"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

jueves, 31 de diciembre de 2009

PARA DAR GRACIAS A DIOS AL TERMINAR CADA AÑO


RENOVACI
ÓN

de las promesas hechas en el santo Bautismo que debe hacerse a lo menos una vez al año, en el cumpleaños o a principio de Enero (I)


¡Oh Dios mío! Os doy infinitas gracias por haberme criado a vuestra imagen y semejanza, por haberme reengendrado con el santo Bautismo, por haberme dado en él vuestra gracia, los dones y virtudes del Espíritu Santo, y por haberme hecho hijo de vuestra Iglesia.

En aquel día, para mi tan venturoso, no solo renuncié a Satanás por boca de mi padrino, y a todas sus obras, pompas y vanidades, sino que también hice profesión de creer en un solo Dios, Padre, Hijo Y Espíritu Santo, creer en la Iglesia católica, en la comunión de los santos y en todas las demás verdades por Vos reveladas; y, en fin, resolví entonces vivir y morir en esta creencia y en la observancia de vuestros santos mandamientos.

Pero, ¡ay de mí!, Dios mío, y ¡cuán mal he cumplido tan santas y solemnes promesas! He dado oído a las sugestiones del demonio; he militado bajo las banderas de Satanás; he ido en pos de las pompas del diablo, arrastrado de los placeres y vanidades del mundo; he preferido los honores, riquezas y demás objetos terrenos, a los bienes espirituales y eternos que Vos prometisteis a vuestros hijos. Debiéndoos amar sobre todas las cosas, os he pospuesto a las más viles, y por ellas os he despreciado, pecando. Debiendo vivir para Vos únicamente, y consagraros todos mis pensamientos palabras y obras, he vivido únicamente para mi, y todas las he dirigido a la satisfacción de mis antojos. ¡Ay de mí! ¡He infringido vuestras santas leyes, las de la Iglesia y los deberes de mi estado! Pero, Señor, renuncio de nuevo a todo lo que no sea Vos; desde hoy detesto y abomino todas mis iniquidades; os pido humildemente perdón de todas ellas, y espero que por los meritos de vuestro querido Hijo me las perdonareis.

Dignaos, Dios mío, aceptar la renovación que hago en este día de las promesas que delante de toda la Iglesia hice en el día de mi bautismo, las que intento cumplir con toda exactitud y fidelidad; y al efecto, ahora que tengo mayores conocimientos, digo que renuncio a Satanás, a todas su pompas y a todas sus obras. Jamás prestaré oídos al demonio ni a cosa alguna que con él tenga relación. Pondré cuidado en no dejarme llevar de la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza y mentira; y daré de mano a cuanto sea pecado, porque sé que el pecado es obra de Satanás.

Pondré cuidado en arrancar de mi corazón el amor a las riquezas, honras, pompas y placeres del mundo, porque sé que todo ello no es otra cosa que un lazo con que el demonio, nuestro enemigo, procura prender nuestras almas. Procuraré meditar sobre la vanidad y lo deleznables que son los bienes de este mundo, para que mi corazón esté siempre libre de todo afecto terreno, y sólo ame a Vos, que sois mi centro, mi infinito, eterno e incomprensible bien.

Sí, Señor, sí; quiero vivir y morir en la fe, esperanza y caridad, y en la obediencia y fidelidad que os he prometido. Creo cuanto cree la santa Iglesia católica, apostólica y romana, y repruebo cuanto ella reprueba.

Nunca volveré a poner mi esperanza en las riquezas, honores, hermosura, juventud, ni en otra cosa alguna criada, sino en Vos, Dios mío; sí, en Vos coloco toda mi felicidad; sólo Vos sois el objeto de mi nueva esperanza. Los días que me restan de vida los empleare en amaros y serviros con toda fidelidad y amor.

Quiero amaros, Dios mío, con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas; desde hoy os consagro todos mis pensamientos, deseos, palabras y acciones, mi cuerpo, mi alma, mis bienes, cuanto poseo y puedo poseer; y estoy resuelto a no usar de cuanto está en mi poder sino para vuestra mayor honra y gloria y conforme a vuestra santísima voluntad.

Os amo, Dios mío, y os amare siempre más y más, con todo el afecto de mi corazón sin que jamás deje de amaros; ni la vida ni la muerte, ni la esperanza del bien, ni el temor del mal, ni mis amigos ni mis enemigos, ni cosa alguna criada, podrán hacerme faltar a la palabra de fidelidad que acabo de daros, y que renuevo ahora a la faz de los cielos y de la tierra, a quienes pongo por testigos. Con entera sumisión me sujeto a vuestros preceptos, igualmente que a los de todos mis superiores.

Tal es, Señor, mi nueva resolución y voluntad, en la que deseo vivir y morir; y siendo Vos el autor de ella, espero que me auxiliareis con vuestra gracia para llevarla a cabo, pues bien sabéis que sin vuestra gracia yo nada puedo absolutamente.

Renovad en mí, ¡Oh divino Redentor!, el espíritu de fe, de esperanza, de caridad, de humildad y demás virtudes que me infundisteis en el bautismo, a fin de que, fortificado con ellas, pueda hacerme superior a la concupiscencia que me arrastra al pecado, pueda resistir a mis enemigos y ser fiel a lo que acabo de prometeros; todo lo cual os pido por los meritos de vuestra Sangre santísima, por los meritos e intercesión de vuestra querida Madre, de los Ángeles y Santos del cielo y justos de la tierra. Amén.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Sermón sobre el Sacerdocio por Mons. Alfonso de Galarreta.

Este sermón fue dado por Mons. Alfonso de Galarreta en una Misa de ordenación este pasado 19 de Diciembre del 2009 y después de haberlo escuchado considere de suma importancia compartirlo con todos mis amigos. Pensando en que muchos de nosotros tenemos familiares seminaristas, vecinos, amigos ó conocidos. Y lo provechoso de este sermón sobre la verdadera definición del Sacerdocio.

Valoremos a nuestros sacerdotes; recemos por la santidad de ellos; exijamos mas santidad en nuestras vidas; mas compromiso en nuestra vida de oración; Para que podamos ver mas Santos sacerdotes dispuestos a dar la vida por sus fieles.

Te Invito para que dentro de tu vida cotidiana adoptes a tu sacerdote pidas por él; te comprometas a rezar por el todos los días; pero principalmente por nuestro Papa Benedicto XVI y nuestro Obispo Thomas J. Olmsted Para que puedan tomar mejores decisiones para el bien de la religión Católica.

El Papa Benedicto XVI levanta la excomunión a obispos ordenados por Lefebvre

En base a las facultades expresamente concedidas por el Santo Padre Benedicto XVI, en virtud del presente Decreto, levanto a los Obispos Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta la censura de excomunión latae sententiae declarada por esta Congregación el 1° de julio de 1988, mientras declaro nulo de efectos jurídicos, a partir de la fecha de hoy, el Decreto emitido entonces.

Roma, de la Congregación para los Obispos, 21 de enero de 2009.

http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=24082

http://www.aciprensa.com/sacerdocio/

http://www.vatican.va/holy_father/john_xxiii/encyclicals/documents/hf_j-xxiii_enc_19590801_sacerdotii_sp.html

http://multimedios.org/docs/d000108/

sábado, 26 de diciembre de 2009

La Natividad Por el P. Gabriel De Sta. M. Magadalena

HA APARECIDO EL SALVADOR

(25 de Diciembre)

Presencia de Dios- Heme aquí a los pies de mi Dios hecho carne, hecho niño por mi amor. Te adoro. te doy gracias te amo.

PUNTO PRIMERO.- ¡Dios es caridad, Dios nos ha amado con amor eterno! parece como si Dios dijera: el hombre no me ama porque no me ve, quiero dejarme ver de él para que así me ame. El amor de Dios hacia el hombre era extremadamente grande y así lo había sido desde toda la eternidad; pero este amor no se había mostrado todavía... Cuando el Hijo de Dios apareció Niño en un portal, reclinado sobre la paja, entonces se manifestó de veras. (San Alfonso María de Ligorio) Este es el misterio de la Navidad; este es el grito jubiloso de San Pablo; La gracia de Dios Nuestro Salvador se ha manifestado a todos los hombres... Ha aparecido la benignidad de Dios Salvador nuestro y su amor por los hombres (Epístola Misa I & II Tito. 2,11-15; 3,4-7) He aquí el anuncio feliz de la grande alegría que el ángel lleva a los pastores: Os ha nacido hoy un Salvador, que es el Cristo Señor. (Ev. I Misa: Lucas. 2,1-11) En el oficio litúrgico de hoy se suceden los textos en un tono jubiloso creciente que canta al dulcísimo Niño Jesús, el Verbo humanado, vivo palpitante de amor entre nosotros: ¿A quién habéis visto, pastores? Decidido, anunciádnoslo; ¿Quién ha aparecido en la tierra? Hemos visto al Niño y ejércitos enteros de ángeles que alababan al Señor (BR.) "Alégrense los cielos y regocíjese toda la tierra la presencia del Señor". (MR.). Nuestro Dios está aquí, en medio de nosotros, hecho uno de nosotros: Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo... Su nombre es: Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre del siglo futuro... ¡Alégrate, hija de Sión, canta, hija de Jerusalén! ¡Ensalzad al Señor, habitantes de la tierra! ¡Venid, oh gentes, y adorad al Señor! (BR.). Levantaos, venid adorad, escuchad, regocijaos: Jesús, el verbo del Padre, nos dice estas grandiosas palabras: ¡Dios os ama!

"¡Oh Trinidad poderosa y eterna! ¡Oh dulcísima e inefable caridad! ¿Quién no se inflamara ante tanto amor? ¿Que corazón resistirá al incendio de tu caridad? "¡Oh abismo de caridad! Tan perdidamente enamorado estas de las criaturas, que parece que no puedes vivir sin ellas. y, sin embargo, Tú eres nuestro Dios; Tú no tienes necesidad de nosotros; nuestro bien nada añade a tu grandeza, pues eres inmutable; nuestro mal ningún daño puede ocasionarte, siendo Tu la soberana y eterna bondad. ¿Qué cosa, pues, te mueve a una tan grande misericordia? El Amor. Porque Tú no tienes ninguna obligación para con nosotros ni tienes necesidad alguna de nosotros ¿Quien te trae, oh Dios infinito, hacia mí, miserable criatura? Nadie más que Tu mismo ¡Oh Fuego de Amor! Solo te indujo el amor y el amor continua siempre induciéndote. "Tu, suma dulzura, te has dignado unirte con nuestra amargura; Tu, resplandor, con las tinieblas; Tu, sabiduría, con la ignorancia: Tu, vida con la muerte: Tu infinito, con nosotros finitos" (Santa Catalina de Sena).

PUNTO SEGUNDO.-Las tres misas de Navidad nos presentan un cuadro majestuoso: La conmovedora descripción del nacimiento de Jesús en cuanto Hombre, que alterna con la otra sublime del nacimiento eterno del Verbo en el seno del Padre, sin que falten alusiones al nacimiento de Cristo en las almas por medio de la gracia. Pero esta triple natividad no es más que una única manifestación de Dios-amor. Nadie en la tierra podría conocer el amor de Dios, pero el Verbo, que está en el seno del Padre, lo conoce y nos lo puede revelar. El verbo se ha hecho carne y nos ha revelado el amor de dios; en el dulce Nino que desde el pesebre nos extiende los brazos, se ha hecho viviente y palpable su incomprensible e invisible caridad. El Prefacio de la misa de hoy nos lo declara abiertamente: "¡Oh Dios eterno! Con el misterio de la Encarnación del Verbo brilla ante los ojos de nuestra mente un nuevo rayo de tu luz con que, conociendo a Dios, en forma visible, seamos arrebatados al amor de las cosas invisibles". Si, ese Nino "envuelto en pañales y acostado en un pesebre" es nuestro Dios que se ha hecho sensible y visible, nuestro Dios que nos manifiesta del modo más palpable su infinita caridad. Es imposible contemplar al divino infante sin sentirse cautivo del amor, que nos lo regalo; Jesús Niño nos revela el amor de Dios de la manera más clara y conmovedora. En la Epístola (Hb. 1, 1-11) de la tercera Misa nos dice San Pablo: "Dios... nos hablo últimamente, en estos días, por su Hijo..., esplendor de su gloria e imagen misma de su substancia". Jesús, el Verbo encarnado, en medio de su silencio de niño impotente, nos habla y nos revela la substancia de Dios: la caridad. ¡oh dulcísimo Verbo encarnado!

¡Oh amabilísimo Niño Jesús! Heme aquí finalmente a tus pies: dejadme contemplarte, dejadme saciarme de tu hermosura, de tu bondad, de tu caridad inmensa. Yo veo tu amor infinito vivo y palpitante en esta tierno Nino que me sonríe y me tiende sus manecitas. ¡y este Niño eres Tu mismo, oh Dios mío! ¿ Como podre pagarte tan excesivo amor? "Siendo grande y rico, te has hecho pequeño y pobre por nosotros, has querido nacer fuera de casa en un establo, ser fajado con pobres pañales, ser alimentado con leche virginal, ser colocado en un pesebre entre el buey y el borriquillo. Hoy brilla para nosotros el día de la redención nueva, de la reparación antigua. de la felicidad eterna: hoy los cielos han destilado miel por todo el mundo. Abraza pues ahora, alma mía, ese divino pesebre, besa con ardor y ternura los piececitos del Nino. Medita en los pastores que velan, el los ángeles que vienen formando ejercito únete a ellos y toma parte en la celeste melodía cantando con la boca y con el corazón: ¡Gloria a Dios en los más alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad! " (San Buenaventura).

jueves, 24 de diciembre de 2009

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION IX

(24 de Diciembre)

VIAJE DE SAN JOSÉ Y MARIA SANTÍSIMA A BELÉN

Ascendit autem et joseph..., ut profiteretur cum Maria desponsata sibi uxore praegnante.

Subió también José..., para inscribirse en el censo con María su esposa, que estaba encinta.

Había Dios decretado que su hijo naciese no ya en la casa de José, sino en una gruta, en un establo, del modo mas pobre y penoso en que pueda nacer un niño; y para esto dispuso que César Augusto publicase un edicto en que ordenaba que fueran todos a empadronarse en su ciudad originaria. José, al tener noticia de esta orden entró en dudas sobre si debía dejar o llevar consigo a la Virgen Madre, próxima ya al alumbramiento. - Esposa y Señora mía , le dijo, por una parte no quisiera dejaros sola; pero, si os llevo conmigo, me aflige la pena de lo mucho que habréis de padecer en este viaje tan prolongado y en tiempo tan riguroso. Mi pobreza no consiente llevaros con la comodidad que se debiera. - María le respondió, infundiéndole ánimos: José mío, no temas; iré contigo y el Señor nos asistirá. Sobrado sabía, por divina inspiración y hasta porque estaba penetrada de la profecía de Miqueas, que el divino niño había de nacer en Belén, por lo que tomó las fajas y demás pobres pañales, ya preparados, y partió con José: Subió también José... para inscribirse en el censo con María. Consideremos aquí las devotas y santas conversaciones que en este viaje tendrían estos dos santos esposos sobre la misericordia, bondad y amor del Verbo divino, que dentro de poco nacería y aparecería para salvación de los hombres. Consideremos también las alabanzas, bendiciones y acciones de gracias, los actos de humildad y amor en que se ejercitarían por el camino estos dos ilustres peregrinos. Cierto que eran muchos los padecimientos de aquella virgencita próxima al parto, en camino tan largo, por sendas impracticables y en tiempo invernal, penas que ofrecía a Dios, uniéndolas con las de Jesús, a quien en su seno llevaba.

¡Ah! unámonos a María y a José y acompañemos con ellos al Rey del cielo, que va a nacer en una gruta y a hacer su primer entrada en el mundo como niño, el más pobre y abandonado que jamás naciera entre los hombres. Pidamos a Jesús, María y José que, por el mérito de las penas padecidas en este viaje, nos acompañen en el que estamos haciendo hacia la eternidad. ¡Felices de nosotros si acompañásemos y fuésemos acompañados por estos tres ilustres personajes!

Afectos Y súplicas

Amado Redentor mío, sé que en este viaje a Belén os acompañan legiones de ángeles del cielo; pero en la tierra, ¿quién os acompaña? Tan sólo José y María, que os lleva dentro de sí. No rehuséis, pues, Jesús mío, que os acompañe también yo, miserable e ingrato en lo pasado, pero que ahora reconozco el agravio que os hice. Vos bajasteis del cielo para ser mi compañero en la tierra, y yo tantas veces os abandoné, ofendiéndoos ingratamente. Cuanto pienso, ¡oh! Jesús mío! que tantas veces, por seguir mis malditas inclinaciones, me separé de vos, renunciando a vuestra amistad, quisiera morir de dolor; pero vinisteis a perdonarme; así, pues, perdonadme pronto, que con toda mi alma me arrepiento de haberos tantas veces vuelto las espaldas y abandonado. Propongo y espero con vuestra gracia no dejaros más ni separarme ya de vos, único amor mío . Mi alma se ha enamorado de vos, mi amable Dios niño. Os amo dulce Salvador mío, y, puesto que vinisteis a la tierra a salvarme y a dispensarme vuestras gracias, está sola os pido: no permitáis que me tenga que separar más de vos. Unidme, estrechadme, encadenadme con los suaves lazos de vuestro santo amor. ¡Ah, Redentor y Dios mío!, y ¿quién tendrá ya corazón para dejaros y vivir sin vos y privado de vuestra gracia?

María Santísima, vengo a acompañaros en este viaje; no dejéis de asistirme en el que estoy haciendo a la eternidad. Asistidme siempre y especialmente cuando me hallare al fin de mi vida, próximo al instante del que depende o estar siempre con vos, para amar a Jesús en el paraíso, o estar siempre lejos de vos, para odiara a Jesús en el infierno. Reina mía, salvadme con vuestra intercesión, y sea la salvación mía amaros a vos y a Jesús por siempre, en el tiempo y en la eternidad; sois mi esperanza, en vos confío.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION VIII

(23 de Diciembre)

AMOR DE DIOS A LOS HOMBRES EN EL NACIMIENTO DE JESÚS.

Apparuit enim gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus, erudiens nos, ut... pie vivamus in hoc saeculo, expectantes beatam spem el adventum gloriae magni Dei et Salvatoris nostri Jesu Christi.

Porque se manifestó la gracia salvadora de Dios a todos los hombres enseñándonos que vivamos piadosamente en el presente siglo, aguardando la bienaventurada esperanza y manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo.


Considera que por la gracia que aquí se dice manifestada se entiende el entrañable amor de Jesucristo hacia los hombres; que por esto se llama gracia. Este amor fué, por parte de Dios, siempre idéntico, si bien no siempre aparentó tal.

Primero fué prometido en tantas profecías y encubierto bajo el velo de tantas figuras, pero en el nacimiento del Redentor se dejo ver a las claras, apareciendo a los hombres el Verbo eterno como niño recostado sobre el heno, gimiendo y temblando de frio, comenzando ya asi a satisfacer por nosotros las penas que merecíamos y dándonos a conocer el afecto que nos tenia sacrificando por nosotros la vida: En esto hemos conocido la caridad, en que El dio su vida por nosotros. Se manifestó, pues, la gracia salvadora de Dios y se manifestó a todos los hombres. Pero ¿por qué después no lo conocieron todos y aun hoy día hay tantos que no lo conocen? Porque la luz ha venido al mundo y amaron los hombres más las tinieblas que la luz. No lo conocieron ni lo conocen porque no quieren conocerlo y aman más las tinieblas del pecado que la luz de la gracia. No pertenezcamos al número de estos infelices. Si hasta aquí cerramos los ojos a la luz, pensando poco en el amor de Jesucristo, procuremos, en los días que nos restaren de vida, tener siempre ante los ojos las penas y la muerte de nuestro Redentor, para amar a quien tanto nos amó: Aguardando la bienaventurada esperanza y manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo.

Así podremos confiar fundadamente, según las divinas promesas, en aquel paraíso que Jesucristo nos conquisto con su sangre. En esta primera aparición viene Jesucristo como niño, pobre y despreciado, manifestándose en la tierra, nacido en un establo, cubierto con pobres lienzos y reclinado en el heno, pero en la segunda aparición vendrá sobre trono de majestad: y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poderío y majestad. ¡Feliz en aquella hora quien le haya amado, y desgraciado quien no le hubiera amado!

Afectos y Súplicas

¡Oh mi santo Niño! Ahora os contemplo sobre esta paja, pobre, afligido y abandonado; pero ya sé que vendréis un día a juzgarme sobre esplendoroso trono, rodeado de ángeles. ¡Ah!, perdonadme antes de que me juzguéis. Entonces os portareis como justo juez, pero ahora sois Redentor mío y Padre misericordioso. ¡Ingrato de mi, que no os conocí por no querer conoceros, y en vez de pensar en amaros, considerando el amor que me tuvisteis, no pensé más que en satisfacer mis apetitos, despreciando vuestra gracia y vuestro amor! En vuestras manos pongo esta mí alma que había perdido, para que vos la salvéis: En tus manos mi espíritu encomiendo; - me libraras, Señor, Dios de verdad. En vos deposito mis esperanzas, pues sé que, para rescatarme del infierno, disteis sangre y vida: Me libraras, Señor, Dios de verdad. No me hicisteis morir cuando estaba en pecado y me esperasteis con tanta paciencia para que, entrando en mí, me arrepintiese de haberos ofendido, comenzase a amaros y así pudierais perdonarme y salvarme. Si, Jesús mío, quiero complaceros: me arrepiento sobre todo mal de los disgustos que os he causado; me arrepiento sobre todas las cosas. Salvadme por vuestra misericordia y sea mi salvación amaros siempre en esta vida y en la eternidad.

Amada Madre mía, María recomendadme a vuestro Hijo; hacedle ver que soy siervo vuestro y que en vos puse mi esperanza, pues El os oye y no os niega nada.

martes, 22 de diciembre de 2009

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION VII

(22 de Diciembre)

PENA CAUSADA A JESUS POR LA INGRATITUD DE LOS HOMBRES

In propia venit, et sui eum non receperunt.

Vino a lo que era suyo, y los suyos no lo recibieron.


Andaba en estos días de Navidad San Francisco de Asís gimiendo y suspirando por caminos y selvas, con gemidos inconsolables, preguntando por causa, respondió: Y ¿cómo queréis que no llore, viendo que el amor no es amado? Veo un Dios casi fuera de si por amor de los hombres, y a los hombres tan ingratos con este Dios. Si tanto afligía esta ingratitud de los hombres al corazón de San Francisco, consideremos cuánto mas afligiría al Corazón de Jesucristo. Apenas concebido en el seno de María, vio la cruel correspondencia que había de recibir de los hombres. Había venido del cielo a encender el fuego del divino amor, y este solo deseo le había hecho descender a la tierra a sufrir un abismo de penas e ignominias: Fuego vine echar sobre la tierra, y ¿qué quiero, si ya prendió? Y después veía el abismo de pecados que cometerían los hombres a pesar de haber sido testigos de tantas pruebas de su amor. esto fue, dice San Bernardino de Siena, lo que le hizo padecer infinito dolor. Aun entre nosotros, el verse alguno tratado ingratamente por otro es insufrible dolor, pues como expone el Beato Simón de Casia, la ingratitud frecuentemente aflige al alma más que cualquier otro dolor al cuerpo. ¿Qué dolor, pues, ocasionaría a Jesús, que era nuestro Dios, ver que, por nuestra ingratitud, sus beneficios y sus amor habían de ser pagados con disgustos e injurias? Mal, en cambio de bien, me devolvieron, - y odio por amor. Y hasta aun hoy día parece que van lamentándose Jesucristo: Fuí para mis hermanos extranjero, pues ve que no es amado ni conocido de muchos, como si no les hubiera hecho bien alguno ni hubiera padecido nada por su amor.

¡Oh Dios!, y ¿qué caso hacen, aun al presente, tantos cristianos del amor de Jesucristo? Apareciese en cierta ocasión el Redentor al Beato Enrique Suson a modo de peregrino que andaba mendigando de puerta en puerta quien le hospedara un poquillo, y todos lo despedían, con injurias y villanías. ¡Cuantos, por desgracia, hay semejantes a aquellos de quienes habla Job: Ellos, que decían a Dios: ¡Apártate de nosotros! Pues ¿qué podía hacerles sadday, - ya que el había henchido su casa de ventura? Nosotros aunque en lo pasado nos hayamos unido a estos ingratos, ¿querremos continuar con nuestra ingratitud en lo futuro? no, que no se merece esto amable niño que vino del cielo a padecer y morir por nosotros para que le amasemos.

Afectos y súplicas

Luego ¿será verdad, Jesús mío, que bajasteis del cielo para haceros amar de mi, que vinisteis a abrazaros con vida trabajosa y muerte de cruz por amor mío y para que os acogiese en mi corazón, y yo os haya tantas veces arrojado de mi exclamando: Apártate de mi, Señor, que no te quiero? ¡Oh Dios!, si no fueseis bondad infinita ni hubieseis dado la vida para perdonarme, no me atrevería a pediros perdón; pero oigo que vos mismo me brindáis la paz: Volveos a mí, dice Yahveh sebaot, y yo me volveré a vosotros. Vos mismo, Jesús mío, que sois el ofendido por mí, os hacéis mi intercesor: y El es propiciación por nuestros pecados. No quiero, pues, haceros este nuevo agravio de desconfiar de vuestra misericordia. Me arrepiento con toda el alma de haberos despreciado, ¡oh sumo Bien!; dignaos recibirme en vuestra gracia por aquella sangre derramada por i, Padre..., no soy ya digno de llamarme hijo tuyo. No, redentor y Padre mío, no soy digno de ser hijo vuestro, por haber tantas veces renunciado a vuestro amor; mas vos me hacéis digno con vuestros merecimientos. Gracias Padre mío, gracias; os amo. ¡Ah, que él solo pensamiento de la paciencia con que me sufristeis por tantos años y de las gracias que me dispensasteis, después de todas las injurias que os hice, debiera hacerme vivir siempre ardiendo en las llamas de vuestro amor! Venid, pues, Jesús mío, que no quiero desecharos mas; venid a habitar en mi pobre corazón. Os amo y quiero amaros siempre, y vos inflamadme siempre mas con el recuerdo del amor que me tuvisteis.

Reina y Madre mía, María, ayudadme, rogad a Jesús por mi; hacedme vivir, en lo que me restare de vida, agradecido al Dios que tanto me amo, después de haberle tanto ofendido.

lunes, 21 de diciembre de 2009

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION VI

(21 de Diciembre)

JESÚS, PRISIONERO EN EL SENO DE MARÍA

Accenseor descendentibus in foveam, - similis factus sum

viro invalido.

Contado soy con los que al hoyo bajan,- cual de

heridos que yacen en la tumba.

Considera la vida penosa por qué pasó Jesucristo en el seno de su Madre, debido a la prisión tan estrecha y obscura de nueve meses. Cierto que los otros niños están en el mismo estado, pero no sienten las incomodidades, pues no las conocen pero Jesús las conocía bien, ya que, desde el primer instante de su vida, tuvo perfectísimo uso de razón. Tenía sentidos, y no podía valerse de ellos; tenia ojos, y no podía ver; lengua, y no podía hablar; manos, y no las podía extender; pies, y no podía andar; así que, durante los nueve meses qué estuvo en el seno de María, estuvo como muerto encerrado en el sepulcro: Contado soy con los que al hoyo bajan,- cual de heridos que yacen en la tumba. Era libre, porque se había hecho voluntariamente prisionero de amor; pero el amor le privaba del uso de la libertad y lo tenía tan estrechado con cadenas, que no podía moverse. ¡Oh gran paciencia del Salvador!, exclama San Ambrosio al pensar en las penas de Jesús mientras estaba en el seno de María. Fué por consiguiente, para el Redentor el seno de María cárcel voluntaria, porque fué prisión de amor, mas no prisión injusta. Ciertamente que era inocente, pero se había ofrecido a pagar nuestras deudas y satisfacer por nuestros delitos. Con razón, pues, la divina justicia lo tiene así encarcelado, comenzando con esta pena a exigir de El mismo la merecida satisfacción.

Mira a lo que se reduce el Hijo de Dios por amor de los hombres: se priva de su libertad y se encadena para librarnos de las cadenas del infierno. Mucho, pues merece ser reconocida con gratitud y amor la gracia de nuestro libertador y fiador, quien no por obligación, sino solo por afecto, se ofreció a pagar y pago nuestras deudas y nuestras penas, dando por ellas su vida divina: No olvides los favores de quien te dio fianza, - pues que ha dado por ti su alma.

Afectos y súplicas

No olvides los favores de quien te dio fianza. Si, Jesús mío; con razón me advierte el profeta que no me olvide la inmensa gracia que me hicisteis. Yo era deudor y reo, y vos, inocente. Vos, Dios mío, quisisteis satisfacer por mis pecados con vuestras penas y con vuestra muerte. Y después olvide esta gracia y vuestro amor y me atreví a volveros las espaldas, como si no fuerais mi Señor, y el Señor que me amo tanto. Mas, si en el pasado lo olvide, no quiero, Redentor mío, olvidarlo en lo futuro. Vuestras penas y vuestra muerte serán mi continuo pensamiento, y ellas me recordaran siempre el amor que me tuvieseis. Maldigo los días en que, olvidado de cuanto padecisteis por mí, abuse tan malamente de la libertad que me disteis para amaros y emplee en despreciaros . Esta libertad que me disteis, hoy os la consagro. Libradme Jesús mío, de la desgracia de verme de nuevo separado de vos y hecho nuevamente esclavo de Lucifer. Encadenad a vuestros pies a esta mi pobre alma, a fin de que no se aparte mas de vos. Padre eterno, por la cautividad que el Niño Jesús padeció en el seno de María, libradme de las cadenas del pecado y del infierno.

Y vos, Madre de Dios, socorredme. Lleváis dentro, aprisionado y estrechado, al Hijo de Dios. Pues, ya que Jesús es prisionero vuestro, hará cuanto le digáis. Decidle que me perdone y que me haga santo. Ayudadme, Madre mía, por aquella gracia y honor que os hizo Jesucristo de habitar nueve meses en vuestro seno.

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION V

(20 de Diciembre)

JESÚS SE OFRECIÓ DESDE EL PRINCIPIO POR NUESTRA SALVACIÓN.

Oblatus est quia ipse voluit

Fué maltratado, mas El se doblegó

El verbo divino, desde el primer instante que se vio hecho hombre y niño en el seno de María, se ofreció por si mismo a las penas y a la muerte, por el rescate del mundo. Sabía que todos los sacrificios de los machos cabríos y de los toros ofrecidos a Dios en la antigüedad no habían podido satisfacer por las culpas de los hombres, sino que se necesitaba una persona divina que satisficiese por ellos el precio de su redención. Por lo cual dijo, como nos certifica el Apóstol: Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito . Entonces dije: Heme aquí presente. Padre mío (dijo Jesucristo), todas las victimas a vos ofrecidas hasta ahora no bastan ni bastaran a satisfacer vuestra justicia; me disteis un cuerpo pasible para que con la efusión de mi sangre os aplaque y salve a los hombres: ecce venio, heme pronto; todo lo acepto y en todo me someto a vuestro querer.

La parte inferior experimentaba, naturalmente, repugnancia y rehusaba a vivir y morir entre tanta pena y oprobio, pero venció la parte racional, que estaba por completo subordinada a la voluntad del Padre, y acepto todo, comenzando Jesús a padecer, desde aquel punto, todas las angustias y dolores que sufriría en los años de su vida. Así obro nuestro divino Redentor desde los primeros instantes de su entrada en el mundo.

Y ¿cómo nos hemos portado nosotros con Jesús desde que, llegados al uso de razón, comenzamos a conocer con la luz de la fe los sagrados misterios de la redención? ¿Qué pensamientos, soberbias, venganzas, sensualidad: he ahí los bienes que aprisionaron los afectos de nuestro corazón. Mas, si tenemos fe, mudemos de vida y de amores: amemos a un Dios que tanto padeció por nosotros. Acordémonos de las penas que el Corazón de Jesús padeció por nosotros desde niño, y así no podremos amar más que a este Corazón, que tanto nos ha amado.

Afectos y súplicas

Señor mío, ¿queréis saber cómo me porté con vos en mi vida? Desde que comencé a tener uso de razón empecé a menospreciar vuestra gracia y vuestro amor. Pero mejor que yo lo sabéis vos, y , a pesar de ello, me soportasteis porque aun me queréis mucho. Hui de vos, y vos os acercasteis llamándome. Aquel mismo amor que os hizo bajar del cielo en seguimiento de las ovejuelas perdidas, hizo que me sufrieseis y no abandonaseis. Jesús mío, ahora me buscáis y yo os busco. Siento que vuestra gracia me asiste; me asiste con el dolor de los pecados, que aborrezco sobre todo otro mal; me asiste con el gran deseo que tengo de amaros y de daros gusto . Sí, señor mío, os quiero amar y complacer cuanto pueda. Cierto que temo por mi fragilidad y la debilidad contraída a causa de mis pecados, pero mucho mayor es la confianza que vuestra gracia me infunde, haciéndome esperar en vuestros meritos y dándome grande ánimo para exclamar: Para todo siento fuerzas en aquel que me conforta. Si soy débil, vos me daréis fuerza contra mis enemigos; si estos enfermo, espero que vuestra sangre será mi medicina; si soy pecador, confió en que me santificareis. Confieso que en lo pasado coopere a mi ruina , porque deje de acudir a vos en los peligros. De hoy en adelante, Jesús mío y esperanza mía, a vos quiero recurrir y de vos espero toda ayuda y todo bien. Os amo sobre todas las cosas y nada quiero amar fuera de vos. Ayudadme, por piedad, por el merito de tantas penas como desde niño sufristeis por mí, Eterno Padre, por amor de Jesucristo aceptad que os ame. Si os enoje, aplacaos al ver las lagrimas del Niño Jesús, que os ruega por mí: En la faz de tu ungido pon los ojos. Yo no merezco gracias, pero las merece este hijo inocente, que os ofrece una vida de penas para que seáis conmigo misericordioso.

Y vos, María, Madre misericordiosa, no dejéis de interceder por mi; Sabéis cuanto confió en vos, y yo bien se que no abandonáis a quien a vosotros recurre.


sábado, 19 de diciembre de 2009

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION IV

(19 de Diciembre)

LA PASION DE JESUCRISTO DURO TODA SU VIDA

Dolor meus oram me est semper.

Mi dolor está siempre ante mí.

Considera cómo en aquel primer instante en que fue creada y unida el alma de Jesucristo a su cuerpecito, en el seno de María, el Eterno Padre intimó al Hijo su voluntad de que muriese por la redención del mundo; y en aquel mismo punto le representó delante toda la escena funesta de las penas que debía sufrir hasta la muerte para redimir a los hombres. Mostróle entonces todos los trabajos, desprecios y pobreza que había de padecer en su vida, tanto en Belén como en Egipto y en Nazaret, y después todos los dolores e ignominias de la pasión, azotes, espinas, clavos y cruz; todos los tedios, tristezas, agonías y abandonos en medio de los que había de terminar su vida en el Calvario.

Abrahán, llevando a su hijo a la muerte, no quiso afligirlo con darle el aviso de ella anticipadamente en el poco tiempo que se precisaba para llegar al monte. Pero el Eterno Padre quiso que su Hijo encarnado, destinado como victima de nuestros pecados a su justicia, padeciese ya todas las penas a las que después había de sujetarse durante su vida y en su muerte. De ahí que aquella tristeza padecida por Jesús en el Huerto, capaz de quitarle la vida, como El declaro: Triste en gran manera esta mi alma hasta la muerte, la padeciera continuamente desde el primer momento en que estuvo en el seno de su Madre. Así que desde entonces sintió vivamente y sufrió el peso reunido de todos los dolores y vituperios que le esperaban.

La vida entera y todos los años de nuestro Redentor fueron años y vida de penalidades y de lagrimas: Que en el dolor mi vida se marchita - y en sollozos mis años. Su divino corazón no tuvo un momento libre de padecimientos: ya vigilara o durmiese, trabajara o descansase, rezara o hablase, siempre tenía ante la vista esta amarga representación, que atormentaba más su santísima alma que atormentaron a los santos mártires todas sus penas. Estos padecieron, pero, ayudados de la divina gracia, padecieron con alegría y fervor Jesucristo padeció, pero padeció siempre con el Corazón lleno de tedio y de tristeza, y todo lo aceptó por nuestro amor.

Afectos y súplicas

¡Oh dulce, oh amable, oh amante Corazón de Jesús! ¿conque desde niño estuvisteis amargado y agonizasteis en el seno de María sin consuelo y sin que nadie fuese testigo de vuestra pena ni os consolare compadeciéndoos? Todo esto lo sufristeis, Jesús mío, para satisfacer por la pena y agonía eterna que a mí me tocaba padecer en el infierno por mis pecados. Vos, pues, padecisteis falto de todo alivio para salvarme a mí, después de atreverme a abandonar a Dios y volverle las espaldas, para satisfacer mis gustos miserables. Gracias os doy, Corazón afligido y enamorado de mi Señor. Os agradezco y os compadezco al considerar que padecisteis tanto por los hombres y que éstos tampoco os compadecen. ¡Oh amor divino!, ¡Oh ingratitud humana! ¡Oh hombres, oh hombres!, mirad a este corderuelo inocente que agoniza por vosotros para satisfacer a la divina justicia por las injurias que le hicisteis. Mirad cómo ruega e intercede por vosotros ante el Eterno Padre; miradlo y amadlo. ¡Ah Redentor mío, qué pocos son los que piensan en vuestros dolores y en vuestro amor! ¡Oh Dios, cuán pocos son los que os aman! Y ¡desde vos! Vos padecisteis tanto para que os amase, y no os he amado. Perdonadme, Jesús mío, perdonadme, que quiero enmendarme y quiero amaros. ¡Pobre de mí, Señor, si resistiere aún a vuestra gracia y por mi resistencia me condenare! Cuantas misericordias usasteis conmigo, y especialmente vuestra dulce voz, que ahora me invita a amaros, serian mis mayores penas en el infierno. Amado Jesús mío, tened piedad de mi, no permitáis que viva más ingrato a vuestro amor; dadme luz y fuerza para vencerlo todo y para cumplir vuestra voluntad. Escuchadme, os ruego, por los meritos de vuestra pasión. De esta lo espero todo y de vuestra intercesión, ¡Oh María!

Querida Madre mía, socorredme; vos me alcanzasteis cuantas mercedes recibí de Dios; gracias por ello, pero, si no continuáis ayudándome, seré infiel, como lo fui en lo pa

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO





NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION III

(18 de Diciembre)

JESUS SE HACE NIÑO PARA CONQUISTARSE NUESTRA CONFIANZA Y NUESTRO AMOR

Parvulus natus est nobis, et Filius datus est nobis.

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.

Considera cómo, después de tantos siglos, después de tantas plegarias y suspiros, vino, nació y se dió todo a nosotros el Mesías, que no fueron dignos de ver los santos patriarcas y profetas; el suspirado de los gentiles, el deseado de los collados eternos, nuestro Salvador: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. El Hijo de Dios se empequeñeció para hacernos grandes; se dio a nosotros para que nosotros nos diéramos a Él; vino a demostrarnos su amor, para que le correspondiésemos con el nuestro. Recibámoslo, pues, con afecto, ámennosle y recurramos a Él en todas nuestras necesidades. Los niños, dice San Bernardo, fácilmente conceden lo que se le pide. Jesús vino como niño, para demostrarnos que está dispuesto a darnos todos sus bienes. En el cual se hallan todos los tesoros. El Padre... todas las cosas ha entregado en sus manos. Si queremos luz, El vino para iluminarnos; si queremos fuerza para resistir a los enemigos, El vino para fortalecernos, si queremos el perdón y la salvación, El vino precisamente para perdonarnos y salvarnos; si queremos, en una palabra, el supremo don del amor divino, El vino para inflamarnos; y por esto, sobre todo, se hizo niño y quiso presentarse a nosotros pobre y humilde, para aparecer más amable, apartar de nosotros todo temor y conquistarse nuestro afecto: Así debía venir quien quiso desterrar el temor y buscar la caridad, dice san Pedro Crisologo.

Además, Jesús quiso venir chiquito, para que le amasemos, no sólo con amor apreciativo, sino con amor tierno. Todos los niños saben conquistarse afectuoso cariño de quienes los guardan, y ¿quién no amará con ternura a un Dios viéndolo niñito menesteroso de leche, tiritando de frio, pobre, humillado y abandonado, que llora y que da vagidos sobre la paja de un pesebre? Esto hacia exclamar al enamorado San Francisco: ¡Amemos al Niño de Belén! ¡Amemos al Niño de Belén!

Almas venid a amar a un Dios hecho niño y hecho pobre, y que es tan amable que bajó del cielo para entregársenos por completo.

Afectos y súplicas

¡Oh amable Jesús, tan despreciado por mi!, bajasteis del cielo para rescatarnos del infierno y daros por completo a nosotros, y ¿cómo pudimos tantas veces despreciaros y volveros las espaldas? ¡Oh Dios!, los hombres son tan agradecidos con las criaturas, que, si alguien les hace un regalo, si les envía un visita lejana, si les da cualquier prueba de afecto, no se olvidan y se sienten forzados a corresponder. Y, a vuelta de esto, ¡son tan ingratos con vos, que sois su Dios, y tan amable que por su amor no rehusasteis dar sangre y vida !Mas, ¡ay de mi, que fui peor que los demás, por haber sido más amado y más ingrato. ¡Ah!, si las gracias que me dispensasteis las hubierais dado a un hereje, aun idolatra, se habrían hecho santos, y yo os ofendí. Por favor, no os recordéis, Señor, de las injurias que os hice. Dijisteis que, cuando el pecador se arrepiente, os olvidáis de todos los ultrajes recibidos: Ninguno de los pecados que cometió le será recordado. Si en lo pasado no os amé, en lo futuro no quiero hacer más que amaros. Ya que os disteis completamente a mí, os doy, en cambio, toda mi voluntad; con ella os amo, os amo, os amo y quiero repetir siempre: os amo, os amo. Quiero vivir siempre repitiendo lo mismo y así quiero morir, lanzando el postrer suspiro con estas suaves palabras: Dios mío, os amo, para comenzar desde el punto en que entrare en la eternidad con un amor continuo hacia vos, que durara eternamente, sin dejar ya de amaros. Entre tanto, Señor mío, único bien y único amor mío, me propongo anteponer vuestra voluntad a todos mis placeres. Venga todo el mundo y lo rechazo, que no quiero ya dejar de amar a quien me ha amado tanto; no quiero disgustar mas a quien merece por parte mía infinito amor. Secundad, Jesús mío, este mi deseo con vuestra gracia.

Reina mía, María, reconozco debidas a vuestra intercesión todas las gracias recibidas de Dios; seguid intercediendo por mi; alcanzadme la perseverancia, vos que sois la Madre de ella.

jueves, 17 de diciembre de 2009

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO


NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION II

(17 de Diciembre)

AFFLICCION DEL CORAZON DE JESUS EN EL SENO DE MARIA

Hostiam et oblationem noluisti; corpus autem aptasti

mihi

Sacrificio y ofrenda no quisiste; pero me diste un

cuerpo a propósito.

Considera la grande amargura de que debía sentirse afligido y oprimido el corazón del Niño Jesús en el seno de María en aquel primer instante en que el Padre le propuso la serie de desprecios, trabajos y agonías que había de sufrir en su vida para libertar a los hombres de sus miserias: Cada mañana me despierta el oído...; no me he rebelado...; mi espalda ofrecí a los que golpeaban. Así hablo Jesús por boca del profeta. Cada mañana me despierta el oído, es decir, desde el primer momento de mi concepción, mi Padre me dio a sentir su voluntad, que yo viviese vida de penas y fuese, finalmente, sacrificado en una cruz; no me he rebelado; mi espalda ofrecí a los que golpeaban. Y yo lo acepté todo por vuestra salvación, ¡oh almas!, y desde entonces entregue mi cuerpo a los azotes, clavos y muerte, Pondera que cuanto padeció Jesucristo en su vida y en su pasión, todo le fue puesto ante los ojos desde el seno de su Madre y El todo lo abrazo con amor; pero, al consentir en esta aceptación y vencer la natural repugnancia de los sentidos ¡Oh Dios, cuanta angustia y opresión no tuvo que sufrir el inocente corazón de Jesús! Sobrado conocía lo que primeramente había de padecer, al estar encerrado nueve meses en aquella cárcel obscura del seno de María; los padecimientos y oprobios del nacimiento en una fría gruta, establo de animales; los treinta años de servidumbre en el taller de un artesano; el considerar que había de ser tratado por los hombres como ignorante, esclavo, seductor y reo de la muerte más infame y dolorosa que se daba a los malvados.

Todo lo acepto nuestro amable Redentor en todo momento, y en todos los momentos en que lo aceptaba, padecía reunidas todas las penas y abatimientos que había después de padecer hasta su muerte. El mismo conocimiento de su dignidad divina contribuía a que sintiese mas las injurias que recibiría de los hombres: Presente tengo siempre mi ignominia. Continuamente tuvo ante los ojos su vergüenza, especialmente la confusión que le acarrearía verse un día desnudo, azotado, colgado de tres garfios de hierro, rindiendo así la vida entre vituperios y maldiciones de quienes se beneficiaban de su muerte: Hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y ¿para qué? Para salvarnos a nosotros, míseros e ingratos pecadores.

Afectos y suplicas

Amado Redentor mío, ¡cuánto os costo, desde que entrasteis en el mundo, sacarme del abismo en que mis pecados me habían sumergido! Para librarme de la esclavitud del demonio, al cual yo mismo me vendí voluntariamente, aceptasteis ser tratado como el peor de los esclavos; y yo, que esto sabia, tuve la osadía de amargar tantas veces vuestro amabilísimo Corazón, que tanto me amó. Mas, puesto que vos, inocente, aceptasteis, Dios mío, vida y muerte tan penosas, yo acepto por vuestro amor, Jesús mío, todas las penas que me vengan de vuestras manos. Las acepto y abrazo porque proceden de aquellas manos traspasadas un día para librarme del infierno, tantas veces merecido por mí. Vuestro amor, ¡Oh Redentor mío!, al ofreceros a padecer tanto por mí, me obliga a aceptar por vos cualquier pena y desprecio. Dadme, Señor, por vuestros meritos, vuestro santo amor, que me torne dulces y amables todos los dolores y todas las ignominias. Os amo sobre todas las cosas, os amo con todo el corazón, os amo más que a mí mismo. Vos en vuestra vida me disteis tantas y tan grandes pruebas de afecto, y yo, ingrato, que viví tantos años en el mundo, ¿qué prueba de amor os he dado? Haced, pues, ¡Oh Dios mío!, que en los años que me restaren de vida os de alguna prueba de mi amor. No me atrevería en el día del juicio a comparecer ante vos, tan pobre como soy ahora y sin hacer nada por amor vuestro; pero ¿qué puedo hacer sin vuestra gracia? Sólo rogaros que me socorráis, y aun esta mi suplica es gracia es gracia vuestra. Jesús mío, socorredme por los meritos de vuestras penas y de la sangre que derramasteis por mí.

María Santísima, encomendadme a vuestro Hijo, ya que por mi amor lo llevasteis. Mirad que soy una de aquellas ovejuelas por las que murió vuestro Hijo.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

MEDITACIONES DE ADVIENTO: DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO



NOVENA DE NAVIDAD

MEDITACION I

(16 de Diciembre)

DIOS NOS DIO A SU UNIGENITO POR SALVADOR

Dedit te in lucem gentium, ut sis salus mea usque ad

extremum terrae

Te he constituido en luz de los gentiles, para que mi

salvación llegue hasta el fin de la tierra

Consideremos cómo el Eterno Padre dijo al Niño Jesús en el instante de su concepción estas palabras: Hijo, yo te he dado al mundo como luz y vida de las gentes, para que procures su salvación, que estimo tanto como si fuese la mía. Es necesario, pues que te emplees completamente en beneficio de los hombres. "Dado completamente a ellos y entregado por completo a sus menesteres". Es necesario que al nacer padezcas extremada pobreza, para que el hombre se enriquezca; es necesario que seas vendido como esclavo, para que el hombre sea libre; es necesario que, como esclavo, seas azotado y crucificado, para satisfacer a mi justicia la pena debida por el hombre; es necesario que sacrifiques sangre y vida, para librar al hombre de la muerte eterna. Sábete, en suma, que ya no eres tuyo, sino del hombre. Pues un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Así, querido Hijo mío, es como el hombre se rendirá a amarme y a ser mío, viendo que le doy por completo a ti, Hijo mío unigénito, y que ya no me resta más que darle.

Así amo Dios (¡Oh amor infinito, digno solamente de un Dios infinito!), así amo Dios al mundo, que entrego a su Hijo unigénito. El Niño Jesús no se contristo a esta propuesta, sino que se complació en ella, aceptándola con amor y regocijo: Salta cual gigante a correr la ruta. Y desde el primer momento de su encarnación se entrego por completo al hombre, y abrazo con gusto todos los dolores e ignominias que había de sufrir en la tierra por amor de los hombres. Estos fueron, expone San Bernardo, los montes y collados que había de atravesar Jesucristo con tanto apresuramiento para salvar a los hombres: Helo aquí que viene saltando por las montañas, brincando por las colinas.

Piensa aquí como el divino Padre, enviando a su Hijo para ser nuestro Redentor y sellar la paz entre El y los hombres, se obligo en cierto modo a perdonarnos y amarnos, por razón del pacto que hizo de recibirnos en su gracia, puesto que el Hijo satisfacía por nosotros a la divina justicia. A su vez, el Verbo divino, habiendo aceptado la comisión del Padre, el cual (enviándolo a redimirnos) nos lo daba, se obligo también a amarnos, no ya por nuestro meritos, mas para cumplir la piadosa voluntad del Padre.

Afectos y súplicas

Amado Jesús mío, si es verdad, como dice la ley, que el dominio se adquiere con la donación, vos sois mío, por haberos vuestro Padre entregado a mí: por mí nacisteis y por mí os habéis dado. Por eso puedo con razón exclamar: Dios mío y mi todo. Y ya que sois mío, mías son vuestras cosas, como me lo afirma vuestro Apóstol: ¿Cómo no juntamente con El nos dará de gracia todas las cosas? Mía es vuestra sangre, míos vuestros meritos, mía vuestra gracia, mío vuestro paraíso. Y si sois mío, ¿quién podrá nunca separaros de mi? Nadie podrá quitarme a Dios, exclamaba jubiloso San Antonio Abad. Así quiero yo exclamar en adelante. Tan sólo por culpa mía puedo perderos y separarme de vos; pero, Jesús mío, si en lo pasado os dejé y perdí, ahora me arrepiento con toda el alma y me resuelvo a perderlo todo, aun la vida, antes que perderos a vos, bien infinito y único amor de mi alma. Os doy gracias, Padre eterno, por haberme dado a vuestro Hijo, y a cambio de habérmelo dado por completo a mí, miserable, yo me entrego todo a vos. Por amor de este mismo Hijo, aceptadme y estrechadme con los lazos de amor a este mi Redentor, pero estrechadme de manera que pueda también exclamar: ¿Quién nos apartara del amor de Cristo? ¿Qué bien del mundo podrá separarme de mi Jesucristo? Salvador mío, pues sois todo mío, sabed que yo soy todo vuestro; disponed de mi y de mis cosas como os agradare. ¿Cómo podría negar nada a Dios, que no me negó nada, ni su sangre ni su vida?

María, Madre mía, custodiadme con vuestra protección. No quiero ya pertenecerme más, sino pertenecer por completo a mi Señor. Pensad en hacerme fiel; en vos confió.