Dios nos amó tanto, que llego, en obediencia de esclavo, hasta morir con muerte dolorosa e infame, cual es la de cruz. Obedeció, no como Dios, sino como hombre, como esclavo, cuya apariencia y naturaleza había tomado.

         Admira el mundo la gran caridad de San Paulino al hacerse esclavo para rescatar al hijo de una pobre viuda; pero  ¿qué tiene que ver esta caridad con la de nuestro Redentor, que, siendo Dios, para rescatarnos de la esclavitud del demonio y de la muerte, que teníamos merecida, se hizo esclavo y permitió que lo atasen y lo clavaran en la cruz donde por fin quiso morir en un mar de dolores y desprecios? «Para que el esclavo, se trocara  en señor, quiso el Señor trocarse en esclavo» dice San Agustín. ¡Oh admirable dignación de tu piedad con nosotros! ¡Oh inestimable predilección de caridad! Para redimir al esclavo, entregaste al hijo. ¿Cómo vos, Dios de infinita majestad, os enamorasteis tanto de los hombres que, para redimir a estos rebeldes esclavos, condenasteis a muerte a vuestro Unigénito? Pero, Señor, exclama Job, ¿qué es un hombre para que en tanto le tengas—y para que pongas en el tu atención? ¿Qué es el hombre, tan vil y tan ingrato, para que tanto lo engrandezcáis y honréis con vuestro amor? Decid por que la amáis tanto, que se diría que vuestro corazón no tiene más preocupación que amarlo y hacerlo feliz.

II

         Alegraos, pues, almas que amáis a Dios en el esperáis, alegraos: si el pecado de Adán, y aun mas, vuestros propios pecados, os ocasionaron mucho daño, sabed que la redención de Jesucristo nos trajo mayor bien, como lo asegura el apóstol: donde abundo el delito, sobrerebosó la gracia. Mayor ha sido el provecho, dice san León, que nos reporto la gracia del Redentor que el daño sufrido por obra del demonio. Ya Isaías había predicho que serían mayores las gracias que el hombre recibiría de Dios por medio de Jesucristo que las penas merecidas por sus pecados: Que de mano de Yahveh ha alcanzado el doble por todos sus pecados. De este modo entiende también el texto el intérprete Adam Sasbouth, citado por Cornelio Apalide. Por eso dijo Nuestro Señor: Yo vine para que tengan vida y andén sobrados. Grande fue el pecado del hombre; pero mayor fue aun, dice el Apóstol, el don de la redención, la cual no fue solo proporcionada al remedio, sino sobreabundante. Dice San Anselmo que el sacrificio de la vida de Jesucristo sobrepaso inmensamente todas las deudas  de los pecados razón por la que la santa Iglesia llama dichosa a la falta de Adán. Cierto que el pecado nos obscureció el espíritu con respecto al conocimiento de las verdades eternas e introdujo en nuestra alma la concupiscencia que nos lleva a desear los bienes sensibles y prohibidos por la ley de Dios; pero  ¡cuántos auxilios y medios nos ha proporcionado Jesucristo con sus merecimientos para adquirir las luces y fuerzas con que poder vencer a todos nuestros enemigos y adelantar en los caminos de la virtud! Los santos sacramentos, el sacrificio de la misa, las suplicas a Dios por los meritos de Jesucristo,  ¡que armas y medios tan poderosos son, no solo para alcanzar victoria contra las tentaciones y concupiscencias, sino para correr y aun volar por las vías de la perfección! La verdad es que con estos mismos medios que se nos han dado a nosotros se santificaron todos los santos de la Nueva Ley y que nosotros tendremos la culpa si no nos aprovechamos de ellos.

         ¡Oh, cuantas gracias debemos dar a Dios por habernos hecho nacer después de la venida del Mesías! ¡Cuantos y cuan mayores bienes hemos recibido después de la redención obrada por Jesucristo! ¡Cuánto desearon Abrahán, los profetas y los patriarcas del antiguo testamento ver el nacimiento del Redentor, y sin, embargo, no lo vieron! Ensordecieron, por decirlo así, al cielo con suspiros y plegarias: gotead, cielos, desde arriba y destilen las nubes derecho. Envía, Señor, el cordero al dominador de la tierra. Envía, Señor el cordero que se sacrifique a sí mismo y así satisfaga por nosotros a la divina justicia y reine en los corazones de los hombres, miserables esclavos del demonio. Haznos gozar, Señor, de tu clemencia, y danos tu salud. Derramad cuanto antes sobre nosotros,  oh dios de bondad!. Vuestra misericordia, la mayor que habéis prometido, es decir, al Salvador, Estos eran, pues, los suspiros de los santos, y, a pesar de ello, pasaron cuatro mil años sin que tuviesen la dicha de ver nacido al Mesías. ¿Está dicha nos estaba reservada  a nosotros; y que es lo que hacemos? ¿Nos aprovechamos de ella? Amemos verdaderamente a este amable Redentor, ahora que le tenemos entre nosotros, que nos ha rescatado de las manos de nuestros enemigos, que nos ha librado con su muerte de la muerte eterna que habíamos merecido, nos ha abierto el paraíso, nos ha provisto de tantos sacramentos y tantas ayudas para servirlo y para amarlo con paz en esta vida y disfrutar de él en la venidera muy ingrata serias a tu Dios, alma mía, exclama San Ambrosio, si no le amases, después de haber querido El ser ligado con fajas para librarte del infierno, después de haberse hecho pobre para comunicarte sus riquezas, después de haberse hecho débil para hacerte fuerte contra tus enemigos, después de haber llorado y padecido para lavar con sus lágrimas tus pecados.

         Pero, ¡oh Dios, cuan pocos son los que, agradecidos a tanto amor, han permanecido fieles en honrar a su Redentor! ¿Qué digo? La mayoría de los hombres, después de tan grandes beneficios, de tanta misericordia y de tanto amor, dicen a Dios: Señor,  no te queremos servir y estamos más contentos con ser esclavos del demonio y condenados al infierno que si fuéramos siervos tuyos. El mismo Señor reprocha tamaña ingratitud con estas palabras: Rompiste tus ataduras y dijiste: No serviré. ¿Qué dices, hermano mío? ¿Fuiste uno de tales? Y dime si viviste contento cuando estabas lejos de Dios y eras esclavo de Satanás. ¿Disfrutabas entonces de paz? Ciertamente que no, ya que la palabra divina no puede dejar cumplirse: en pago de no haber servido a Yahveh, tu Dios, con alegría y buen corazón, por la abundancia de todo, habrás de servir a tus enemigos, que Yahveh enviara contra ti, en hambre, sed, desnudez y penuria de todo. Puesto que  rehusaste servir a tu Dios por servir a tu enemigo, mira como te ha tratado el tirano que te hizo gemir esclavizado entre cadenas, empobrecido, afligido y destituido de todo interior consuelo. Pero anímate, dice tu Dios, ya que puedes librarte de estas cadenas mortíferas con que te ves encadenado. Desata las ligaduras de tu cuello, cautiva hija de Sion. Rompe en seguida, ya que aun es tiempo, rompe, alma mía, los lazos que te esclavizaron voluntariamente al infierno, y déjate atar con cadenas de oro, cadenas de amor, cadenas de paz, cadenas de salvación: y sus lazos, hilados de purpura violeta.

         Pero ¿Cómo se unirá el alma a Dios? Por medio del amor, que es vínculo de perfección: Revestíos de la caridad, que es el vínculo de la perfección. Mientras que el alma siga por las vías del temor de los castigos y solo este temor le impida la caída en los pecados, siempre se hallara en peligro de recaída; mas, si se uniere a Dios por medio del amor, asegurara su perseverancia. Es preciso, pues, que pidamos siempre a Dios el don del santo amor, diciéndole: Mantenedme, Señor, siempre unido con vos; no permitáis que os vuelva a olvidar ni que abandone vuestro amor. Respecto al temor que hemos de abrigar, y que debemos pedir a Dios, es el temor filial, el temor de disgustar a este Señor y Padre nuestro.

         Recurramos también a nuestra Madre, pidamos a María Santísima que nos obtenga la gracia de no amar más que a Dios y que nos una de tal manera con el amor de su Hijo, que jamás pueda el pecado separarnos de Él.

Afectos y suplicas

         ¡Oh Jesús!, por amor mío y para librarme de las cadenas del infierno os hicisteis esclavo, y no solo de vuestro Padre, sino de los hombres y aun de los verdugos, hasta perder la vida, y yo, por un vil y envenenado placer, tantas veces rompí los lazos que me unían a vos, para hacerme esclavo del demonio. Maldigo mil veces los momentos en que, abusando tan mal de mí libertad, desprecié vuestra gracia, ¡oh Majestad infinita! Os suplico me perdonéis y me unáis a vos con las amables cadenas de amor con las que sujetáis a vuestras almas predilectas, Os amo, ¡oh  Verbo encarnado!, os amo, sumo Bien. Mi único deseo es el de amaros y solo temo verme privado de vuestro amor. No permitáis que me vuelva a separar de vos. Os ruego, Jesús mío, por todos los padecimientos de vuestra vida y muerte, que no permitáis me vuelva a separar de vos. ¡Ah, Dios mío!, si después de tantas gracias como he recibido de vos, después de haberme perdonado tantas veces,  después de haberme iluminado  con tantas luces y haberme con tano afecto invitado a amaros, tuviera la desgracia de volveros las espaldas, ¿Cómo podría esperar que me perdonaseis y no habría de temer que me precipitaseis justamente en aquel instante en el infierno? De nuevo os ruego no permitáis que me vuelva a separar de vos.


         ¡Oh María, refugio mío!, hasta ahora habéis sido mi feliz medianera, alcanzándome que Dios me perdonara con tanta misericordia. Continuad dispensándome vuestro amparo y alcanzadme una y mil muertes antes de que vuelva a perder la gracia de Dios.

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