CONMEMORACION DE LOS FIELES DIFUNTOS
2 DE NOVIEMBRE
Presencia de Dios.— Señor, concede el eterno descanso a las almas
de los difuntos y haz que el pensamiento de la muerte
me estimule a una mayor generosidad.
PUNTO PRIMERO.— «La Iglesia, nuestra buena Madre, después de haber ensalzado con dignas alabanzas a sus hijos que ya gozan en el cielo, quiere socorrer a las almas que sufren aún en el lugar de purificación e intercede por ellas con todas sus fuerzas en presencia del Señor y de su Esposo Cristo, para que cuanto antes puedan alcanzar la compañía de los elegidos en el cielo». Así leemos en el Martirologio Romano. Ayer contemplábamos la gloria de la Iglesia triunfante e invocábamos su intercesión; hoy contemplamos las penas expiatorias de la Iglesia purgante y solicitamos en favor de ella el auxilio divino: «Dales, Señor, el descanso eterno».
Es el dogma de la comunión de los Santos en acción: la Iglesia triunfante intercede por nosotros, que formamos la Iglesia militante, nosotros corremos en ayuda de la Iglesia purgante. La muerte nos ha arrebatado personas queridas, y con todo no puede haber separación verdadera de los que han expirado en el ósculo del Señor; el vinculo de la caridad continua uniéndonos a todos, apretando en un solo abrazo tierra, cielo y purgatorio, de modo que desde estas tres orillas se pone en circulación la ayuda fraternal, fruto del amor en la gloria común del Paraíso.
La liturgia del día está impregnada de tristeza, pero no es la tristeza de los «que no tiene esperanza» (I Tes. 4,13), porque sobre ella resplandece la fe en la resurrección bienaventurada en la felicidad eterna que nos espera. Los tres pasajes escogidos para el Evangelio de las tres Misas de Difuntos nos hablan precisamente de estas consoladoras verdades y nos hablan del modo más autorizado, reproduciendo las palabras mismas de Jesús: «Esta es la voluntad del que me ha enviado, del Padre, que yo no pierda nada de cuanto me fue dado, sino que lo resucite en el ultimo día» (Ev. II Misa, Jn. 6,39).
¿Que afirmación mas consoladora que esta? Jesús se presenta hoy como el buen pastor, que no quiere dejarse perder ni una sola de sus ovejas y que no escatima los medios para conducirlas a todas al lugar de salvación. Como respondiendo a las dulces promesas de Jesús, exclama, llena de reconocimiento y entusiasmo, La Iglesia: «A tus fieles, Señor, la vida se les trueca, no se les quita; y, destruida la casa de esta habitación terrenal, obtienen otra eterna en el cielo» (Prefacio). Mas que un fin inexorable, la muerte es para el cristiano un puerta abierta de par en par a la eternidad, puerta que introduce en la vida eterna.
"Concédeme, Señor que en la muerte de las personas queridas mi aflicción sea racional, derramando lagrimas resignadas sobre nuestra condición mortal, reprimidas pronto por el consolador pensamiento de la fe, la cual me dice que los fieles, al morir, se alejan solamente un poco de nosotros par air a ser más felices.
"Aleja de mi entristecerme al modo de los gentiles, que no tienen esperanza. Muy bien puedo experimentar tristeza; pero que cuando este afligido, me consuele la esperanza. Con una esperanza tan grande no va bien que tu templo, Señor, este de luto. Allí moras Tú, que eres el consolador; allí moras Tú, que no faltas a tus promesas" (San Agustín).
PUNTO SEGUNDO.— El día de los muertos nos hace meditar no sólo en la muerte de las personas queridas, sino también en la nuestra. La muerte es un castigo, y por lo tanto lleva consigo necesariamente un sentimiento de pena, de temor y de miedo; también los Santos lo han experimentado y el mismo Jesús lo quiso experimentar.
Pero la Iglesia nos pone ante los ojos los pasajes escriturísticos mas a propósito para animarnos: «Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor... [porque mueren] para descansar de sus fatigas; puesto que sus obras los van acompañando» (Ep. III Misa, Ap. 14,13). Muere la vida del cuerpo, muere lo que es humano y terreno, pero permanece la vida del espíritu, permanece las obras buenas practicadas, única asignación que sigue al alma en el gran paso y hace preciosa su muerte: «Preciosa en la presencia del Señor es la muerte de su Santos». Esa muerte ha sido justamente calificada de Dies natalis, el día natalicio a la vida eterna. ¡Cómo querríamos que fuese tal nuestra muerte! Dies natalis, que nos introduce en la visión beatifica, que nos hace nacer al amor indefectible del cielo.
Pero hoy precisamente, la liturgia, invitándonos a orar por los fieles difuntos, nos recuerda que entre la muerte y la bienaventuranza eterna esta el purgatorio. Precisamente porque nuestras obras nos siguen y no todas son buenas o, si lo son, están llenas de imperfecciones y defectos, es necesario que el alma, antes de ser admitida a la visión de Dios, sea purificada de todas sus escorias. Y sin embargo, si fuésemos perfectamente fieles a la gracia, no sería necesario el purgatorio. Desde aquí abajo se encarga Dios de purificar a los que se entregan totalmente a Él y se dejan trabajar y plasmar a su gusto. Además, mientras en el purgatorio se sufre sin crecer en el amor, la purificación realizada en la tierra tiene la gran ventaja de ser meritoria, o sea, de aumentar en nosotros la gracia y la caridad y de ponernos así en disposición de amar mas a Dios por toda la eternidad. Este el motivo por el que debemos desear ser purificados en vida.
Pero no nos hagamos ilusiones; también en este mundo la purificación total requiere grandes sufrimientos. Si hoy no somos generosos para sufrir, si no sabemos aceptar aquí abajo el puro y desnudo padecer, semejante al de Cristo en la cruz, nuestra purificación habrá de ultimarse necesariamente en el purgatorio. Que el recuerdo de este lugar de expiación nos haga celosos por aliviar a las almas de los difuntos y, al mismo tiempo , mas animosos para abrazar el padecer en reparación de nuestras culpas.
"¡Dueño y Creador del universo, Señor de la vida y de la muerte! Tú conservas y colmas de beneficios nuestras almas, concluyes y transformas todas las cosas por obra de tu Verbo, en el punto establecido y según el plan de tu sabiduría; acoge hoy a nuestros hermanos difuntos y dales el eterno descanso.
"En cuanto a nosotros, que puedas Tú acogernos en el instante que te plazca, después de habernos guiado y mantenido en el cuerpo el tiempo que te parezca útil y saludable.
"Que puedas acogernos preparados por tu santo temor, sin turbación y sin titubeos, en el ultimo día. Haz que no dejemos con dolor las cosas de la tierra, como sucede a los que están demasiado apegados al mundo y a la carne; haz que partamos decididos y felices hacia la vida perdurable y bienaventurada, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro, del cual es la gloria por los siglos de los siglos. Amén" (San Gregorio Nacianceno).
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