"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Jesus Rey del Amor por el R.P. Mateo Crawley-Boevey


AMOR DE CONFIANZA

El hijo del Hombre vino a salvar

lo que se había perdido (1)

Soy Yo, no temáis (2)

Palabra inefable, elocuente como pocas, tal vez ninguna. Tened confianza Soy Yo. ¡Yo, vuestro Padre, vuestro Amigo, vuestro salvador! Nolite timere, ¡No temáis!

- Pero ¿Por qué?...¿Y mis ruindades?

-¡Ego sum!, Porque soy Yo... Si fuera un Ángel, un Profeta, Un Santo, podrías temer, pues las criaturas, las mejores, no pueden ni conoceros, ni juzgaros, ni amaros como Yo... No temáis, porque soy Jesús.

Por esto dijo El: Mi paz os dejo (3). La Suya no la nuestra, tan deleznable; la suya, no la del mundo, falsificada y peligrosa, envenenada.

Sobre la base de su misericordia, tengamos paz. No porque nos creamos justos y confirmados en gracia, sino porque creemos con fe inmensa en su amor, remedio y reparación de nuestras miserias.

¿Qué haríamos sin esta energía sobrenatural, divina, de la confianza en Jesús? Se llega a la cima de la santidad por camino de confianza; no hay otro camino.

Porque siendo lo que somos todos, un abismo de bajezas y pecados, y pedirnos que, así y todo subamos sin darnos, ante todo, estas alas de confianza, sería más bien arrojarnos en otro abismo: el de un desaliento definitivo y sin remedio. Pero por esta escala santa, pero con esas alas divinas, ¡Oh, sí!, quiero y puedo ser santo; quiero y puedo subir my alto, de profundis, dese lo profundo de mi ruindad, desde el abismo de mi miseria.

No se me diga que esto es pretensión, o que esto es ilusión... Si creyese llegar a la cumbre por mis pies de arcilla, entonces mil veces sí, ello sería locura y soberbia; pero en el ascensor de los brazos de Jesús, sobre su Corazón..., estoy cierto que llegaré, cabalmente porque soy menos que una hormiga. El convierte siempre las hormigas confiadas en águilas reales.

Si El, el Dios de perdón y de gracia; si El Jesús, el Dios de misericordia y ternura; si El , Jesús, el Dios Crucificado y Sacramentado por amor y Encarnado para salvar, no me inspira una confianza ciega, inmensa, ilimitada ¿quién podrá inspirármela?

Vino, por ventura, a la tierra para traernos, ¿qué?... ¿El dardo de tremenda justicia? ¿Las llamas de una cólera divina? ¿La sentencia de muerte eterna, mil veces merecida?... ¡No, no; mil veces no! Abrid el Evangelio en cualquier página, al caso y aun en su indignaciones y anatemas, encontraréis embriagador, irresistible el Corazón del Salvador.

Vino a perdonar, a salvar, a sembrar paz, a dar cielo, aun y sobre todo a quienes le prepararon el patíbulo de la cruz: ¡Perdónalos, Padre, no saben lo que se hacen!(4).

Con este fin redentor se anonadó a si mismo tomando la forma o naturaleza de esclavo(5) se revistió de nuestro ropaje de lepra, y por esto, lo fulminó el Padre.

Nuestras miserias las tomó consigo, según está escrito: Tomó sobre si nuestras debilidades, llevó sobre sus hombros nuestras enfermedades (5); hombre de dolores, supo lo que es sufrir (6)

No, por cierto, en un sentido literal, sino figurado, podríamos, pues, aplicarle aquella expresión de los Libros Santos: El Abismo atrae al abismo (7). Esto es: el abismo de nuestra miseria y corrupción, diríase que atrajo al abismo de su misericordia y bondad.

Belén es apenas, con toda su pobreza, un trasunto, una pintura de poesía, comparando con otra cuna, consciente en su pobreza e indignidad: el corazón del que comulga. Jesús que esto sabe, manda que se le reciba, que se comulgue. Sobre la base de arrepentimiento y humildad, parece Jesús echar un velo de paraíso sobre esta cuna menos que pajiza, y se goza en ella, y tiene ansias supremas de descansar en ese altar desmantelado... ¡Negarle el derecho a esa descendencia, seria herirle en el corazón¡...

¿Sabéis cual es para mí la Transfiguración que me enloquece? No la de Tabor, donde, por un momento, parece recobrar lo que había dejado por mi bien, el manto de su majestad esplendorosa. Otra es la transfiguración que me conmueve y arrebata: aquella de Belén, cuando veo al Creador, revestido de los pañales de mi naturaleza; aquella de Nazaret cuando contemplo a mi Juez, cubierto con el velo de anónimo, de un cualquiera, y aquella del Calvario, cuando adoro, bajo la purpura de sangre y la mortaja de la muerte, al que es la Vida...(9)

esta triple transfiguración que lo hace tan mío, tan Hermano, tan condescendiente, tan parecido a mí, me enseña, más que la del Tabor, cuánto debo amarle y con qué confianza, si posible fuera infinita, debo acercarme a su Corazón.

Cabalmente, el contraste prodigioso de lo que nuestra un instante en el Tabor, con lo que es y queda en Belén, Nazaret y en el Calvario, me predica con elocuencia abrumadora la locura de su amor y la realidad de aquella palabra de la Escritura: yo no quiero la muerte palabra de la Escritura: Yo no quiero la muerte del pecador, sino que se convierte y viva (10) Y esta otra: He venido para buscar y salvar lo que había perecido

Notad para vuestro consuelo que el amor con que Jesús os ama no es enteramente el mismo amor con que ama a su Madre, toda ella pura, santa, perfecta, inmaculada, única esta es, diríamos, en amor aparte.

Ni es tampoco el amor con que ama a sus ángeles, espíritus perfectos, siempre fieles, purísimos, Recordad que le Verbo los dejó a ellos, los noventa y nueve fidelísimos, por... la ovejita descarriada que eres tú, quien estás leyendo esto.

Y mas todavía: el amor de que te estoy hablando no es en cierto sentido aquel con que amó al grupito de almas de nieve y de fuego, almas-lirios, criaturas privilegiadas, que han sido y serán siempre en la Iglesia el Oasis del Corazón de Jesús, el rebañito pequeño que le sigue, cantando un cantico que ningún otro podrá cantar... (12). Estas almas, preciosas por su fidelidad heroica y constante, por su pureza sin tacha, merecieron las caricias del Rey de Amor.

En tanto que el amor con que ama y colma a la inmensa mayoría de pecadores, miserables e ingratos es el Amor-Misericordioso. o sea el de una condescendencia infinita. Es el Verbo, Dios-Salvador, que bajo al lodazal para convertir el fango en estrellas, con tal que el fango se humille y crea en la misericordia del Señor.

Ya comprendéis por qué hemos establecido las diferencias anteriores, pues era preciso poner de relieve lo que Teresita llama el Amor-Misericordioso de Jesús, y hacéroslo apreciar, en cuanto sea posible, en su valor exacto.

Una cosa es, en efecto, el amor que con dardo de fuego dora y diviniza la nieve, y otra el amor que con torrentes de sangre purifica y realza la bajeza del fango.

¿En qué y cuándo merecimos esta condescendencia del Amor-Misericordioso? ¡Jamas! Hemos pecado, hemos obrado la iniquidad, hemos crucificado y muerto, con más culpabilidad que los verdugos, al señor de la vida... ¡Todos pusimos en El nuestras manos, tintas en su Sangre, todos! Y El nos tiende los brazos, nos ofrece su perdón, su amistad, su Corazón.

¿No es esto el colmo de colmos, la locura de locuras del amor de un Dios?

Por esto es inconcebible el pecado de temor, de desconfianza, iba a decir es casi... imperdonable. ¿Es posible que su Corazón busque con afán el nuestro - los dos abismos que se atraen - y que nosotros, hundidos en el nuestro de miseria moral, nos neguemos, por falta de confianza, a dar entrada a Aquél que quiere y pide y ruega el colmar nuestro abismo de muerte con su Corazón, abismo de perdón y vida?

A sus instancias contestamos con el argumento manoseado de indignidad y de respeto, como si El no lo supiera al brindar el tesoro de sus ternuras..., como si El fuera el monopolio de los justos, o de los que creyese merecedores de sus gracias... Se diria que estos tales pretenden enmendarle la plana a un Dios que parece exagerar (!) al querer confundir sus vida inmortal con la nuestra. De ahí que, cuando El avanza, esas almas retroceden; cuando El dice: Venid todos, ellos parecen repetir lo que el endemoniado del Evangelio: ¿Que tenemos nosotros que ver contigo, oh Jesús, Hijo de Dios?... Has venido con el fin de atormentarnos (13). ¡Y los infelices huyen!...

¡Ah! Olvidan estos tales que entre el Padre Justiciero y nosotros los rebeldes, se ha interpuesto como puente de esperanza, por el cual llegaremos los culpables perdonados hasta el Padre de Clemencia, ¡el Hijo Misericordioso!

Pasad, hijitos míos, dice, pasad por ese puente, que soy el Crucificado; no temáis, pasad, pues Yo soy el Camino... ¿Por qué tembláis?... Pasad meditando en mi Cruz, en mi Calvario, en mi Eucaristía, avanzad en paz y con plena confianza. Yo quiero colmar el abismo de vuestro pánico con el abismo de mi ternura; pero, por favor, hijitos míos, no reabráis el abismo de distancias y recelos que Yo mismo he suprimido con mi Encarnación y mi Eucaristía.

Almas pusilánimes y de poca fe, ¿qué, no veis que la mayor de vuestras faltas, que la fuente de muchas de ellas y la que mas lastima al Señor es vuestra falta de confianza?

A cuántas de vosotras, almas tembladoras, que jamás estáis satisfechas de vuestras confesiones, que estáis satisfechas de vuestras confesiones, que estáis siempre dudando del perdón de pecados cien veces acusados, se podría aplicar la historia siguiente:

Una de tantas almas que parecen considerar a Jesús como un tirano, se está preparando a hacer una confesión general por la centésima vez. Inquieta, turbadísima, pasa su retiro escribiendo los pecados de toda su vida; no medita, no reza, está toda engolfada en un examen que la sofoca.

Llega, por fin, al confesionario: lee, acusa, repite diez veces, explica siempre temblando, azorada... Cuando, por fin, cree haber terminado, el confesor le dice con voz tristísima y suave:

Has olvidado algo muy importante.

Ya me lo imaginaba yo - replica ella, sobresaltada, aprontándose a volver sobre sus pasos y a repetir la lectura de su cuartillas...

- No- dice entonces el confesor-, no busques lo que no has escrito: tu pecado no está en tus papeles, y me lastima mucho más que todo lo que has acusado; ¡acusa sobre todo tu falta de confianza!

Se levanta; esa voz le conmueve, quiere cerciorarse si es realmente la de su confesor... El confesonario esta vacio... ¡Jesús había venido a darle una lección suprema!

No censuramos, por cierto, las confesiones generales, muy provechosas en determinadas ocasiones, sino aquella falta de confianza, aquel sistema de sobresalto, aquel temblor exagerado que es un ultraje a la bondad del Salvador.

Un sistema semejante desfigura a Jesús, le disminuye.

Si los ciegos, los leprosos y paralíticos curados por Jesús hubieran razonado de este modo y hubieran dudado de su curación por llamarse indignos, hubieran merecido ciertamente el recaer, y con mayor gravedad, en sus enfermedades, en castigo de su ingratitud y del orgullo que es siempre, en el fondo, el pecado de desconfianza.

¡A qué bajó el Verbo? A establecer una ley nueva, portentosa, ley positiva y fundamental del cristianismo, ley imperecedera y salvadora, la de Misericordia.. Por esto la desconfianza le traspasa el Corazón.

¿Sabéis cual fue, en realidad, el mayor delito de Judas, mas aun que la traición y mas que el suicidio?... ¡Haber rehusado creer en aquella misericordia que Jesús le ofreció de rodillas, al lavarle los pies en la ultima cena¡

No cambiemos el Evangelio, pues no hay jamás derecho para ello. El señor bajo, no para los justos y los sanos, sino para los pecadores y los enfermos (14). Y el pago que El pide en cambio de una dignación semejante, es un amor de confianza, el cual es siempre, es un amor de confianza, el cual es siempre el más sincero y el más humilde de los arrepentimientos. ¡Quien esto no comprende, no ha comprendido aun lo más delicado y hermoso del Corazón de Jesús !

Nada ni nadie debe impediros el acercaros a su costado herido, nada.

¿Vuestros pecados, decís? Los lavó con su sangre... ¿Vuestra indignidad? El la conoce mil veces mejor que vosotros. Y en cuanto a cualidades, no os pide sino una: creer con humildad y confianza en su Amor.

Sabed que si algo le aleja de vuestro lado es aquel mirar siempre hacia atrás, a vuestra vida pasada; aquel dudar de su corazón, aquel ensañaros en vuestras propias miserias, lo que con frecuencia, más que arrepentimiento, es amor propio refinado.

Si no queréis envenenar vuestras heridas no las toquéis con exceso..., vuestras manos las enconan, solo las de Jesús las sanan y cicatrizan...

Por última vez, no abuséis del término respeto, bajo cuya cubierta se ha incubado siempre el más repugnante y odioso jansenismo.

Confiaos a El que es Padre y Madre Y Salvador: confiar no es, no será jamás, falta de respeto. Como no lo es, ni lo será jamás, el obedecerle el acercarse a Él cuando El, conocedor de vuestras flaquezas, llama e insiste y os ofrece el Corazón.

Resistir a ese llamamiento, so pretexto que no estáis aun lo bastante purificados y dignos, es soberbia fina. Y en tal caso, sed por lo menos francos y confesad que lo que sobra es amor propio, y lo que falta es amor de Jesús. Si amarais, ¡que distinto seria vuestro razonamiento, pues que diversa es la actitud de la humildad, hermana gemela de la confianza!

Por algo dijo San Agustín: Ama y haz lo que quieras.

Si, lo que quieras, pues cuando en tu alma tienes la consejera de una verdadera caridad, no hay peligro que, amando y confiando, llegues a ofender al que amas.

¡Qué hermoso es pensar que antes de Pentecostés, San Pedro dijo: Aléjate de mi Señor, porque soy un pecador (15)

¡Y Pedro... cayó!

Después que la gran luz de Pentecostés le mostró, junto al abismo de su flaqueza, el de una infinita misericordia, debe haber pensado y clamado con frecuencia: Señor, no te alejes..., acércate más todavía, mucho más, cabalmente porque soy n gran pecador.

Preguntaba a u San Francisco de Asís, a un San Juan de la Cruz, a un Francisco de Sales, a un San Pablo, dónde encontraron el secreto de vida, de santidad, de amor: ¿a distancia de Jesús o en el afán de llegar a su intimidad, en la vía de llaneza y de confianza?

¿Donde, sino en el Evangelio, aprendió Teresita la teología prodigiosa con la cual está provocando, según afirman graves autores, un renacimiento espiritual en las almas, la teología, iba a decir, de los niños, de aquellos atrevidillos que, subidos en las rodillas del Maestro (16) y hambrientos de caricias, aprendieron mucho antes que Teresita que el amor tiende a la unión y que esta supone una confianza ilimitada? ¿No es esta la fragancia más pura y celestial del Evangelio? ¿Quien se excedió en la medida, los nenes o Jesús? Si hubo un exceso, este fue el de la ternura y condescendencia de Jesús.

Las almas pequeñitas y sencillas tuvieron siempre el privilegio de comprender estas exigencias y sublimidades del amor. Entre los chicos que se disputan el sitial de honor, para oír los latidos del Corazón de su amigo, y los apóstoles y San Pedro que se entrañan de tanta familiaridad, que no la comprenden, que se alejan, dejadme con los chicos, los prefiero de lejos en ese momento del cielo... en la vida y en la muerte, quiero para mí su sencillez, su confianza ¡y.. su puesto!

No imagináis cuan hábil es el ardid del enemigo al alejaros del Señor con la obsesión de vuestros pecados: de ahí a desanimaros, a abatiros, y luego a haceros rodar más abajo, no hay más que un paso.

Estudiad un instante ante el Sagrario la actitud de Jesús con la Samaritana...(17). ¿Rehúye Jesús el hablar con esta gran culpable?... ¿Le habla El en tal tono y forma que ella se retira avergonzada de haberse visto tan cerca del que es Santidad? ¿Cuál es el fruto inmediato de ese acercamiento? ¿Confusión y fuga de la Samaritana, o expansión de sencilla confianza, de arrepentimiento y conversión?

Aprendamos la lección para nosotros y para las almas. Todo mal grave comienza y se consuma en un alejamiento de Jesús; y toda virtud, las de arrepentimiento y humildad especialmente, nos llevan como por instinto al Corazón del salvador.

Que si a veces, buscando dicha intimidad, no veis, ni sentís sensiblemente, no palpáis los frutos de aprovechamiento y de corrección de defectos, no atribuyáis dicha esterilidad al acercamiento de Jesús. Sabed en este caso discernir. No todo aprovechamiento espiritual es sensible. Y además, ocurre con frecuencia que después de vivir largos años en esta vía de amor y de confianza, veis más claro que antes las ruindades de vuestra naturaleza. No es, pues, que hayáis empeorando en la vecindad de Jesús, ¡oh! no, sino que la luz crece, que el sol de su Corazón,

que penetra en vosotros, os muestra hoy microbios del alma, cuya existencia, hace un año y diez, no habíais constatado con una luz menor.

Y además, El suele permitir que sintáis, aun después de curados, el malestar de vuestro pecado, para expiarlo y para completar con la humillación la sanidad del alma.

Seguid trabajando en acercaros a Jesús, con menos preocupaciones y con más confianza en su misericordia. Pensad mas en el Medico y en la Medicina que en la llaga y el enfermo.

Ya os la he dicho en otra parte: para conoceros de veras, miraos en el espejo divino de los ojos de Jesús; el sol de su Corazón(18).os mostrara lo que sois, y al propio tiempo os alentara con la visión de su misericordia(19).

Leyendo con detención el Evangelio, se llega a creer que Jesús vivía hambriento de las miserias humanas... Leamos meditando las paginas relativas al Buen Pastor y al Samaritano, las escenas de Magdalena y la mujer adultera, las comidas con los Publicanos, y dondequiera encontramos las palpitaciones violentas del Corazón misericordioso de Jesús. Y esos publicanos no fueron, siguen siendo, somos nosotros, y Jesús se afana en buscarnos, cabalmente porque somos publicanos. Comprendamos, pues, una vez por todas, que la única manera de pagar al Medico divino es darle el Corazón, henchido de confianza. ¡Jamás la tendremos bastante grande, decía Teresita, jamás!

Cuantos han hecho del Corazón de Jesús una novedad y una devocioncilla poética, nacida en Paray-le-Monial. No, esto no es verdad. Yo encuentro el Corazón de Jesús autentico, entero, maravilloso, sustancia doctrinal, vida y misericordia, centro de corazones, en el Evangelio. Creo por supuesto, en las grandes revelaciones hechas a Margarita María, pero cabalmente, lo que más me conmueve en ellas, y lo que más me convence (después de la autoridad de la Iglesia) es el encontrar tan perfectamente concordes el Evangelio y los manuscritos de Margarita María.

Pero ni esta ni nadie me es indispensable para conocer aquel Corazón que se nos revelo en forma estupenda en Belén, en Nazaret, en el Calvario, y que sigue revelándoseme en el Sagrario. Paray ha arrojado, ¡oh, si!, una luz, una gran luz, y es de veras una revelación, y las peticiones y promesas son un marco divino que dan relieve a la doctrina. Pero esta se encuentra en cada línea del Evangelio, este es la suprema y definitiva revelación del Corazón de Jesús.

El hecho de Paray reviste más bien otra importancia, capital por cierto, El Salvador regresa a esa tierra santa para condenar, con la afirmación de lo que había dicho ya en Palestina, la herejía horrenda, fatídica del jansenismo.

En resumen, lo dicho por Jesús en Paray se condensa en esta frase: Creed en mi amor, no temáis, soy Jesús... amadme, dándome el corazón, y hacerme amar, porque soy Jesús.

Esto no era, ¡Oh, no! ninguna novedad, pero en los labios de Jesús, y después en la pluma de la Iglesia, constituía el anatema de muerte contra el hipócrita jansenismo, herejía de esa época.

Como los fariseos de Jerusalén, estos otros, no menos repugnantes y venenosos, no aceptaban que un Maestro en Israel, que un enviado del Altísimo, que un nuevo Profeta de buena ley, manifestase, como lo hacía Jesús, esas preferencias, esas flaquezas de ternura por los que ellos desdeñaban como la escoria moral. Y cabalmente, Jesús venía a recoger, con manos divinas, esa escoria para convertirla en tesoros de gloria eterna, enviado por el Padre para salvar.

¡Qué hermoso y elocuente escándalo este, que las criaturas y los que se llaman justos y conductores de almas, y conocedores de las Escrituras, no conciban un Dios, un Jesús que, siendo quien es, coma y converse con pecadores y que por ellos, haya dejado a los ángeles!

Jansenistas fueron ya, desde entonces, esa turba de fariseos soberbios e hipócritas... y fariseos son todavía los mismos orgullosos, los mismos sepulcros blanqueados que no aceptan como autentica y divina la doctrina del Corazón de Jesús: Quiero Misericordia, misericordiam volo(20).

Con que vehemencia del alma maldigo ese jansenismo, que parece haberse cebado especialmente en las almas más ricas y generosas, herejía que, como un vampiro, les ha sorbido la sangre de nobleza y de generosidad, les ha disecado el corazón, les ha paralizo, convirtiendo en momias de terror y de aparente austeridad almas gigantes, que si hubieran amado, si hubieran desplegado las alas, si hubieran tenido por horizonte, más que sus miserias a Jesús, y mucho más que la obsesión del infierno, el Amor, hubieran sido maravillas de santidad.

¡Oh! Jansenismo malvado, infecto, que se atrevió a convertir al Señor de toda caridad y misericordia en un Moloch feroz, en un Júpiter tonante, cruel y espantable. ¡Cuántas y cuántas víctimas de ese sistema sin luz, sin esperanza, sin amor he encontrado en mi camino! Pero, a Dios gracias, esos miasmas parecen ceder, después de un combate rudo, y hoy a la escuela jansenista, sin entrañas, sin piedad, sin Eucaristía, sucede ya, en el gobierno de las almas, la escuela del Corazón de Jesús, radiante de hermosura, rica de doctrina, entusiasta de Eucaristía, saturada de confianza evangélica.

¡Estamos ahora haciendo temblar, si, pero de inmenso amor!

¡Ah! No olvidare jamás lo que me decía un jansenista, gran abogado, y que se creía un católico perfecto: ¡No me hable, Padre, de misericordia... lo que es yo, pido y quiero que se me haga justicia a secas! infeliz de él. Si el Sagrado Corazón no hubiera sido mil veces más compasivo que riguroso, ya sabría a estas horas lo que es justicia inexorable, eterna. ¡Pero Jesús se venga... a lo Jesús! y el tal jansenista murió abrazado con pasión de amor a una imagen del Sagrado Corazón y pidiendo misericordia.

No se parece este estilo al de los Apóstoles, antes de ser instruidos y educados, cuando decían: Señor, ¿queréis que mandemos que descienda el fuego del cielo y los consuma?(20). Todavía no habían ellos penetrado en el espíritu y en el Corazón del Maestro... Cuando el Espíritu Santo les abrió los ojos, y se dilataron sus almas, repararon dicha exclamación, mandando bajar fuego de caridad para incendiar almas y pueblos en el amor de Jesucristo; ese fue su apostolado. Los hay de aquellos para quienes se diría que hay sino un solo atributo en Dios: el de una justicia siempre tremenda.

Evidentemente, Dios, porque es Dios, ha de ser infinitamente justo... Pero precisamente porque lo es, debe ser acá abajo mientras recorremos este camino escabroso de viadores, y conociendo el barro de que nos formo, mucho más bueno que riguroso, mucho más Salvador y Padre que Juez inexorable. El vino y se ha quedado en la Eucaristía y en la Iglesia para salvar... Nosotros le forzamos, por desgracia, a condenar; le obligamos a ser Juez severísimo.

Si no hubiese sino justicia, o si hubiese mas justicia que misericordia, o... si hubiese tanta justicia como misericordia, acá abajo en el gobierno providencia de las almas, ¿para qué, entonces, el confesonario, el sacerdocio, la Eucaristía y todo el sistema, mil y mil veces prodigioso, de redención misericordiosa? Para quien tenga un poquitín la experiencia de las almas, la aplicación practica y diaria de ese sistema redentor, constituye el milagro de milagros y milagro permanente.

Cabalmente porque es Justo, el Señor debe ser mucho más Padre y Madre que no Juez tremendo; cabalmente porque sabe quién soy, porque sabe dónde termina mi malicia y donde comienza mi debilidad y mi ignorancia. De ahí lo que decía Teresita: Yo me confió tanto a la Justicia de Dios, y espero tanto de ella como de su Misericordia. Y esto es eminentemente teológico. Yo creo tanto más en la Misericordia que predico cuanto creo más firmemente en la Justicia y equidad del Rey de gloria.

Porque justicia no quiere decir siempre, ni menos exclusivamente, rigor y castigo, sino equidad. Es decir, que Dios, porque es justo, debe darme a veces ternura y compasión, y otras castigo. Pero de hecho, por aquel orden establecido por un Dios crucificado, El es en este destierro mucho mas Padre y compasivo que Juez inclemente. ¿Queréis una prueba sencilla y elocuente de esto? Si el lector de estas líneas ha cometido supongo un solo pecado mortal en su vida- y si acá abajo Dios fuera inexorablemente severo y riguroso- ¿por qué ese alma no está ya en el infierno, tan justamente merecido?...

¿Por qué esta todavía saboreando el pan de miel, el pan de fortaleza de esta doctrina salvadora, por qué? ¡Ah! Otra cosa será cuando, cerrando los ojos, caigamos del otro lado de la ribera eterna, ante el Tribunal Supremo... Allá arriba, consumada la obra de misericordia, se nos hará justicia a secas; pero entre tanto, acá abajo, donde abundo el delito sobreabundaron la gracia (21) y la misericordia.

He aquí al efecto una bellísima historia o leyenda sobre un Crucifijo milagroso. Llora confesándose a sus pies, un gran pecador que se encuentra sinceramente arrepentido... Eran tantos sus pecados, que el confesor vacila un momento en darle la absolución. Mas, vencido por las lagrimas, Te absuelvo, le dice, ¡pero cuidado con recaer!

Al cabo de bastante tiempo regresa el penitente.

- He luchado con denuedo, pero... he tenido un momento de vértigo, de flaqueza, he recaído... Confundido, retorno en el acto a reconciliarme con Dios.

- ¡No - le dice el confesor-, esta vez no puedo absolverte!

- Pero, Padre, ¡téngame piedad!, piense que soy apenas un convaleciente de grave y larga enfermedad..., ¡piedad, soy sincero!

A duras penas, y después de severas recriminaciones, volvió a darle la absolución.

El penitente estaba de veras arrepentido, pero el habito de tantos años de pecado, la naturaleza toda resentida envenenada por el vicio, dan por tierra una tercera vez con sus propósitos, después de largo tiempo de perseverancia ... Acude con sencillez y confianza al confesor, pues quiere rehabilitarse.

- ¡No! - le dice el confesor -: ¡Esta vez sí que no! ¡No estás arrepentido, no te doy la absolución! En vano llora, suplica, argumenta de rodillas el pobre enfermo: Soy débil, no malo, dice...pero, cabalmente para serlo, necesito el perdón que reclamo.

- No puedo - dice el sacerdote, y se levanta para irse, procurando desasirse del penitente que le detiene con ambas manos.

En este momento se oye un gemido de inmenso amor y de inmensa compasión... Los dos levantan al mismo tiempo los ojos y ¿que ven?... el pecho del crucifijo, henchido por un sollozo de emoción, los ojos llenos de lagrimas y mas..., ¡oh, prodigio!, la mano derecha desclavada. Y luego oyen su voz suavísima que dice entre sollozos, al trazar la cruz: ¡yo sí que te perdono, me costaste mi sangre!

No me detengo a averiguar si el hecho es histórico o legendario, ello me importa poco. Lo que me encanta es la lección, la doctrina. El Señor es dulce y bueno, es compasivo y tierno, es misericordioso en grado... que no imaginamos, ¡porque a ese Jesús le costamos su Sangre!

Atrás, pues, atrás con las aberraciones del jansenismo, gas asfixiante, deletéreo que, a pesar de los anatemas, sigue haciendo estragos en casas religiosas y entre las almas más puras y delicadas.

Recordadlo siempre: el gran respeto es el grande amor; pero el amor, cuando es hondo y grande, trae siempre consigo inmensa confianza. vivimos bajo el imperio de la ley de gracia, pues por felicidad inmerecida, por favor del cielo no somos judíos de espíritu..., hemos nacido del lado de acá del Calvario.

La falta de confianza es una gran ingratitud, y es una gran falta de sencillez y de abandono. Sed más niños con vuestro Padre que está en los cielos... Reconoced vuestros defectos, si, mas no os dejéis sofocar y desanimar por ellos; antes bien, haced como el Señor, sacad partido de la enfermedad y de la miseria, para su gloria y vuestro bien. ¿Qué santo hubo, con excepción de la Inmaculada, que no tuviera defectos? Arrojadlos en el brasero del Corazón de Jesús... y quemaos vosotros tras ellos.

¿No conocéis el dialogo precioso entre Jesús y San Jerónimo?

- Jerónimo - dice el Señor -, ¿quieres hacerme un regalo?

- Pero, Señor - responde el Santo -, ¿no os lo he dado todo ya? Mi vida, mis bienes, mis energías, mis penas, mi dicha, mi alma, todo es vuestro, y solo vuestro.

- Jerónimo, dadme algo más.

- ¿ Y que, Señor, que?... ¿Habrá algo, por ventura una fibra de mi corazón, que no os pertenezca?

- Jerónimo, Jerónimo, dame algo que no es todavía mío; algo que te guardas para ti, y que debe ser mío...

- Hablad, Señor, pedid: ¿qué es ello?

- ¡Jerónimo, dadme tus pecados!

¡Oh, sí! Dádselos, confiádselos como polvo, como lepra, que El parece buscar con afán de Medico y de Salvador. ¡Llévatelos, decidle, llévatelos todos de raíz y para siempre!... Creo en tu Amor.. Me abandono a tu Corazón... ¡Venga a nos tu Reino!

Y sabed que, al hablar así, no pretendo paliar ridículamente vuestros defectos, disimularlos en su fealdad o en su número, ¡Oh, no! La humildad debe ser la verdad.

Os digo más: confiad, porque ese Jesús que os invita al abandono, a su intimidad, ve más claro que vosotros... si vosotros veis cien defectos, El encuentra mil, y, sin embargo, os ama y os llama. Su amor no es, no puede ser como el del Amigo o el del novio, un amor de ilusión, sino fundado en verdad. El no os quiere porque imagine lo que no es, pues para El, en el orden moral, no hay postizos...os ama tales como sois... De ahí la frase, tan feliz como atrevida, de Santa Teresa: Que mal gusto tuviste, Jesús al quererme fea, como soy...; no cambies por nada ese mal gusto, que así no estaré expuesta a que me reemplaces por una ángel.

En la amistad terrena el exceso de familiaridad revela miserias que antes no se conocían, y de ahí que tantos cariños, fundados en la ilusión, se desmoronen... Es más: Jesús os ama como nadie y os perdona como nadie, dice el famoso convertido ingles Padre Faber, cabalmente porque os conoce como nadie. A él solo no se le dan jamás sorpresas, pues aun en el Santo que hace milagros, El está viendo el abismo de fragilidad que lleva por dentro ese taumaturgo.

De ahí también lo que os he dicho hace un momento, a saber: como se contenta El, que todo lo ve, con grandes y santos deseos, pues mejor que nosotros sabe que muchos de ellos, por sinceros que sean, no son siempre realizables.

Pero vuestro deseo es ya a sus ojos una obra de amor, cuando sois sinceros y no veleidosos; cuando los deseos son de veras tales, y no antojillos y devaneos.

Paz, pues, a los de buena voluntad (22). ¡Paz a los que han comprendido y saboreado cuan bueno es el Señor! Paz a los que saben, por experiencia, que su yugo es suave y que su carga es liguera. (23).

Mucho mas, pues, que la preocupación exagerada, aunque muy legitima, de curar vuestros males, tened la santa preocupación de su gloria... Preocúpate de Mi, solo de Mi, decía Jesús a Santa Margarita María, y Yo me preocupare de ti y de todo lo tuyo.

Hay apóstoles que no entienden aun este gran espíritu y que gastan suspiros y tiempo en pedir esto o aquello y después, cuando están ya cansados, añaden: Vengan a nos tu Reino.

No así vosotros; comenzad el trabajo de vuestra santificación y el del apostolado con este grito del alma; Venga a nos tu Reino, el de tu Corazón, el de tu Amor. y El dirá: Y Yo me encargo, por añadidura, de todos tus otros intereses.

¡Ya veis que amplia, que segura, que solida y hermosa es la doctrina del Corazón de Jesús!

¡Qué bien se vive, se lucha, se trabaja en ese santuario, en el que todo es verdad, todo es paz y fuerza, todo gozo en el Espíritu Santo! bebed a raudales de ese Corazón, fuente inagotable de vida y de amor misericordioso.

En El quiero yo tener mi morada, mi escuela, mi habitación, mi cielo. Ese Corazón me basta. Soy pobre y paupérrimo, pero en ese Corazón no temo. Son muchos los que creen que es arduo y dificilísimo salvarse. Yo, por el contrario, creo, razonando desde esa cátedra divina, luminosa, que no es tan fácil el perderse, pues para ello hay que romper aquellas ligaduras, que son los brazos del Salvador, y hay que forzar aquella ciudadela redentora, que es su Corazón.

Penetraos, apóstoles celosos, de esta gran doctrina, no nueva por cierto, que nada hay nuevo después del Evangelio, pero que, por voluntad explícita del cielo, es todo un ambiente doctrinal, es toda una espiritualidad que abraza hoy la tierra con el titulo de Reinado del Corazón de Jesús.

Vivid vosotros de este pan de amor y de confianza ilimitada, para dar después esta sustancia, este mana a muchas almas que tienen un concepto mezquino, desfigurado de Cristo Señor Nuestro.

Arded vosotros, arded en esas llamas para luego quemar a otros. Confiad vosotros, vivid de abandono, para infiltrar en los demás esta confianza, basada en el Evangelio, en la ley de Cristo, en el espíritu de la Iglesia.

Hablad a los débiles y malos y pecadores en el tono de Jesús, como Jesús, como el Corazón de Jesús. Oídle cómo sentencia a la pecadora que está a sus pies divinos: Mujer, yo tampoco te condenaré. Vete y no peques mas (23).

¡Discípulos, aprended ideas, lenguaje y estilo de ese Maestro!

Y termino con uno de los párrafos mas admirables de doctrina y elocuencia de Santa Teresita: No voy a Dios por camino de confianza y de amor por creer que he sido preservada del pecado mortal. ¡Ah!, lo siento perfectamente; aunque tuviese sobre la conciencia todos los crímenes posibles, no perdería nada de mi confianza, iría con el corazón destrozado por el arrepentimiento, a ampararme en los brazos de mi Salvador. Bien sé yo cuánto ama al hijo pródigo, y he oído sus palabras a Santa Magdalena, a la mujer adúltera y a la Samaritana.

No, nadie podrá jamás espantarme, porque sé a qué atenerme sobre su amor y su misericordia. Sé que toda esta multitud de ofensas desaparecerían en un abrir y cerrar de ojos, como una gota de agua arrojada en brasero ardiente (24).

(Resúmenes de Sep-Fons, Friburgo, Paray, Lyon y notas manuscritas.)

(1)Mateo., XVIII,11.

(2)Lucas., XXIV,36.

(3)Juan., XIV, 27.

(4) Lucas., XXIII,34.

(5) Filipenses., II,7.

(6) Isaías., LIII,4.

(7) Isaías., LIII,3.

(8)Salmo XLI,8.

(9) Oh Jesús a fuerza de querer asemejarte a nosotros, no te pareces a Ti mismo. (Mgr. Gay.)

(10) Ezequiel (xxxIII,11)

(11) Lucas., XIX, 10.

(12) Apocalipsis., XIV,3.

(13) Mateo., VIII, 29.

(14) Marcos., II,17.

(15) Lucas., V,8.

(16) Mateo., XIX,13 Y15.

(17) Juan., IV.

(18) Guárdate de mirarte nunca fuera de mi Corazón (Vida y obras, t. I, pag.93)

(19) Me hizo verme a mí misma como un compuesto de todas las miserias, la cuales El quería cambiar en un conjunto de sus infinitas misericordias (vida y obras de santa Margarita María, t.II,pag.548.)

(20) Lucas., IX, 54.

(21) Romanos., V, 20.

(22) Lucas., II,14.

(23) Juan., VIII.

(24) Historia de un alma.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario