"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

martes, 30 de noviembre de 2010

NOVENA EN HONOR DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

De rodillas delante de la imagen de la Purísima Concepción, dígase devotamente:

Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la Inmaculada Concepción de María Santísima, Madre de Dios y Señora nuestra, concebida sin pecado original en el primer instante de su ser. Amén. Por la señal , etc.

ACTO DE CONTRICION

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador, Padre y Redentor mío, en quien creo, en quien espero y a quien amo sobre todas las cosas, por ser Vos quien sois, Bondad infinita, me pesa de haberos ofendido y propongo firmísimamente nunca más ofenderos. Perdonadme, Salvador mío, y esforzadme siempre en vuestro amor. Y ahora dadme gracia para hacer devotamente esta novena en honra de la Santísima Trinidad y de la purísima Concepción de vuestra Madre, a la cual Vos, en este misterio, por medio del Romano Pontífice, vicario vuestro, habéis dado por patrona a toda España, para que nos libre de todos los males y nos alcance todos los bienes, hasta llegar a gozarlos en la gloria. Amén.

ORACION A LA SANTISIMA TRINIDAD

SANTISIMA Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios, os sean dadas infinitas alabanzas y gracias en el cielo y en la tierra por el misterio de la Inmaculada Concepción, y por todos los demás misterios de vuestra Hija, Madre y Esposa, la gloriosísima Virgen María, especialmente.

*** Porque ya en aquel instante la confirmasteis en gracia con un don tan singular, que nunca en toda su vida cometió pecado o imperfección alguna, aun la más leve***(I).

Dígoos, Señor, con todo mi afecto, que me alegro cuanto me es posible de todas las excelencias que le concedisteis, porque son tan en honra vuestra y suya; y que deseo glorificaros por ellas por toda la eternidad, ofreciéndoos ahora tres veces el Padre nuestro, Avemaría y Gloria Patri.

ORACION A LA MADRE DE DIOS

DIGNISIMA Hija del Eterno Padre, Madre del divino Hijo Y esposa del Espíritu Santo, poderosísima y benignísima patrona de España en el misterio de vuestra purísima Concepción; en Vos, Señora, después de Dios, pongo toda mi esperanza. Suplicoos que así como y o me alegro de todas vuestras excelencias, y las venero todas en este misterio, ofreciendo por ellas alabanzas y gracias a la Santísima Trinidad; así Vos, en memoria de las mismas excelencias y del mismo misterio, intercedáis por mí con la Trinidad Santísima, y me tengáis siempre bajo vuestro amparo. No me dejéis, Señora, porque si no, me perderé; que yo tampoco quiero dejaros a Vos, antes bien, crecer cada día mas en vuestra verdadera devoción. Y alcanzadme principalmente tres gracias: La primera, el asegurar cuanto me sea posible el entero perdón de mi vida pasada, viviendo en adelante con un perpetuo horror a todo pecado. La segunda, el continuo ejercicio de las virtudes, singularmente de las propias de mi estado, y de la caridad con Dios y con el prójimo. Y la tercera, una grande esperanza en la Pasión y muerte de vuestro Santísimo Hijo y en vos en la hora de mi muerte; de modo que se alegre en aquellas agonías mi corazón con vuestros dulcísimos nombres Jesús y María hasta expirar. También os ruego, Señora, que amparéis siempre a nuestra nación, ya que sois su Patrona, y que le hagáis florecer en la fe, en la piedad y en todas las demás felicidades. Y ahora más particularmente os suplico que me alcancéis el favor que os pido en esta Novena, si es de mayor gloria de Dios y más conveniente para mi salvación. (Pídase la gracia que se desea alcanzar en esta Novena). Imploro por intercesores con vuestra clemencia en todas mis suplicas al Santo Ángel de mi guarda, al santo de mi nombre, a Santiago Apóstol y a todos los ángeles y Santos, de los cuales sois la Reina, y en cuya compañía deseo y espero alabaros por todos los siglos de los siglos. Amén.

ANTIFONIA A LA MADRE INMACULADA

V. Eres toda hermosa, Oh María.

R. Eres toda hermosa, Oh María.

V. Y no hay en ti pecado original.

R. Y no hay en ti pecado original.

V. Tú la gloria de Jerusalén.

R. Tú la alegría de Israel.

V. Tú el honor de nuestro pueblo.

R. Tú la abogada de los pecadores.

V. Oh María.

R. Oh María.

V. Virgen prudentísima.

R. Madre clementísima.

V. Ruego por nosotros

R. Intercede por nosotros a

nuestro Señor Jesucristo.

V. Tú Inmaculada Concepción,

Virgen Madre de Dios.

R. Anunció el gozo al universo mundo.

ORACION Dios, que por la Inmaculada Concepción de la Virgen preparaste digna morada a tu Hijo, te rogamos que, pues la preservaste de toda mancha por la futura muerte del mismo Hijo tuyo, nos concedas, limpios por su intercesión, llegar también a poseerte. Por el mismo Cristo Señor nuestro. Amén.

Día Segundo

Porque ya en aquel instante la librasteis de la concupiscencia o propensión al mal tan perfectamente, que jamás sintió inclinación indeliberada contra la virtud, antes bien una grande suavidad en ella. Digoos, Señor, etc.

Día tercero

Porque ya en aquel instante la adornasteis con la gracia, no cualquiera, sino con una gracia singularísima, copiosísima, como un caudal inmenso, que fué en aumento por toda su vida con aumentos que llenan de asombro. Digoos, Señor, etc.

Día cuarto

Porque ya en aquel instante, a proporción de la copiosísima gracia con que la adornasteis, la infundisteis la hermosa variedad de todas las virtudes y dones del Espíritu Santo, que aumento también como la gracia. Digoos, Señor, etc.

Día quinto

Porque ya en aquel instante le adelantasteis el uso de la razón perfectísimamente, de modo que le duró después sin interrupción toda su vida, con plenísima libertad para obrar bien. Digoos, Señor, etc.

Día sexto

Porque ya en aquel instante le infundisteis copiosísima sabiduría y luces inexplicables, con intensísimos auxilios para merecer. Digoos, Señor, etc.

Día séptimo

Porque ya en aquel instante la elevasteis a actos y meritos perfectísimos de todas las virtudes, singularmente a inefables incendios de caridad. Digoos, Señor, etc.

Día octavo

Porque ya en aquel instante la enriquecisteis abundantísimamente con las gracias, graciosamente dadas, de profecía, de dar salud a los enfermos, de obrar grandes prodigios y otras admirables. Digoos, Señor, etc.

Día noveno

Porque ya en aquel instante la criasteis con toda aquella majestad y hermosura de cuerpo y alma, que pedían las dignidades altísimas a que estaba destinada: de Reina de los Ángeles y de los hombres; de principal y universal Cooperadora con Cristo en la obra de la redención humana; de Triunfadora del infierno; de Abogada, Medianera y Madre nuestra misericordiosa, con otras muchas; pero principalmente, la mayor de todas, que es ser verdadera Madre de Dios. Digoos, Señor, etc.

martes, 23 de noviembre de 2010

MAXIMAS


DEL SAN JUAN BERCHMANS

  1. Nada procurare evitar con tanto empeño, como el ocio, la tristeza y las amistades particulares.
  2. No estoy seguro de mi salvación, si no profeso un verdadero y filial amor a la virgen.
  3. No me avergonzare de ser tenido por persona espiritual y devota.
  4. Lo que pueda hacer ahora no lo dejare para después.
  5. Si ahora mientras soy joven no me hago santo, nunca jamás llegare a serlo.
  6. Hare muchísimo caso de las cosas mas pequeñas.
  7. Obrare siempre de un modo contrario a las máximas del mundo.
  8. El que mas trabaja es el que menos siente el peso del trabajo.
  9. Hacer mucho y hablar poco.
  10. Atiende a ti únicamente. ¿Que te importa de los demás?
  11. Cuida tu de servir a Dios, y Dios cuidara de ti.
  12. Ten con los demás la ternura de una madre, pero se contigo juez riguroso.
  13. Haz con toda diligencia el examen particular.
  14. Me aplicare al estudio con toda diligencia y constancia.
  15. eligiere un día cada mes en que pueda mas libremente recogerme, teniendo tres o cuatro meditaciones.
  16. Evitare con sumo cuidado juzgar a los otros y entrometerme en negocios ajenos: Si viese alguna falta inexcusable, he de compadecerme del que falto, mirando a mis muchos defectos, y en el acto rezare por su enmienda una Ave María u otra oración.
  17. Seré respetuosísimo con los mayores.
  18. Seré muy fácil y generoso en dar a cada uno el trato y titulo que le correspondan: y guardare la caridad como la niña de mis ojos.
  19. Seré muy amante de las cosas espirituales, y principalmente de la meditación, examen y lectura espiritual.
  20. ¿De que te aprovecha, alma mía decir o hacer aquello, de que después á solas te hayas de arrepentir?
  21. Con todo empeño procurare y conservare la paz y alegría interior.
  22. Me acostumbrare a excusar a los demás con entrañas de candor.
  23. ¿Por qué quieres ver lo que no te es lícito poseer? La modestia de los ojos es madre de la devoción y preserva de muchas tentaciones.
  24. Pide consejo en todo, aun en las cosas de menor importancia.
  25. Me desagrada: 1ª la tardanza y pesadez en los movimientos del cuerpo 2º la demasiada libertad en el hablar auque sea de cosas espirituales; 3º contradecir con frecuencia; 4º mostrarse excesivamente delicado; 5º hablar con ironía; 6º andar por la calle volviendo la cabeza o mirando con demasiada libertad; 7º gritar y reír a carcajada suelta o sin moderación.
  26. Evita en las cosas hacederas el disputar y contradecir a los demás.
  27. La alegría exterior unida á la exacta observancia de mis deberes, es cosa muy agradable.
  28. No trates con confianza al que pretenda hacerte vivir con más libertad.
  29. Mira tus propios defectos y no los ajenos, y júzgate inferior a todos.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

De el Devocionario de las hijas de la Inmaculada Concepción de Maria

Sentencias Espirituales


¿De qué sirve ganar el mundo entero, si se pierde el alma? —Todo se acaba, pero la eternidad no tiene fin.

Piérdase todo con tal que no se pierda el alma.

Ningún pecado, por ligero que sea, es pequeño mal.

La que quiere agradar a Dios, niéguese a si misma, renunciando a toda propia satisfacción.

Para salvarse es necesario temer las caídas y huir las ocasiones.

La que solo desea a Dios, esta siempre contenta en cualquier suceso; pues sabe que lo que Dios dispone es justo y santo.

El mundo entero no puede satisfacer nuestro corazón, y Dios solo le contenta.

Todo nuestro bien consiste en amar a Dios, y el amor a Dios consiste en hacer su divina voluntad.

Toda nuestra riqueza está en la oración.

La que es verdaderamente humilde de corazón, se complace en verse despreciada.

Para quien piensa en el infierno merecido, es liguera toda otra pena.

La verdadera caridad consiste en hacer bien al que nos hace mal.

Vida santa y gustos sensuales no pueden estar juntos. La que confía en sí misma, se pierde; la que confía en Dios, todo lo puede.

Dios se comunica íntimamente a la que todo lo deja por su amor.

Todo lo sufre en paz la que contempla a Jesús Crucificado.

Es gracia especial que debemos pedir a Dios, el tener devoción a su divina Madre.

martes, 9 de noviembre de 2010

Secretos de la vida interior


La vida interior es un principio de muerte, y esta es un principio de vida. La muerte interior es la abnegación perfecta, el desprendimiento absoluto, el despojo total de si mismo.—Es necesario morir a todo, para vivir de Dios y para Dios; no hay otro camino para llegar a la vida...

Dios solo por testigo.—Jesucristo por modelo. María por apoyo, y después...¡nada, nada...,sino amor y sacrificio!...

Dios solo en mi espíritu para ilustrarle.—Dios solo en mi corazón para poseerle.—Dios solo en mis acciones para santificarlas. Mi Dios es mi todo...(San Francisco de Asís.)

El alma que aspira a la vida interior, ha de hablar poco..., orar mucho, no estar asida a nada..., encerrarse en el santuario de su corazón..., dejar pasar lo que pasa..., y no estar unida más que a Dios, que solo es eterno y durable.

¡Pero no lograremos esto sino elevando con frecuencia nuestro espíritu hacia Dios..., haciendo continuamente reflexiones sobre nosotros mismos..., contradiciendo nuestro amor propio... procurando con todo esfuerzo el recogimiento del pensamiento y del corazón..., la mortificación constante de los sentidos y la intima unión con Dios!

Los obstáculos para la vida interior son la disipación, la conversación demasiada con las criaturas, la infidelidad a las gracias, la complacencia de los sentidos y los halagos del amor propio. También las ilusiones pueden ser muy peligrosas en la vida interior...— Desconfía siempre de ti misma, gobiérnate por la obediencia, y jamás camines sino con humildad, prudencia y consejo.

Considérate como muerta al mundo, y ocúpate en conversar interiormente con el Amado de tu corazón.

¡Animo, alma mía! Sigamos a Jesús por sus huellas ensangrentadas...—Amor por amor.—Pobreza por pobreza.—Sacrificio por sacrificio. Muerte por muerte.—Amar a Jesús, es imitarle.—es sufrir.—La grandeza del sufrimiento es siempre proporcionada a la grandeza del amor...(San Bernardo).—Amemos sufriendo...Suframos amando.—¡Oh!¡cuán dulce es el padecer a quien sabe amar a Jesucristo!...

¡Un Dios crucificado!... He aquí el oráculo de todas nuestras dudas, la respuesta a todos nuestros pretextos, la solución de todas nuestras dificultades... Sea Jesús crucificado nuestra dulzura, nuestro consuelo, nuestra oración, nuestra vida, nuestra muerte y nuestra resurrección.

¡Feliz el alma que se gloria en la cruz y no se desanima en las fatigas de este camino! Ella gustara las delicias de la vida interior, que no consiste en otra cosa sino en la muerte a todo lo que no es Dios, en un estado escondido en el secreto de Dios, en la imitación de nuestro Señor Jesucristo.

La bienaventuranza del cielo consiste en gozar. La bienaventuranza de la tierra está en padecer. Inmolarse es amar. ¡Dios mío! ¡dispuesta estoy a inmolarlo todo por Vos!

martes, 2 de noviembre de 2010

Intimidad Divina P. Gabriel de Sta. M. Magdalena, O.C.D.

CONMEMORACION DE LOS FIELES DIFUNTOS





2 DE NOVIEMBRE

Presencia de Dios.— Señor, concede el eterno descanso a las almas

de los difuntos y haz que el pensamiento de la muerte

me estimule a una mayor generosidad.




PUNTO PRIMERO.— «La Iglesia, nuestra buena Madre, después de haber ensalzado con dignas alabanzas a sus hijos que ya gozan en el cielo, quiere socorrer a las almas que sufren aún en el lugar de purificación e intercede por ellas con todas sus fuerzas en presencia del Señor y de su Esposo Cristo, para que cuanto antes puedan alcanzar la compañía de los elegidos en el cielo». Así leemos en el Martirologio Romano. Ayer contemplábamos la gloria de la Iglesia triunfante e invocábamos su intercesión; hoy contemplamos las penas expiatorias de la Iglesia purgante y solicitamos en favor de ella el auxilio divino: «Dales, Señor, el descanso eterno».

Es el dogma de la comunión de los Santos en acción: la Iglesia triunfante intercede por nosotros, que formamos la Iglesia militante, nosotros corremos en ayuda de la Iglesia purgante. La muerte nos ha arrebatado personas queridas, y con todo no puede haber separación verdadera de los que han expirado en el ósculo del Señor; el vinculo de la caridad continua uniéndonos a todos, apretando en un solo abrazo tierra, cielo y purgatorio, de modo que desde estas tres orillas se pone en circulación la ayuda fraternal, fruto del amor en la gloria común del Paraíso.

La liturgia del día está impregnada de tristeza, pero no es la tristeza de los «que no tiene esperanza» (I Tes. 4,13), porque sobre ella resplandece la fe en la resurrección bienaventurada en la felicidad eterna que nos espera. Los tres pasajes escogidos para el Evangelio de las tres Misas de Difuntos nos hablan precisamente de estas consoladoras verdades y nos hablan del modo más autorizado, reproduciendo las palabras mismas de Jesús: «Esta es la voluntad del que me ha enviado, del Padre, que yo no pierda nada de cuanto me fue dado, sino que lo resucite en el ultimo día» (Ev. II Misa, Jn. 6,39).

¿Que afirmación mas consoladora que esta? Jesús se presenta hoy como el buen pastor, que no quiere dejarse perder ni una sola de sus ovejas y que no escatima los medios para conducirlas a todas al lugar de salvación. Como respondiendo a las dulces promesas de Jesús, exclama, llena de reconocimiento y entusiasmo, La Iglesia: «A tus fieles, Señor, la vida se les trueca, no se les quita; y, destruida la casa de esta habitación terrenal, obtienen otra eterna en el cielo» (Prefacio). Mas que un fin inexorable, la muerte es para el cristiano un puerta abierta de par en par a la eternidad, puerta que introduce en la vida eterna.

"Concédeme, Señor que en la muerte de las personas queridas mi aflicción sea racional, derramando lagrimas resignadas sobre nuestra condición mortal, reprimidas pronto por el consolador pensamiento de la fe, la cual me dice que los fieles, al morir, se alejan solamente un poco de nosotros par air a ser más felices.

"Aleja de mi entristecerme al modo de los gentiles, que no tienen esperanza. Muy bien puedo experimentar tristeza; pero que cuando este afligido, me consuele la esperanza. Con una esperanza tan grande no va bien que tu templo, Señor, este de luto. Allí moras Tú, que eres el consolador; allí moras Tú, que no faltas a tus promesas" (San Agustín).


PUNTO SEGUNDO.— El día de los muertos nos hace meditar no sólo en la muerte de las personas queridas, sino también en la nuestra. La muerte es un castigo, y por lo tanto lleva consigo necesariamente un sentimiento de pena, de temor y de miedo; también los Santos lo han experimentado y el mismo Jesús lo quiso experimentar.

Pero la Iglesia nos pone ante los ojos los pasajes escriturísticos mas a propósito para animarnos: «Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor... [porque mueren] para descansar de sus fatigas; puesto que sus obras los van acompañando» (Ep. III Misa, Ap. 14,13). Muere la vida del cuerpo, muere lo que es humano y terreno, pero permanece la vida del espíritu, permanece las obras buenas practicadas, única asignación que sigue al alma en el gran paso y hace preciosa su muerte: «Preciosa en la presencia del Señor es la muerte de su Santos». Esa muerte ha sido justamente calificada de Dies natalis, el día natalicio a la vida eterna. ¡Cómo querríamos que fuese tal nuestra muerte! Dies natalis, que nos introduce en la visión beatifica, que nos hace nacer al amor indefectible del cielo.

Pero hoy precisamente, la liturgia, invitándonos a orar por los fieles difuntos, nos recuerda que entre la muerte y la bienaventuranza eterna esta el purgatorio. Precisamente porque nuestras obras nos siguen y no todas son buenas o, si lo son, están llenas de imperfecciones y defectos, es necesario que el alma, antes de ser admitida a la visión de Dios, sea purificada de todas sus escorias. Y sin embargo, si fuésemos perfectamente fieles a la gracia, no sería necesario el purgatorio. Desde aquí abajo se encarga Dios de purificar a los que se entregan totalmente a Él y se dejan trabajar y plasmar a su gusto. Además, mientras en el purgatorio se sufre sin crecer en el amor, la purificación realizada en la tierra tiene la gran ventaja de ser meritoria, o sea, de aumentar en nosotros la gracia y la caridad y de ponernos así en disposición de amar mas a Dios por toda la eternidad. Este el motivo por el que debemos desear ser purificados en vida.

Pero no nos hagamos ilusiones; también en este mundo la purificación total requiere grandes sufrimientos. Si hoy no somos generosos para sufrir, si no sabemos aceptar aquí abajo el puro y desnudo padecer, semejante al de Cristo en la cruz, nuestra purificación habrá de ultimarse necesariamente en el purgatorio. Que el recuerdo de este lugar de expiación nos haga celosos por aliviar a las almas de los difuntos y, al mismo tiempo , mas animosos para abrazar el padecer en reparación de nuestras culpas.

"¡Dueño y Creador del universo, Señor de la vida y de la muerte! Tú conservas y colmas de beneficios nuestras almas, concluyes y transformas todas las cosas por obra de tu Verbo, en el punto establecido y según el plan de tu sabiduría; acoge hoy a nuestros hermanos difuntos y dales el eterno descanso.

"En cuanto a nosotros, que puedas Tú acogernos en el instante que te plazca, después de habernos guiado y mantenido en el cuerpo el tiempo que te parezca útil y saludable.

"Que puedas acogernos preparados por tu santo temor, sin turbación y sin titubeos, en el ultimo día. Haz que no dejemos con dolor las cosas de la tierra, como sucede a los que están demasiado apegados al mundo y a la carne; haz que partamos decididos y felices hacia la vida perdurable y bienaventurada, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro, del cual es la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (San Gregorio Nacianceno).