"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

martes, 1 de diciembre de 2009

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

MEDITACION I

DEL AMOR QUE DIOS NOS MANIFESTO EN LA ENCARNACION DEL VERBO.

Et Verbum caro factum est.

Y el Verbo se hizo carne.

I. Dios nos creo para amarlo en esta vida y disfrutar después de Él en la otra; pero nosotros, ingratos, nos rebelamos con el pecado y le negamos la obediencia, por lo que fuimos privados de la divina gracia, arrojados del paraíso y además condenados a las penas eternas del infierno. Henos, pues, ya todos perdidos. Pero este Dios, movido a compasión de nosotros, resolvió enviar a la tierra un Redentor que reparase tanta ruina.

II. Y ¿quien será este Redentor? ¿Un ángel o un serafín? No; que para patentizarnos Dios su inmenso amor, nos envió a su mismo Hijo; Dios (envió) a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado. Envió a su Unigénito a revestirse de la misma Carne que teníamos los pecadores, excepción hecha del pecado, y dispuso que El, con sus penas y muerte, satisficiese a la divina justicia por nuestros delitos, librándonos así de la muerte eterna y haciéndonos dignos de la gloria perdurable.

Gracias, Dios mío, en nombre de todos los hombres, pues si no hubieras pensado en mi salvación, todos los hombres nos hubiéramos perdido para siempre.

III. Considera aquí el amor infinito que Dios nos mostro en esta gran obra de la encarnación del Verbo, disponiendo que su Hijo sacrificase la vida a manos de verdugos en la cruz, en medio de un mar de dolores e ignominias, para alcanzarnos el perdón y la salvación eterna. ¡Oh bondad infinita! ¡Oh misericordia infinita! ¡Oh amor infinito! ¡Un Dios hacerse hombre y venir a morir por nosotros, gusanillos!

¡Ah, Salvador mío!, dadme a conocer cuánto me habéis amado, para que a vista de vuestro amor reconozca mi ingratitud. Vos con vuestra muerte me librasteis de la perdición, y yo, ingrato, os he vuelto las espaldas para perderme de nuevo. Me arrepiento sinceramente de haberos hecho tamaña injuria. Perdonadme, Salvador mío, y preservadme en lo futuro del pecado; no permitas que vuelva a perder vuestra gracia. Os amo, querido Jesús mío, pues sois mi esperanza y mi amor.- ¡Oh María, Madre de este excelso Hijo, encomendadle mi alma!

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