PRIMERA PARTE
Las obras y la vida interior.
4ª—Cuán desconocida es la vida interior
San Gregorio el Grande, en quien aparecen íntimamente vinculadas la vida activa y contemplativa, caracteriza y pinta en una palabra el estado del alma de San Benito, que ponía en Subiaco el fundamento y base de su regla, que había de constituir una de las más poderosas palancas del Apostolado de que Dios se ha servido sobre la tierra; y esta frase en que retrata de cuerpo entero al patriarca citado es: Secum vivebat
Es diametralmente opuesto a lo que, será triste, pero es necesario confesar, sucede a la gran mayoría de nuestros contemporáneos. Vivir consigo, en sí, querer gobernarse a sí mismo y no dejarse gobernar por lo de fuera. Este es el ideal de los hombres de mundo.
Reducir la imaginación, la sensibilidad y aun la inteligencia y la memoria al oficio de sirvientes de la voluntad: conformar sin cesar y continuamente esta voluntad humana a la divina, es un programa, una bandera que a duras penas tiene adeptos en un siglo de agitación como este que ha visto nacer un ideal nuevo, un programa desconocido que no aparecía en la bandera de Cristo: «el amor de la acción por la acción»
Para justificar la indisciplina de las facultades y potencias que integran nuestra personalidad todos los pretextos se han juzgado buenos: negocios, cuidados de familia, higiene, el crédito, el amor de la patria, buen nombre de la corporación, la gloria de Dios, se invocan con frecuencia y a porfía para impedir que vivamos en nosotros mismos. Esta suerte de éxtasis de la vida de fuera de sí mismo llega hasta ejercer sobre nosotros una atracción irresistible.
¿Nos asombraremos por consiguiente de que la vida interior sea desconocida?
Desconocida, es muy poco decir: es frecuentemente despreciada y ridiculizada aun por aquellos que debieran mas apreciar sus ventajas y su necesidad. Necesaria fue una carta memorable dirigida por León XIII al cardenal Gibbons, obispo de Baltimore, protestando contra las consecuencias peligrosas de una admiración exclusiva por las obras.
Con el propósito de evitar la labor que trae aparejada el cultivo de la vida interior, el cristiano moderno llega a desconocer la excelencia de la vida con Jesús, en Jesús, por Jesús; a olvidar que en el plan de la Redención hánse establecido con bases y fundamentos tanto la vida eucarística como la roca de Pedro. El sistema de los modernos espiritualistas que relegar se empeñan a segundo lugar lo que es primario, esencial, se designa con la palabra «americanismo». Para los partidarios de esta escuela, la Iglesia no es todavía un templo protestante ni el sagrario, un desierto; pero la eucaristía, según estos modernistas, no puede adaptarse ni llegar las exigencias de las civilización moderna; y la vida interior, que mana y procede forzosamente e la vida eucarística, pasó para no volver más.
Para este linaje de personas que, por desgracia, forman legión, imbuidas en estas teorías, la comunión ha perdido el verdadero sentido y gusto que tenia para los primeros cristianos; no dejan de creer en la Eucaristía, mas no ven en ella un elemento necesario de vida.
Es superfluo tratar de sorprender a estos hombres hablando con Jesús Sacramentado a solas; la vida interior no la consideran más que como un recuerdo de los siglos bárbaros.
Si tenemos paciencia para escuchar a estos hombres de obras, cuando hablan de sus hazañas, parece que Dios, creador de cielos y tierra, ante quien el universo es polvo y nada, no puede pasar sin el concurso y colaboración de ellos. Muchos fieles y aun sacerdotes y religiosos han llegado a constituir y elevar a la categoría de dogma el culto a la acción , en el que inspiran sus actos y les hace entregarse sin freno a la vida de fuera de sí. La Iglesia, la diócesis, la parroquia, la congregación, la obra tienen necesidad de mí. Soy mas útil necesario a Dios, dijeran con satisfacción si esas frases que suenan a vanidad y osadía no fueran manifestadoras de fatuidad reprobadas por cualquier hombre que este en sus cabales. No obstante, viven latentes en fondo del corazón tanto la presunción, que es la base, causa y origen de ella, como la debilidad de fe que la engendró.
Se ordena con frecuencia al neurasténico que se abstenga de todo trabajo. Remedio insoportable para el pobrecito, porque precisamente la enfermedad le pone en una excitación febril que constituyendo para él una segunda naturaleza, le obliga a nuevos gastos de energías y emociones que agravan su mal.
No de otra suerte acaece al hombre de obras con relación a la vida interior: la mira con tanto más desdén, ¿qué digo? la tiene tanta mas repugnancia cuanto que sólo en su práctica encontrar puede su curación.
El navío marcha a todo vapor, y mientras el que lo dirige esta admirado y entusiasmado de la celeridad de la marcha, Dios juzga que por falta de un piloto sagaz, el buque corre a la ventura y riesgo de ir a pique.
El americanista se figura, al ver, a lo menos, las apariencias y brillo de resultados aparatosos, que su labor aporta a la gloria de Dios no pequeñas ventajas y beneficios; pero el análisis sobre las obras de los adoradores de Dios en espíritu y verdad hecho por Jesucristo, revela negativos resultados.
Este estado de cosas y espíritus, este ambiente y atmosfera naturalista, explica cómo en nuestros días, si bien todavía tienen estima las escuelas, misiones, hospitales, etc., el sacrificio, la inmolación por la penitencia y oración son cada día menos comprendidos.
El americanista, no sabiendo los tesoros que están encerrados en la inmolación oculta, no se quedara satisfecho, dando el calificativo de cobardes, inactivos e iluminados a los que se dedican a ella en la soledad y silencio del Claustro, sin que por esto les lleven la palma en pro de la salvación de las almas, los misioneros mas infatigables, sinó que pasando más adelante, ridiculizara a las personas de obras que juzgan indispensable retirarse algunos instantes para purificarse y animar su celo cerca del Tabernáculo y alcanzar de Jesús Sacramentado mejores resultados para sus obras.
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