"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

martes, 13 de octubre de 2009

Jesus Rey del Amor por el R.P. Mateo Crawley-Boevey


GRAN ESPIRITU DE FE

¡Señor, haz que yo vea!

Si tú conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le hubieras pedido a Él y El te hubiera dado agua viva (1)


¡Si tú supieras! Sabe una vez por todas. ¡Jesús quiere que sepas, que veas claro, ya que debes guiar a otros... Abre los ojos del alma, bebe a torrentes la luz, ve!


Nos es indispensable vivir de plena luz para vivir de amor. ¿Qué cosa es la vida sino un vaivén, un fluctuar continuo? De ahí que necesitemos una roca como base de nuestra paz, un centro alrededor del cual gravite con seguridad nuestra vida de agitación constante y de cambio perpetuo. Ese centro no puede ni debe ser otro sino Jesucristo, pero Jesucristo perfectamente conocido.


No ha más sabiduría que al de conocerle a El, ni hay mas dicha verdadera que la de intimar con El... ¡Jesús nos basta! ¡Oh!, qué grande, qué consolador, qué seguro es vivir de esta convicción de fe...En la medida en que ésta sea un alma divina, de nuestra alma, Dios realizará en nosotros y mediante nosotros sus designios de misericordia.


Pero la condición previa, indispensable, es siempre ésta: ¿Creéis que puedo curaros? - dice a los ciegos.


- Sí, señor lo creemos -, responden (2), y en el acto se opera el milagro.


-¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?... ¿Y vosotros, quién decís que soy yo?- pregunta a sus Apóstoles.


Tomando la palabra Simón Pedro, dijo:
-Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (3). Y cada vez que se acude a su Corazón y a su omnipotencia, el Señor replica: Si puedes creer, todo es posible al que cree. (4).


Este lenguaje evangélico no cambia en Parayle-Monial. Cuando yo le presentaba, dice Margarita María, mis pequeñas peticiones sobre cosas difíciles de obtener, me parecía oír siempre estas palabras: ¿Crees tú que puedo Yo hacerlas?... Porque si crees, verás el Poder de mi Corazón en la magnificencia de mi amor (5).


Una vez más, pues, se manifiesta claramente que la fe, como es la base de toda santidad, lo es también de todo apostolado.


La mayoría de los santos vivieron ciertamente como nosotros una vida aparentemente ordinaria, corriente y vulgar en la forma; pero llevaban por dentro un sol que los iluminaba maravillosamente; éste no era otro sino Jesús. Vivieron de la visión intima de Jesús y Jesús fue su luz interior, indefectible.


De ahí que aunque sujetos como nosotros a los vaivenes naturales de la vida, parecían, y en realidad estaban, fijados en una paz inalterable, en una confianza más fuerte que todas sus crisis internas.


¿Cómo pudieron bogar tan serenamente en la barca frágil de su naturaleza, endeble y pobre como la nuestra? ¿Cómo les fue dado gozar de tanta paz? ¿De dónde sacaban aquella intima quietud e inalterable certidumbre que jamás los abandono?


¿de dónde? ¡Ah! El mundo los creyó locos, pero su locura era el santo y maravilloso desvarío de un inmensa luz, luz inmarcesible, luz que vivía y se ahondaba en ellos como una alma celestial. Y porque los santos son los locos de una fe maravillosa, son, por excelencia, los seres todo luz y todo paz.


El mundo, que vive de tinieblas y odia la luz no quiso ni pudo jamás comprenderlos. Ved si no qué poco cree aun aquel mundo que se dice y es en cierto grado cristiano, qué poco cree, repito, en el amor de Jesús. ¿Por qué esto? porque en el amor de Jesús hay algo de una misteriosa sinrazón, de una divina locura y que sólo una fe muy viva, la del santo, puede penetrar y comprender.


Y cosa curiosa: en la medida en que una criatura cualquiera, y especialmente un apóstol, enloquece en esta luz y se chifla por Jesús , y cree ciegamente en su Amor, en esa misma medida el apóstol cuenta con una verdadera omnipotencia y es capaz de trastornar y conquistar un mundo y ciento.


¡Oh Jesús! dadnos la omnipotencia de aquellos santos, sobre todo de aquellos que creyeron con fe ciega en la locura de vuestro amor, para rendir como ellos el mundo a vuestros pies sangrentados.


¡Oh! ¡Pedidle en estos días la fe de los santos! Tenéis fe ciertamente, pero ¿es de veras una fe viva, ardorosa, fe que pueda ser raíz y alma de empresas salvadoras?


Porque creer no es solamente aquella fe, corriente y general, en un Dios, con frecuencia vago, lejano e impersonal; creer es, sobre todo abalanzarse a Jesús, la revelación suprema del padre, darse a Él, vivir en El luz descendida del cielo para mostrarnos el camino que a él conduce.


Y no basta creer realmente que se quedó y que vive entre nosotros y por nosotros. En resumen, creer en Jesús significa establecer una estrecha y divina fraternidad entre Él y nosotros. y puesto que, en calidad de apóstoles, estáis llamados a dar la luz al mundo, buscadla en Aquél que se llama y es la luz del mundo (6). ¡Oh!, sí, que lo sea sobre todo en la rutina y mentira de la vida de tantos desgraciados, que se haga la luz en ellos.


En cuanto a nosotros, repitamos a saciedad la frase tan hermosa del ciego, pero con una ligera variante que centuplica su valor. El ciego gritaba: ¡Señor, haz que yo vea! (7)


Nosotros digamos, repitamos hasta cansar, si fuera posible, a Jesús : "Señor, haz que te vea,, Verte, Jesús; penetrar en tu Corazón; verte, saborear y vivir tu doctrina de amor; verte, asimilarme tu espíritu y tu voluntad; verte a Ti y quedarme ciego, si quieres, para no ver ni las flores, ni las estrellas, ni las criaturas.


¿No es verdad que una vida semejante seria el preludio, el vestíbulo del cielo? ¿En qué consiste propiamente éste sino en la visión beatifica de Dios? Y en El, en esa luz indefectible verlo y saberlo todo. Si, pues, por virtud de un gran espíritu de fe anticipamos en cierto sentido, aunque sea tras de velos y nubes, aquella visión inefable, por el hecho mismo anticipamos una gota de dicha que nos reserva el Paraíso.


No hay, ni jamás hubo otra dicha en la tierra sino ésta, dicha honda, viva, duradera , la dicha de los santos.


Tal fue, ciertamente, el rincón del cielo que llamamos Nazaret. Ved, si no: para todos los vecinos de la maravillosa vivienda del Rey de reyes, el Niño Jesús , y después el adolescente, el joven y el obrero, no era sino un cualquiera, uno de tantos...¡Ah!, pero para María y José que, al través de esa carne, veían sin ver al Verbo; para ellos que, al través de esa persona mortal, adoraban al Hijo del Dios vivo, ya imagináis los goces inefables, las delicias indecibles, el cielo anticipado que llevaban en el secreto de sus almas...


Meditemos esa convivencia en el secreto de sus almas... de Nazaret, y hagámosla nuestra por un gran espíritu de fe... Como María y José aprendamos a trabajar, sufrir, luchar, saboreando siempre a Aquél que, como en Nazaret, sigue conviviendo nuestra vida... La distancia no viene de su parte, la distancia la abre nuestra falta de fe... la meditación de la autobiografía de Santa Teresita nos será utilísima para comprender esta lección, y nos abrirá horizontes nuevos al respecto. Alguien ha dicho, y con razón, que después de San José jamás ningún santo supo realizar mejor, más íntima y sencillamente la vida de Nazaret que Teresita... Consultad la nena-doctora, que os dé la mano en este camino tan propio de vuestra vocación y de la suya.



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Pero ¿cómo llegar a ver a Jesús en todo, cómo cogerle en nuestras redes y llegar a incrustarle en nuestra vida cotidiana, y que llegue a ser, en nuestra mente y en nuestro corazón, la Obsesión de nuestra vida, El, Jesús, sólo El?


Porque claro está que no tratamos aquí de aquella visión vaga, desteñida de su Persona Divina, aquel recordarle de vez en cuando, una vez que otra, como un rayo de sol que rasga el nublado del alma, no. Que El os comente esta lección.


Vedle donde está, es decir, no solamente en el cielo y en el Sagrario, sino en vosotros mismos... Encontradle, pues, en los acontecimientos ordinarios de la vida cotidiana, en las pruebas que permite con sabiduría y en las alegrías que os manda con amor. Vedle en las gracias conque os colma moralmente y materialmente, y al sentirle que pasa, bendiciendo, agradecedlo, porque la gratitud atrae un diluvio de gracias.


Vedle en vuestras oraciones, tanto en las que hacéis en la Iglesia como en aquellas más secretas y familiares de vuestra habitación... Vedle inspirando, El mismo, vuestra oración, enseñándoos a orar, acogiendo vuestros homenajes y peticiones y respondiendo con misericordia y fecundidad.
Vedle en vuestras labores sencillas, en los trabajos y menesteres de la vida diaria; vedle acompañándoos en la fatiga que El mismo conoció por experiencia... Ved cómo, mientras nuestras manos trabajan, su Corazón está al mismo tiempo realizando otra tarea mucho más hermosa la labor íntima de santificaros, en la medida en que cooperáis con vuestra fe.


Vedle compartiendo vuestra mesa, sentado con vosotros en el hogar querido, como en Belén y Nazaret... ¡Ah!, pero comprended sobre todo su hambre y su sed, y dale el pan del corazón, dadle el vino generoso de la voluntad, y El, en cambio, se dará a vosotros.


Vedle en las horas de descanso, al disponeros para el sueño... Aprended a descansar a lo Juan, sobre su Corazón, y durmiendo y todo , que cada latido del Corazón le diga, porque así lo habéis pensado y ofrecido: Te amo, Jesús. Así dormirán los ojos y velará el corazón...


Vedle en la hora del sacrifico, y éste se presenta, lo sabéis, a cada paso. La visión de Jesús Crucificado será un aliento divino y una recompensa. ¡Oh!, no perdáis una sola astilla de la cruz cotidiana, sabed mezclar vuestra sangre con la sangre de Jesús.


Vedle en las horas de angustia intima y secreta, en aquellas penas que no se cuentan a nadie, porque nadie las comprendería, horas de Getsemaní... Ni busquéis un Cirineo, ni llaméis entonces a un ángel, os bastará Jesús; a El sí, llamadle, vedle a vuestro lado, vedle en la tortura que provoca la decepción de las criaturas, de las buenas y las mejores... Cuando sintáis que so saben amar como imaginasteis, cuando apoyándoos demasiado en ellas se quebraron como la caña y os lastimaron, ¡Oh!, ved entonces a Jesús, vedle endulzando esa llaga, y oídle... que con esa pena, como pocas saludables, os está enseñando a despegaros de las criaturas y os está predicando, a voz en cuello, que sólo El es fiel y bueno, y que sólo El os basta... Vedle a El, invisible, vedle en aquellas horas de fatiga moral, de abatimiento y desaliento, cuando la naturaleza parece crujir toda entera y quebrarse, cuando sentís, más que de ordinario, el peso abrumador de vuestra ruindad y miseria. ¡Oh! entonces, vedle de cerca y exclamad con el corazón en los labios: ¡Creo en vuestro amor, Jesús, sí creo! Y en aquellas horas de racha y de tormenta, horas de tentación desencadenada y cuando, al propio tiempo que sentís crujir el huracán, sentís por dentro el desmayo y la muerte...¡Oh! en esa hora angustiosa sabed encontrar, sobre las ondas agitadas, a Jesús que os invita a entrar en la barca de su corazón... y si a veces creéis, como Pedro, que el naufragio es inminente, y que le Maestro duerme, no temáis con exceso, que naufragar con Jesús sería encontrar en los abismos... ¡el cielo!... ¡El calmará en hora oportuna a tempestad, fiaos en esa hora negra, fiaos de su Corazón!


Vedle... en vuestra caída; para eso quiso caer El en la Vía dolorosa, para alentarnos con su propia flaqueza, ¡ah!, que si todas las criaturas se escandalizan, El jamás...


Nadie comprende como El la debilita de la cual quiso revestirse (8) para llamarse y ser en realidad Hermano nuestro... Caídos y todo, no le temáis el mismo bajará al profundo del abismo, El, la Misericordia del Padre, la Compasión divina... Le costamos tan caro, ¡oh! tanto, que no se resigna fácilmente a perder uno solo de los que le confío el Padre (9)


Recordad con qué maestría divina se pintó a Sí mismo en aquel Samaritano (10) que recoge en el polvo, entre sus brazos, al infeliz sorprendido, más que por los ladrones, por su propia flaqueza. ¿Quién no conoce por deliciosa experiencia las ternuras y delicadezas de este adorable Samaritano? Ya podéis ser cien veces culpables y mil veces leprosos; ahí está El, resuelto a trocar vuestro ropaje de lepra en belleza soberana, en púrpura de gloria.


¡Qué elocuencia en aquella mirada de Jesús a San Pedro (11) mirada en que el Señor, traicionado, conquista con tristeza y amor al apóstol ingrato!


Qué bien sabe luchar y vencer el que sabe escuchar, en esas horas difíciles, la voz del Rey del Amor que parece decirle: Paz, no te agites. Entre tus preocupaciones y zozobras y tu alma, estoy Yo..., Y entre tú y Yo, nadie, absolutamente nadie...¡Paz, vencerás conmigo!


Vedle a ese Jesús, Dios de luz en aquellas horas en que os creéis en un piélago de tinieblas... Y no veis, ni sentís, y en cambio vivís con la sensación matadora de una completa soledad, de un total aislamiento de todo y de todos... Que os envuelvan en buena hora todas las tinieblas, pero llevad por dentro a Jesús... Vedle a él, seguidle a ojos cerrados, creed como nunca en su amor, y la victoria será vuestra. ¡Qué importa que caiga la noche y os envuelva, si lleváis dentro del pecho el Sol de amor!...


Y en fin, oídme, apóstoles del Corazón de Jesús: Vedle a Él, y sólo a Él en las mil y una dificultades del apostolado.


Queréis volar y os cortarán las alas... Esperabais aliento y aprobación de almas buenas y éstas se os opondrán como barreras inesperadas... Dios lo sabe por qué permite los vendales de la derecha, las oposiciones y... persecuciones de los buenos. Así prepara Jesús grandes victorias... Acordaos, entre otros, de San Alfonso de Ligorio y de San José de Calasanz.


El Señor jamás ha cambiado su sistema providencial, jamás. Si queremos, pues de veras la obra de su gloria, sepamos ver a Jesús, creamos en su sabiduría y en su amor, precisamente en los momentos en que la oposición de los mejores pudiese desorientar a los apóstoles.


Lleguemos a vivir de la obsesión de Jesús verle a Él, sólo a Él, en todo a Él.
¿Qué cosa fue la vida terrena del Señor sino la obsesión del hombre en la mente de Jesús? Y ahora mismo, ¿no se diría que sigue aquejando de la misma obsesión nuestra?


Ved cómo nos sigue y nos persigue resuelto a sacar su gloria y nuestro bien de todo, de nuestra virtud y de nuestros pecados mismos, de nuestras cualidades y defectos.


Se hablaba un día delante de Santa Teresita del poder de ciertas personas de magnetizar a otras, de apoderarse, por decirlo así, de sus facultades: ¡Ah! exclama ella en el acto, ¡cómo quisiera que Jesús me magnetizase, con qué inmenso gusto le cedería mi voluntad! (12)


Y en realidad Teresita quiso y se dejó magnetizar por el Corazón de Jesús, y de ahí la maravilla d fe que es su vida.


¿Por qué no podría Jesús la única realidad indefectible, ejercer sobre el alma la fuerza de atracción que, por otro lado, vemos que ejercen magnetizadores muy humanos, como son un marido, un amigo, el novio y el hijo?


¡Cuántos son los chiflados de las bellezas humanas! ¡Qué pocos son los chiflados de la Belleza divina!


Ahí está, por ejemplo, el hombre de ciencia: le ha dado por ser sabio y por coronarse con esta aureola ante los hombres... Ved cómo lo sacrifica todo esa chifladura...


¡Y el artista, apasionado de veras por su arte, es casi un loco!...


Apóstoles del Rey de gloria, Jesucristo, Hermosura increada, Creador de todo lo que admiramos en artes y ciencias, El, cuya sola mirada extasía a los ángeles y es la exaltación eterna de un Paraíso..., Jesucristo, ¿no llegará a imantar y apoderarse de todo nuestro ser, de tal modo que digamos y sea verdad lo de San Francisco de Asís: Mi Dios y mi todo?


¡Oh! Que ese Sol de justicia nos deslumbre y alumbre... Vuélvete, ¡oh Jesús!, la obsesión divina y única de tus apóstoles..., que éstos no puedan saborear otro bien fuera de Ti (13).



(1) Juan., IV, 10.
(2) Mateo., IX,27.
(3) Mateo., XVI 13,15,16.
(4) Marcos., IX,22
(5) Vida y obas, t.II Pag.426
(6)Juan., VIII,12.
(7) Marcos., X,51.
(8) Filipenses., II,5.
(9)Juan., XVII,12,24.
(10) Lucas., X,30,37.
(11) Lucas., XXII, 61.
(12) Consejos y recuerdos (Santa Teresita).
(13) Santa Margarita María, hablando de una gracia que el Señor le concedía todos los primeros viernes del mes se expresa así: Se me presentó este Divino Corazón como un sol resplandeciente, cuyos rasgos ardentísimos caían a plomo sobre mi corazón y este se sintió abrazado de un fuego tan ardiente, que parecía iba reducirse a cenizas. (Vida y obras, t.II, pag. 71)

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