"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

viernes, 1 de julio de 2011

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.


FIESTA DEL SAGRADO CORAZON DE JESUS

VIERNES DE LA II SEMANA DESPUES DE PENTECOSTES

Presencia de Dios.— ¡Oh Jesús! Concédeme

penetrar los secretos escondidos

en tu divino Corazón.

PUNTO PRIMERO.— Después de haber fijado nuestra mirada en la Eucaristía, don que corona todos los dones del Corazón de Jesús a los hombres, la Iglesia nos invita a considerar directamente el amor del Corazón de Cristo, fuente y motivo de todo don. Se puede decir que la fiesta del Corazón de Cristo es la fiesta de su amor hacia nosotros. «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres», nos repite hoy la Iglesia, mostrándonos que precisamente «en el Corazón de Cristo herido por nuestros pecados, Dios se ha dignado misericordiosamente darnos infinitos tesoros de amor» (la colecta). Inspirándose en este pensamiento, la liturgia de hoy viene a ser una reseña de los inmensos beneficios que se nos derivan del amor de Cristo y un himno de alabanza a su amor de Cristo y un himno de alabanza a su amor. «Cogitationes Cordis ejsus» — canta el Introito de la Misa— :«Los designios de su Corazón —del Corazón de Jesús— permanecen de generación en generación; [consisten] en arrebatar las almas a la muerte y alimentarlas en tiempo de carestía». El Corazón de Jesús anda siempre en busca de almas que salvar, que soltar de los lazos del pecado, que lavar con su Sangre y que alimentar con su Cuerpo; el Corazón de Jesús está siempre vivo en la Eucaristía, para saciar el hambre de los que le ansían, para acoger y consolar a cuantos, chasqueados por las amarguras de la vida, se refugian en El en busca de paz y alivio. Y Jesús mismo nos sostiene en las asperezas del camino: «Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas» (Verso del Alleluia). Si es imposible eliminar el dolor de la vida, es en cambio posible a quien vive por Jesús sufrir en paz y encontrar en su Corazón el reposo del alma cansada.

"¡Oh Jesús! Por divina disposición fue permitido que uno de los soldados te abriese y atravesase el costado. Con la Sangre y el agua que brotaron de el, venia a derramarse el precio de nuestra salud que, saliendo de la fuente escondida de tu Corazón, diese a los Sacramentos la virtud d conferir la vida de la gracia y fuese, para los que en ti viven, la taza de la fuente viva que salta hasta la vida eterna. Levántate, pues, alma mía, no dejes de velar; arrima aquí tu boca, para sacara el agua y beber en la fuente del salvador" (San Buenaventura).

PUNTO SEGUNDO.— El evangelio y la Epístola nos llevan mas directamente aun a la consideración del Corazón de Jesús. El Evangelio (Jn. 19,31-37) nos muestra su Corazón descubierto por la herida de la lanza: «uno de los soldados le abrió el costado con la lanza»; y San Agustín comenta: «El Evangelista dijo abrió para mostrarnos que en cierto modo allí se nos abre la puerta de la vida, de donde han brotado los Sacramentos». Del Corazón traspasado de Cristo—símbolo del amor que le ha inmolado por nosotros en la Cruz— han brotado los Sacramentos, figurados en el agua y la sangre salidos de su herida y precisamente mediante estos Sacramentos, figurados en el agua y la sangre salidos de su herida, y precisamente mediante estos sacramentos recibimos nosotros la vida de la gracia; si, es exactísimo decir que el Corazón de Jesús ha sido abierto para introducirnos en la vida. «Angosta es la puerta que conduce a la vida» (Mt. 7,14), dijo un día Jesús; mas si por esta puerta entendemos la herida de su Corazón, cabe decir que no podía abrirnos una puerta más acogedora.

Pero san Pablo, en su bellísima Epístola (Ef. 3,8-19), nos invita a entrar más adentro aun en el Corazón de Jesús para contemplar sus «incalculables riquezas» y penetrar «el misterio oculto desde los siglos en Dios». Este «misterio» es precisamente el misterio del amor infinito de Dios, que nos ha prevenido desde la eternidad y que nos ha sido revelado por el Verbo hecho carne; es el misterio de aquel amor que nos ha querido redimir y santificar en Cristo, «en el cual tenemos franco acceso a Dios» Una vez mas Jesús se nos presenta como la puerta que conduce a la salvación: «Yo soy la puerta. Quien entre por Mí se salvara» (Jn. 10,9); y la puerta es su Corazón, que rasgándose por nosotros, nos ha introducido en la vida. Solo el amor nos puede permitir penetrar este misterio de amor infinito pero no basta un amor cualquiera, es menester —como dice San Pablo— estar «arraigados y fundados en amor»; solo así podremos «conocer el amor de Cristo, que supera todo ciencia, para que seamos llenos de toda la plenitud de Dios».

“¡Oh Jesús! Ahora que ya he entrado en tu dulcísimo Corazón —y bueno es estarnos aquí— no queremos dejarnos fácilmente separar de ti. ¡Oh Cuán bueno y dulce es habitar en tu Corazón! Tu Corazón ¡Oh buen Jesús!. Es el rico tesoro, la perla preciosa que hemos descubierto en el campo excavado de tu Cuerpo. ¿Quién arrojará esta perla? Más bien, tiraré todas las perlas del mundo, daré a cambio todos mis pensamientos y afectos y me la comprare; arrojare toda mi solicitud en tu Corazón, ¡oh buen Jesús! Y ciertamente El me saciara. Yo he encontrado tu Corazón, ¡Oh Señor!, tu Corazón, ¡Oh Jesús benignísimo!, Corazón de rey, Corazón de hermano, Corazón de amigo. Escondido en tu Corazón. ¿no orare yo? Si, orare. Ya tu Corazón es mi corazón lo digo sin rebozos. Pues si Tú, ¡Oh Jesús! , eres mi Cabeza, ¿Cómo no se habrá de decir mío lo que es tuyo? ¿No es verdad que los ojos de mi cabeza son míos? Así, pues, el Corazón de mi Cabeza espiritual es mi corazón. ¡Qué alegría! Mira: Tú y yo tenemos un solo corazón. Entretanto, habiendo encontrado de nuevo, ¡Oh Jesús dulcísimo!, este Corazón divino que es tuyo y es mío, orare a ti. Dios mío: acoge en el sagrario de tus audiencias mis oraciones, mejor aun atráeme enteramente a tu Corazón” (San Buenaventura).

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