"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

martes, 15 de junio de 2010

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.


EL AMOR MISERICORDIOSO

III DOMINGO DEPUES DE PENTECOSTES

Presencia de Dios.— ¡Oh Jesús! Dígnate descubrirme los infinitos

tesoros de misericordia encerrados en tu Corazón.

PUNTO PRIMERO.— La Liturgia de hoy es una cálida invitación a la confianza en el amor misericordioso de Jesús. Desde el principio de la Misa la Iglesia nos hace orar así: «Vuélvete a mí y ten de mi piedad, Señor, porque estoy desolado y pobre. Mira mi miseria y mi tribulación y perdona, Dios mío, todos mis pecados» (Introito); en la Colecta luego nos hace pedir: «Oh Dios..., derrama sobre nosotros tus misericordias»; y poco después nos exhorta: «Deja en Dios la preocupación de ti mismo, que El te sustentara» (Gradual). Pero ¿Cómo justificar tanta confianza en Dios si a pesar de todo somos siempre pobres pecadores? Esta justificación la encontramos en el Evangelio de hoy (Lc. 15,1-10) que refiere dos parábolas de que Jesús mismo se sirvió para enseñarnos que jamás confiaremos demasiado en su misericordia infinita; la parábola de la oveja descarriada y de la dracma perdida. Ante todo, se nos presenta el buen pastor que va en pos de la oveja descarriada; es la figura de Jesús bajado del cielo para ir en busca de la pobre humanidad perdida en los antros oscuros del pecado: para encontrarla, para salvarla, y conducirla de nuevo al redil, no duda El en afrontar los más amargos sufrimientos y aun la muerte. «Y cuando la ha encontrado, se la carga a los hombros todo feliz y, llegado a casa, llama a sus amigos y vecinos y les dice: «Congratulaos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había extraviado». Esta es la historia del amor de Jesús, no solo con toda la humanidad sino con cada alma en particular; historia perfectamente sintetizada en la dulce figura del buen pastor, bajo la cual Jesús mismo ha querido representarse. Bien se puede decir que la figura del buen pastor — tan querida en los primeros siglos de la Iglesia — equivale a la del Sagrado Corazón; una y otra son la expresión viva y concreta del amor misericordioso de Jesús y nos convidan a ir a Él con plena confianza.

"¿En quién, Señor, pueden así resplandecer [tus misericordias] como e mi, que tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que me comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! Ni nadie tiene la culpa sino yo; porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en Vos... Pues no lo merecí, ni tuve tanta ventura, válgame ahora, Señor, vuestra misericordia"

De tan gran maldad y tan excesiva ingratitud "Ya... algún bien ha sacado vuestra infinita bondad; y mientras mayor mal, mas resplandece el gran bien de vuestras misericordias. ¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar! Suplicoos yo, Dios mío, sea así y las cante yo sin fin, ya que habéis tenido por bien de hacerlas tan grandísimas conmigo, que espantan los que las ven, y a mí me saca de mí muchas veces, para poderos mejor alabar a Vos; que estando en mí sin Vos, no podría, Señor mío, nada, sino tornar a ser cortadas estas flores de este huerto, de suerte que esta miserable tierra tornase a servir de muladar como antes. No lo permitáis, Señor, ni queráis se pierda alma que con tantos trabajos comprasteis, y tantas veces de nuevo la habéis tornado a rescatar y quitar de los dientes del espantoso dragón"

PUNTO SEGUNDO.— « Yo os digo que habrá en el cielo mayor fiesta por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia». Con este pensamiento, aunque expresado en forma diversa, termina las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja descarriada, la de la dracma perdida y la del hijo prodigo. Esta insistente repetición nos indica cuanto interés ha tenido Jesús en inculcarnos un profundo sentimiento de la misericordia infinita, misericordia que está en absoluto contraste con la actitud dura y desdeñosa de los fariseos que murmuraban diciendo: «Este [Jesús] acoge a los pecadores y come con ellos»; más aún, las tres parábolas son precisamente la respuesta del Maestro a la insinuación maligna y mezquina de los fariseos.

A nosotros, criaturas limitadas y tan miopes de vista espiritualmente, no nos es fácil calar a fondo este inefable misterio; y no sólo nos resulta difícil comprenderlo respecto a los demás, sino aun respecto a nosotros mismos. Sin embargo, Jesús lo dijo y lo repitió: «Hay mas fiesta en el cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos»; y con esto ha querido decláranos cuanta gloria da a Dios el alma que, tras sus caídas vuelve a El arrepentida y confiada. El sentido de estas palabras no se ha de aplicar sólo a los grandes pecadores, a los que se convierten del pecado grave, sino también a aquellos que se convierten de los pecados veniales, que se humillan y se levantan después de las infidelidades que se les deslizan por debilidad o por irreflexión. Esta es nuestra historia de todos los días; ¡cuántas veces hemos propuesto vencer nuestra impaciencia, nuestra irritabilidad o susceptibilidad, y cuántas veces recaemos! Pero, si reconociendo humildemente nuestra falta, vamos con confianza «a pedirle perdón arrojándonos en sus brazos, Jesús se estremece de alegría», Y «hará todavía mas: nos amara con mayor amor que antes de cometer nuestra falta» (TNJ. Cart. 231 Y CR. p. 1681)

En la Communio repite hoy la liturgia el ultimo versículo del Evangelio: «Yo os digo; los ángeles de Dios se regocijan por un solo pecador que se arrepienta». Pidamos, pues nosotros en la Sagrada Comunión que nos deje penetrar los secretos de su amor infinitamente misericordioso.

¡Oh Jesús! Lo sé; " vuestro Corazón está más triste por las indelicadezas de vuestros amigos, que por las faltas, aun graves, que cometen las personas del mundo. Pero me parece que esto es sólo cuando, no dándonos cuenta de nuestras continuas indelicadezas, hacemos de ellas una costumbre y no pedimos perdón; entonces es cuando podéis decir: " Estas llagas que veis en medio de mis manos son las que recibí en la casa de los que amaban". Pero si después de cada indelicadeza vamos a pediros perdón arrojándonos en vuestros brazos, vos os estremecéis de alegría y decís a los ángeles; " Vestidle su mejor vestido, ponedle un anillo en el dedo, alegrémonos". ¡Oh Jesús!, ¡qué poco conocidos son la bondad y el amor misericordioso de vuestro Corazón! " (TNJ. Cart. 231)

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