"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

viernes, 24 de diciembre de 2010

De San Alfonso Maria de Ligorio




EL VERBO ETERNO, DE SUBLIME, SE HIZO HUMILDE

(24 de Diciembre)

Discite a me, quia mitis sum et humilis corde (472)

Aprended de mi, pues soy manso y humilde de corazón.

La soberbia fue la primera causa de la caída de nuestros primeros padres, quienes por no sujetarse a la obediencia divina se perdieron a si y a todo el género humano; pero la misericordia de Dios, para remediar tamaño mal, permitió que su Unigénito se humillara hasta el extremo de revestirse de carne humana y, con el ejemplo de su vida, indujera al hombre a enamorarse de la santa humildad y a detestar la soberbia, que nos hace odiosos a los hombres y a Dios. He aquí por que san Bernardo nos invita hoy a visitar la gruta de Belén con estas palabras: «Vayamos a Belén, que allí tenemos qué admirar, qué amar y qué imitar» (473)

Sí; en aquella gruta tendremos, en primer lugar, qué admirar. ¡Cómo!, ¿un Dios en un pesebre? ¿Un Dios sobre la paja? ¡Cómo!, el Dios que se sienta en lo más excelso del cielo en trono de majestad (474) , ¿Colocado en un pesebre, desconocido y abandonado y sin apenas más compañía que la de dos animales y algunos pastorcillos?

Tendremos también que amar, al encontrarnos con un Dios que, si bien infinito, quiso bajarse hasta ofrecerse al mundo como pobre niño para hacérsenos mas amable y querido, según el mismo san Bernardo decía. (475)

Y hallaremos finalmente, que imitar en el Supremo Rey del cielo, hecho humilde, pequeñito y pobre niño, que ya en aquella cueva quiere comenzar, desde su infancia, a enseñarnos con su ejemplo lo que después nos enseñara con su voz, continúa diciendo el mismo santo Abad (476)

Imploremos las luces de la gracia a Jesús y María.

I

¿Quién no sabe que Dios es el primer y supremo noble, del que depende toda nobleza? Su grandeza es infinita; no depende de nadie y de nadie heredo su grandeza, que siempre pre poseyó en sí mismo. Es el Señor de todo y a quien todas las criaturas obedecen. Los vientos y el mar le obedecen (477). Sobrada razón tiene el Apóstol para decir: Al rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos (478). Pero el Verbo eterno, para meditar la desgracia del hombre, perdido por su soberbia, así como le dió ejemplo de pobreza, como ya consideraremos en el presente discurso, para desprenderle de los bienes terrenos, así quiso también servirle de ejemplo de humildad para librarlo del vicio de la soberbia.

El primero y mayor ejemplo de humildad fué el hacerse hombre y cargar con nuestras miserias: Hecho a semejanza de los hombres (479). Dice Casiano que quien viste vestido ajeno, bajo él se esconde, y así Dios quiso esconder su naturaleza divina bajo el humilde vestido de la naturaleza humana (480). Y San Bernardo añade que ocultó la majestad divina para tomar nuestra naturaleza y para que se juntasen Dios y el barro, la majestad y la enfermedad, tanta vileza y tanta sublimidad (481). ¡Un Dios unirse al barro! ¡La Grandeza a la miseria, la Sublimidad a la vileza! Pero lo que más nos ha de asombrar es que no tan sólo quiso Dios hacerse criatura, sino aparecer como pecador, revistiéndose de carne semejante a la carne de pecado (482).

Y aun no se contento el Hijo de Dios de aparecer como hombre, ni aun como hombre pecador, sino que quiso elegir la vida más baja y humilde que puede existir entre los hombres, de manera que llego a llamarlo Isaías Abandonado de los hombres (483). Jeremías había predicho que había de ser saciado de oprobios y de ignominias (484), y David que había de ser oprobio de los hombres y hez del pueblo (485). Por eso quiso Jesucristo nacer en el mundo lo más pobre que se pueda imaginar. ¡Qué vergüenza para un hombre, por pobre que se quiera, nacer en un pesebre! los pobres nacen en su casucas, a veces entre pajas, pero nunca en el establo, en que apenas si nacen las bestias y los gusanillos; y como gusano quiso nacer en la tierra el Hijo de Dios (486). Con tal humildad quiso nacer el Rey del universo, dice San Agustín, para demostrarnos en su humildad la majestad y omnipotencia al hacer con su ejemplo amantes de la humildad a los hombres, que nacen plagados de soberbia (487).

Anuncio el ángel a los pastores el nacimiento del Mesías, y las señales que les dio para reconocerlo fueron todas las señales de humildad. Hallaréis al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre (488). Así se da a conocer un Dios que viene a la tierra a destruir la soberbia.

La vida de Jesucristo en Egipto, cuando vivió desterrado en aquel país, fué conforme a su nacimiento, pues allí vivió como extranjero, desconocido y pobre entre aquellos barbaros y sin que nadie le conociese ni hiciese caso de Él. Volvió a Judea, y su vida no fué distinta de la que vivió en Egipto, ya que paso treinta años en un taller, tenido por todos como hijo de un sencillo artesano, con su oficio de menestral, pobre, desconocido y despreciado. En aquella su familia no había criados ni criadas, pues José y María eran los dueños y los criados, como dice San Pedro Crisólogo (489). El solo criado de aquella casa ere el Hijo de Dios, que quiso hacerse hijo del hombre, es decir, de María, para hacerse humilde siervo y, como tal, obedecer a un hombre y a una señora. (490).

Después de treinta años de vida escondida, llego por fin el tiempo en que nuestro Salvador había de comparecer en público para predicar la celestial doctrina que había venido a enseñarnos desde el cielo, por lo que fué necesario se diera a conocer lo que era, verdadero Hijo de Dios. Mas ¿cuántos fueron los que lo reconocieron por tal y lo honraron como merecía? Fuera del reducido número de discípulos que le siguieron, todos los demás, en lugar de honrarlo, lo despreciaron como hombre vil e impostor, cumpliéndose entonces la profecía de Simeón: Este está puesto... como señal a quien se contradice (491). Jesucristo fué contradicho y menospreciado en todo: en su doctrina, ya que al manifestar que era el Unigénito de Dios fué tenido por blasfemo y, como tal, reputado reo de muerte, como decía el impío Caifás (492) Fué despreciado en su sabiduría, ya que lo tuvieron por loco y falto de juicio (493). Fué despreciado en sus costumbres, teniéndolo por borracho, comilón y amigo de ribaldos (494). Fué tenido además, por hechicero, que tenia pactos con el demonio (495) ; hereje y endemoniado (496), seductor (497). Finalmente, fué Jesucristo acusado por el público de ser tan malhechor que no necesitaba proceso para condenarlo a muerte de cruz, según decían los judíos a Pilatos (498).

Llegó, por fin, el Salvador al término de su vida y a su pasión, y en ella, ¡Dios mío, qué de desprecios y vilipendios no recibió! Fué traicionado y vendido por uno de sus discípulos en treinta monedas, inferiores al precio en que se vende una bestia. Otro discípulo renegó de él. Fué conducido por las calles de Jerusalén, atado como un Malhechor, abandonado de todos, hasta de sus contados discípulos. Fue vilmente tratado como esclavo, con el castigo de los azotes; fué abofeteado públicamente, tratado como loco vestido por Herodes con vestidura blanca, para hacerle pasar por hombre ignorante y estúpido, según se expresa San Buenaventura (499). Fué reputado como rey de burlas, poniéndole en la mano un caña por cetro, en las espaldas un andrajoso pedazo de púrpura y en la cabeza un haz de espinas por corona, y después le saludaban irónicamente: ¡Salud, Rey de los Judíos!(500), cubriéndole la cara de esputos y bofetones (501).

Finalmente, quiso morir Jesucristo; pero ¿con qué muerte? Con la más ignominiosa, cual fué la de cruz (502). Quienes a la sazón morían crucificados eran tenidos por los más viles y malvados de los reos (503), Por lo que le nombre de crucificado era nombre de maldición e infamia. De ahí que el Apóstol dijese: Cristo... hecho por nosotros objeto de maldición; porque escrito está: «Maldito todo el que está colgado de un palo» (504). San Atanasio comenta así: «Se llama maldito por que cargó con nuestra maldición» (505) para salvarnos de la maldición eterna.

Pero, Señor, exclama aquí Santo Tomás de Villanueva, ¿dónde está tu gloria y tu majestad en medio de tanta ignominia? Y responde: No busques tal gloria y majestad, pues vino a dar ejemplo de humildad y a manifestar el amor que tuvo a los hombres, amor que le hizo como salir de sí mismo (506).

II

Refiere la fabula pagana que Hércules (507), por el amor que profesaba al rey Augias, llegó hasta cuidar de sus caballerizas; y que Apolo (508), por amor también a Admeto, pastoreó sus rebaños. ¡Fabulas tan sólo ! Pero lo que es de fe es que Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, por amor a los hombres se humilló hasta nacer en una gruta, vivió vida de humillaciones y, finalmente, murió ajusticiado en infame patíbulo. «¡Oh gracia, oh fuerza invencible del amor! — exclama San Bernardo —, ¿es posible que hayas obligado al Señor de todas las cosas a hacerse el menor de todas ellas?(509). ¡Oh fuerza del amor divino, el más excelso de todos hacerse el más vil de todos! «¿Quién hizo esto?»—prosigue preguntado el Santo—. El amor, que no se detiene en dignidades (510), cuando se trata de conquistarse el afecto de la persona amada. Dios, que de nadie puede ser vencido, fué vencido por el amor, ya que el amor le redujo a hacerse hombre y a sacrificarse por amor a los hombres en mara de dolores y desprecios. «Se anonadó a sí mismo— prosigue el santo Abad—para que sepas que fué el amor quien rebajó al nivel del hombre semejante grandeza. (511).

Dice San Gregorio Nacianceno que de ninguna otra manera podía Dios manifestarnos mejor su amor que humillándose hasta cargar con las mayores miserias e ignominias sufridas por los hombres en la tierra (512). Y Ricardo de San Víctor añade que, habiendo el hombre tenido la audacia de ofender a la majestad de Dios, fué necesario para purgar su delito que interviniese una humillación también infinita (513). Pero «cuanto más se ha humillado nuestro Dios—sigue San Bernardo—, tanto mayor se ha mostrado en la bondad y el amor»(514). Por lo tanto, después de haberse un Dios humillado tanto por amor al hombre, ¿tendrá éste aún repugnancia en humillarse por amor a Dios? No merece el nombre de cristiano quien no es humilde y no procura imitar la humildad de Jesucristo, que vino al mundo, como dice San Agustín, para abatir la soberbia. La soberbia humana fué la enfermedad que hizo bajar del cielo a este divino Médico, le colmo de ignominias y le hizo morir crucificado. Avergüéncese, pues, el hombre de ser soberbio, al menos cuando fije su vista en un Dios que, para curarlo del orgullo, se humillo tanto (515). Y San Pedro Damiano escribe que «el Señor quiso abajarse tanto para sacarnos de la hediondez de nuestros pecados y colocarnos al par de los ángeles en el excelso reino del cielo» (516). «La humillación del Hijo de Dios—añade San Hilario—fué nuestra nobleza» (517). «¡Oh inmensidad del amor divino, continua diciendo San Agustín—, un Dios por amor al hombre enamorarse de los desprecios para hacerle partícipe de su honor, abrazarse con los dolores para darle la salud, venir a morir para darle la vida!» (518).

Jesucristo, al elegirse tan humilde nacimiento, vida tan menospreciada y muerte tan ignominiosa, ha tornado nobles y amables los desprecios y los oprobios , por lo que los santos en este mundo fueron tan amantes y hasta ávidos de las ignominias, que se diría no sabían ni desear ni buscar más que ser despreciados y pisoteados por amor de Jesucristo. Cuando vino el Verbo al mundo, se cumplió puntualmente lo que Isaías había profetizado: En lo que era la morada de chacales, su cubil habrá verdor de cañas y juncos (519); es decir, que donde habitaban antes los demonios, soberbios espíritus, allí nacería, ante la humildad de Jesucristo, el espíritu de humildad. Verdor de cañas, comenta Hugo, porque el humilde esta como vacio a sus propios ojos (520). Los humildes en efecto, no están pagados de sí, como los soberbios, sino al contrario, vacíos, creyendo en verdad que todo cuanto tienen es don de Dios. De lo que bien podemos inferir que Dios ama tanto al alma humilde como aborrece a la soberbia.

Pero ¿será posible, pregunta San Bernardo, que se hallen aún orgullosos, después de haber visto la vida que vivió Jesucristo? ¿Cómo es posible que el hombre, gusanillo manchado con tanto pecado, viendo a un Dios de infinita majestad y pureza que tanto se humilla para enseñarnos la humildad, sea aún orgulloso?(521).

Sépase que los orgullosos nada ganan ante Dios. San Agustín advierte: «¿Te engríes? Dios huye de ti. ¿Te humillas? Dios viene a ti» (522). Huye el Señor de los soberbios, y, al contrario, no sabe despreciar el corazón que se humilla, por pecador que sea (523). Dios prometió escuchar a quien le rogare: Pedid y se os dará. Todo el que pide, recibe (524); pero también ha afirmado que no puede escuchar a los soberbios, como nos dice Santiago: Dios se opone a los soberbios, mas a los humildes otorga su gracias (525). Santa Teresa declaraba que las mas excelsas gracias las había recibido de Dios cuando más se humillaba ante su presencia (526). La oración del que se humilla entra por sí misma en el cielo, sin necesidad de ser introducida, ni se retira sin alcanzar de Dios lo que desea (527).

Afectos y Súplicas

¡Oh Jesús mío, despreciado!, con vuestro ejemplo hicisteis muy queridos y amables los desprecios a vuestros amantes. ¿Cómo, pues, en vez de recibirlos alegremente, como vos, me he portado con tanto orgullo, ofendiéndoos a vos, majestad infinita? ¡Pecador y soberbio! ¡Ah, Señor!, ya lo comprendo; no he sabido sufrir pacientemente porque no he sabido amaros; si os hubiera amado, habría encontrado suaves y agradables los padecimientos. Pero, ya que prometéis el perdón a quienes se arrepienten, me arrepiento con toda el alma de toda me desordenada vida, tan diferente de la vuestra. Quiero enmendarme y os prometo, de hoy en adelante, sufrir pacientemente cuantos desprecios se me hicieren por amor vuestro, Jesús mío, que por mi amor fuisteis de tal modo despreciado. Comprendo que las humillaciones son las preciosas minas con que enriquecéis a las almas de tesoros eternos. Otras humillaciones y otros desprecios merezco por haber despreciado vuestra gracia: merezco ser pisoteado por los demonios, pero vuestros merecimientos son mi esperanza. Quiero cambiar de vida y no quiero disgustaros mas, Por lo que de hoy en adelante no quiero buscar sino vuestro gusto. Muchas veces merecí ser lanzado al profundo del infierno, pero, ya que me esperasteis hasta el presente y aun me habéis perdonado los pecados, como espero, haced que, en vez de arder en aquel desgraciado fuego, arda en el fuego bendito de vuestro santo amor. No; ya no quiero vivir más, ¡oh Amor mío! sin vuestro amor. Ayudadme y no permitáis que viva ingrato, como en lo pasado. En lo venidero solo a vos quiero amar, y quiero que mi corazón sea solo vuestro. Por favor, tomad posesión del, y tomadla por toda la eternidad, de manera que yo sea siempre vuestro y vos siempre mío, yo os ame siempre y siempre me améis vos. Así lo espero, mi amabilísimo Dios; yo siempre os amare y vos siempre me amareis. Creo en vos, bondad infinita; os amo y siempre lo repetiré: os amo, os amo, os amo y, porque os amo, quiero hacer cuanto me sea dable para complaceros. Disponed de mi como os plazca; basta que me deis la gracia de amaros, y luego disponed de mi como quisiereis. Vuestro amor es y será siempre mi único tesoro, mi único deseo, mi único bien y mi único amor.

¡Oh María, esperanza mía, Madre del amor hermoso, ayudadme a amar mucho y siempre a mi amabilísimo Dios!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario