RENOVACIÓN
de las promesas hechas en el santo Bautismo que debe hacerse a lo menos una vez al año, en el cumpleaños o a principio de Enero (I)
¡Oh Dios mío! Os doy infinitas gracias por haberme criado a vuestra imagen y semejanza, por haberme reengendrado con el santo Bautismo, por haberme dado en él vuestra gracia, los dones y virtudes del Espíritu Santo, y por haberme hecho hijo de vuestra Iglesia.
En aquel día, para mi tan venturoso, no solo renuncié a Satanás por boca de mi padrino, y a todas sus obras, pompas y vanidades, sino que también hice profesión de creer en un solo Dios, Padre, Hijo Y Espíritu Santo, creer en la Iglesia católica, en la comunión de los santos y en todas las demás verdades por Vos reveladas; y, en fin, resolví entonces vivir y morir en esta creencia y en la observancia de vuestros santos mandamientos.
Pero, ¡ay de mí!, Dios mío, y ¡cuán mal he cumplido tan santas y solemnes promesas! He dado oído a las sugestiones del demonio; he militado bajo las banderas de Satanás; he ido en pos de las pompas del diablo, arrastrado de los placeres y vanidades del mundo; he preferido los honores, riquezas y demás objetos terrenos, a los bienes espirituales y eternos que Vos prometisteis a vuestros hijos. Debiéndoos amar sobre todas las cosas, os he pospuesto a las más viles, y por ellas os he despreciado, pecando. Debiendo vivir para Vos únicamente, y consagraros todos mis pensamientos palabras y obras, he vivido únicamente para mi, y todas las he dirigido a la satisfacción de mis antojos. ¡Ay de mí! ¡He infringido vuestras santas leyes, las de la Iglesia y los deberes de mi estado! Pero, Señor, renuncio de nuevo a todo lo que no sea Vos; desde hoy detesto y abomino todas mis iniquidades; os pido humildemente perdón de todas ellas, y espero que por los meritos de vuestro querido Hijo me las perdonareis.
Dignaos, Dios mío, aceptar la renovación que hago en este día de las promesas que delante de toda la Iglesia hice en el día de mi bautismo, las que intento cumplir con toda exactitud y fidelidad; y al efecto, ahora que tengo mayores conocimientos, digo que renuncio a Satanás, a todas su pompas y a todas sus obras. Jamás prestaré oídos al demonio ni a cosa alguna que con él tenga relación. Pondré cuidado en no dejarme llevar de la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza y mentira; y daré de mano a cuanto sea pecado, porque sé que el pecado es obra de Satanás.
Pondré cuidado en arrancar de mi corazón el amor a las riquezas, honras, pompas y placeres del mundo, porque sé que todo ello no es otra cosa que un lazo con que el demonio, nuestro enemigo, procura prender nuestras almas. Procuraré meditar sobre la vanidad y lo deleznables que son los bienes de este mundo, para que mi corazón esté siempre libre de todo afecto terreno, y sólo ame a Vos, que sois mi centro, mi infinito, eterno e incomprensible bien.
Sí, Señor, sí; quiero vivir y morir en la fe, esperanza y caridad, y en la obediencia y fidelidad que os he prometido. Creo cuanto cree la santa Iglesia católica, apostólica y romana, y repruebo cuanto ella reprueba.
Nunca volveré a poner mi esperanza en las riquezas, honores, hermosura, juventud, ni en otra cosa alguna criada, sino en Vos, Dios mío; sí, en Vos coloco toda mi felicidad; sólo Vos sois el objeto de mi nueva esperanza. Los días que me restan de vida los empleare en amaros y serviros con toda fidelidad y amor.
Quiero amaros, Dios mío, con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas; desde hoy os consagro todos mis pensamientos, deseos, palabras y acciones, mi cuerpo, mi alma, mis bienes, cuanto poseo y puedo poseer; y estoy resuelto a no usar de cuanto está en mi poder sino para vuestra mayor honra y gloria y conforme a vuestra santísima voluntad.
Os amo, Dios mío, y os amare siempre más y más, con todo el afecto de mi corazón sin que jamás deje de amaros; ni la vida ni la muerte, ni la esperanza del bien, ni el temor del mal, ni mis amigos ni mis enemigos, ni cosa alguna criada, podrán hacerme faltar a la palabra de fidelidad que acabo de daros, y que renuevo ahora a la faz de los cielos y de la tierra, a quienes pongo por testigos. Con entera sumisión me sujeto a vuestros preceptos, igualmente que a los de todos mis superiores.
Tal es, Señor, mi nueva resolución y voluntad, en la que deseo vivir y morir; y siendo Vos el autor de ella, espero que me auxiliareis con vuestra gracia para llevarla a cabo, pues bien sabéis que sin vuestra gracia yo nada puedo absolutamente.
Renovad en mí, ¡Oh divino Redentor!, el espíritu de fe, de esperanza, de caridad, de humildad y demás virtudes que me infundisteis en el bautismo, a fin de que, fortificado con ellas, pueda hacerme superior a la concupiscencia que me arrastra al pecado, pueda resistir a mis enemigos y ser fiel a lo que acabo de prometeros; todo lo cual os pido por los meritos de vuestra Sangre santísima, por los meritos e intercesión de vuestra querida Madre, de los Ángeles y Santos del cielo y justos de la tierra. Amén.