NOVENA DE NAVIDAD
MEDITACION IV
(19 de Diciembre)
LA PASION DE JESUCRISTO DURO TODA SU VIDA
Dolor meus oram me est semper.
Mi dolor está siempre ante mí.
Considera cómo en aquel primer instante en que fue creada y unida el alma de Jesucristo a su cuerpecito, en el seno de María, el Eterno Padre intimó al Hijo su voluntad de que muriese por la redención del mundo; y en aquel mismo punto le representó delante toda la escena funesta de las penas que debía sufrir hasta la muerte para redimir a los hombres. Mostróle entonces todos los trabajos, desprecios y pobreza que había de padecer en su vida, tanto en Belén como en Egipto y en Nazaret, y después todos los dolores e ignominias de la pasión, azotes, espinas, clavos y cruz; todos los tedios, tristezas, agonías y abandonos en medio de los que había de terminar su vida en el Calvario.
Abrahán, llevando a su hijo a la muerte, no quiso afligirlo con darle el aviso de ella anticipadamente en el poco tiempo que se precisaba para llegar al monte. Pero el Eterno Padre quiso que su Hijo encarnado, destinado como victima de nuestros pecados a su justicia, padeciese ya todas las penas a las que después había de sujetarse durante su vida y en su muerte. De ahí que aquella tristeza padecida por Jesús en el Huerto, capaz de quitarle la vida, como El declaro: Triste en gran manera esta mi alma hasta la muerte, la padeciera continuamente desde el primer momento en que estuvo en el seno de su Madre. Así que desde entonces sintió vivamente y sufrió el peso reunido de todos los dolores y vituperios que le esperaban.
La vida entera y todos los años de nuestro Redentor fueron años y vida de penalidades y de lagrimas: Que en el dolor mi vida se marchita - y en sollozos mis años. Su divino corazón no tuvo un momento libre de padecimientos: ya vigilara o durmiese, trabajara o descansase, rezara o hablase, siempre tenía ante la vista esta amarga representación, que atormentaba más su santísima alma que atormentaron a los santos mártires todas sus penas. Estos padecieron, pero, ayudados de la divina gracia, padecieron con alegría y fervor Jesucristo padeció, pero padeció siempre con el Corazón lleno de tedio y de tristeza, y todo lo aceptó por nuestro amor.
Afectos y súplicas
¡Oh dulce, oh amable, oh amante Corazón de Jesús! ¿conque desde niño estuvisteis amargado y agonizasteis en el seno de María sin consuelo y sin que nadie fuese testigo de vuestra pena ni os consolare compadeciéndoos? Todo esto lo sufristeis, Jesús mío, para satisfacer por la pena y agonía eterna que a mí me tocaba padecer en el infierno por mis pecados. Vos, pues, padecisteis falto de todo alivio para salvarme a mí, después de atreverme a abandonar a Dios y volverle las espaldas, para satisfacer mis gustos miserables. Gracias os doy, Corazón afligido y enamorado de mi Señor. Os agradezco y os compadezco al considerar que padecisteis tanto por los hombres y que éstos tampoco os compadecen. ¡Oh amor divino!, ¡Oh ingratitud humana! ¡Oh hombres, oh hombres!, mirad a este corderuelo inocente que agoniza por vosotros para satisfacer a la divina justicia por las injurias que le hicisteis. Mirad cómo ruega e intercede por vosotros ante el Eterno Padre; miradlo y amadlo. ¡Ah Redentor mío, qué pocos son los que piensan en vuestros dolores y en vuestro amor! ¡Oh Dios, cuán pocos son los que os aman! Y ¡desde vos! Vos padecisteis tanto para que os amase, y no os he amado. Perdonadme, Jesús mío, perdonadme, que quiero enmendarme y quiero amaros. ¡Pobre de mí, Señor, si resistiere aún a vuestra gracia y por mi resistencia me condenare! Cuantas misericordias usasteis conmigo, y especialmente vuestra dulce voz, que ahora me invita a amaros, serian mis mayores penas en el infierno. Amado Jesús mío, tened piedad de mi, no permitáis que viva más ingrato a vuestro amor; dadme luz y fuerza para vencerlo todo y para cumplir vuestra voluntad. Escuchadme, os ruego, por los meritos de vuestra pasión. De esta lo espero todo y de vuestra intercesión, ¡Oh María!
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