"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

martes, 9 de marzo de 2010

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.



LA CONFESION

Presencia de Dios.- A los pies de tu cruz, Jesús mío,

Confieso mis pecados y te pido que derrames sobre mi

tu Sangre preciosa para que mi alma sea purificada.

PUNTO PRIMERO.- La confesión es el Sacramento de la Sangre de Cristo, con la cual -según la expresión grafica de Santa Catalina de Siena- «ha querido prepararnos un baño para purificar de la lepra del pecado la cara de nuestras almas». Aunque sólo los pecados mortales constituyen la materia necesaria de este Sacramento, los veniales son ya de por si materia suficiente y toda la tradición católica ha insistido siempre en la oportunidad de acudir a la Confesión frecuente aun cuando solo se tiene conciencia de pecados veniales. Pero quien, siguiendo esta norma, practique la confesión semanal. debe procurar con todo cuidado que no se convierta en una costumbre mecánica, sino que sea siempre un acto vital, que lo haga capaz de beneficiarse plenamente de todas las gracias ofrecidas en este Sacramento.

«¡No despreciéis la Sangre de Cristo!», exclamaba Santa Catalina de Siena; y en verdad, quien aprecia la Sangre de Cristo, no se acercara con ligereza a la Confesión. Para eso piensa que la Absolución no es más que la efusión de la Preciosa Sangre de Cristo que, inundando y penetrando en el alma, la purifica del pecado, le devuelve la gracia santificante si la hubiere perdido o se la aumenta si ya la posee. Esta remisión de la culpa y producción de la gracia es el fruto de la acción de Jesús, expresada por la formula que el sacerdote pronuncia en su nombre. «Yo te absuelvo»... En ese momento es Jesús quien obra en el alma, ya perdonando el pecado, ya produciendo o aumentando la gracia. Y conviene recordar que la eficacia de la absolución no se limita únicamente a los pecados cometidos, se extiende también al futuro, mediante la presencia de la gracia sacramental, previniendo al alma contra las recaídas y dándole fuerza para resistir a las tentaciones y para actuar sus buenos propósitos. De esta manera la Sangre de Jesucristo no es solo medicina para el pasado, es también un preservativo y un fortificante para el porvenir; el alma que se sumerge en ella como en un baño saludable, adquiere nuevo vigor y poco a poco sentirá extinguirse la fuerza de sus pasiones.

De aquí la importancia de la Confesión frecuente para un alma que anhela unirse con Dios y que por lo tanto debe aspirar necesariamente a la purificación total.

"¡Jesús dulce, Jesús amor! Para vestirnos de la vida de la gracia, te despojaste Tú de la vida del cuerpo; y sobre el madero de la santísima Cruz extendiste tu cuerpo, como un cordero sacrificado que se desangra por todas las venas, y por medio de esta Sangre nos creaste de nuevo a la vida de la gracia.

"Dulce Jesús, mía alma desea ardientemente verse toda bañada y sumergida en tu Sangre... Porque en la Sangre encuentro la fuente de la misericordia; en la Sangre la clemencia; en la Sangre, el fuego; en la Sangre, la piedad; en la Sangre se ha hecho justicia de nuestras culpas en la sangre se ha saciado la misericordia; en la sangre las cosas amargas se convierten en dulces y los grandes pesos se hacen ligeros. Y ya que en tu sangre ¡Oh Cristo! maduran las virtudes, embriaga y sumerge mi alma en tus sangre, para que se revista de verdaderas y autenticas virtudes"

PUNTO SEGUNDO.- cuando, al acercarse al tribunal de la penitencia, no encuentra el alma más que pecados veniales de que acusarse, no debe preocuparse de la integridad de la confesión, como tiene que hacerlo, por el contrario, cuando se trata de pecados mortales. No es necesario que enumere todas las faltas veniales que haya cometido durante la semana; es mucho más provechoso que fije la atención en primer lugar sobre las deliberadas, y después sobre las semideliberadas, aunque no pasen de simples imperfecciones, y manifieste no sólo su aspecto exterior, sino también su motivo intimo. Pues, aunque esto no sea de por si necesario para la validez de la confesión, es cierto, sin embargo, que cuanto más claramente se manifieste en la confesión la raíz del mal, mayor será el fruto sea por el acto de humildad realizado, sea porque la consideración de los motivos poco nobles de nuestras culpas hará brotar en nosotros un arrepentimiento más profundo y un deseo más vivo de enmienda. Por otra parte, una confesión de esta índole dará al confesor la posibilidad de conocer mejor los puntos débiles del penitente e indicarle los remedios más aptos, cosa importantísima cuando a la confesión va unida la dirección espiritual. Pero más que de la acusación, el alma tiene que preocuparse del dolor de los propios pecados, porque son una ofensa a Dios, Bondad infinita; que su dolor nazca ex amore, del amor, que sea el arrepentimiento de un hijo que no se aflige por la propia vergüenza o por los castigos merecidos, sino por el disgusto causado a su Padre que tanto ama y a cuyo amor tiene obligación de corresponder. El dolor es tan necesario para la validez del Sacramento, que, si llegase a faltar, la absolución seria nula; y, por otra parte, cuanto más perfecto se el dolor , más eficaz será la absolución: borrará no sólo el pecado, sino también la pena temporal contraída por él. Cuanto más contrito se acerque a la confesión el corazón del penitente, más lo purificará y renovará la sangre de Cristo, enriqueciéndolo con abundancia de fuerza, de caridad y de gracia.

¡Oh Jesús! Si una sola gota de tu Sangre preciosísima puede borrar todos los pecados del mundo, ¿qué no podrá obrar en mí cuando tan abundantemente la derramaras sobre mi pobre alma en el momento de la Absolución? ¡Oh Jesús! Aviva mi fe y hazme conocer profundamente el valor inmenso del Sacramento de tu Sangre. Ella sola es la que me lava de los pecados, la que me purifica de las impurezas, la que sana y vivifica mi alma. Haz que este baño saludable penetre en todo mi ser y lo renueve por completo en tu gracia y en tu amor

Concédeme, Señor por los meritos de tu Pasión, que me acerque siempre al tribunal de la Penitencia con un corazón verdaderamente humilde y contrito, con un dolor de mis culpas cada vez más perfecto y detestando siempre más sincera y profundamente todo lo que significa ofensa tuya. De esta manera desaparecerá de mi todo afecto al pecado, y tu Sangre preciosísima no hallará impedimento para penetrar en las intimidades de mi alma, limpiándola, renovándola y vivificándola toda. ¡Oh Jesús, haz que tu Sangre produzca en mi todos sus frutos!