"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Comulgando Con la Virgen



MEDITACION II


MARIA SALE DE LAS MANOS DE DIOS LIBRE DE CONCUPISCENCIA


ESCENA: El cuadro de la Inmaculada pintado por Ribera

Entre las tinieblas de la nada, María sale de las manos del Eterno Padre limpia y serena como un amanecer sin nubes, como un mar terso sin olaje.



I QUÉ ES LA CONCUPISCENCIA


1. º Tan pura y tan limpia quiso Dios a su Madre, que no sólo la preservo de toda culpa, sino que secó en ella la fuente del pecado, la concupiscencia; herencia triste de todos los hombres recibida desde los primeros padres. No quiso Dios que la sintiéramos y a los primeros hombres les creó libres de ella. Pecaron y al pecar comenzaron a sentirla. La concupiscencia es inclinación desordenada a los placeres de los sentidos, sobre todo a los placeres de la carne. No es el pecado; pero es la inclinación al pecado.

2. º Todos los hombres en mayor o menor grado la sienten. Algunos santos, por privilegio especial de Dios, se han visto libres de ella durante algún tiempo o la han sentido débilmente; pero esto es privilegio poco frecuente. De ordinario hasta los santos han tenido que luchar contra ella para que no les arrastrara al pecado. ¡Qué grito tan angustioso el que lanza San Pablo! «Veo otra ley en mis miembros que guerrea contra la ley del corazón. ¡Desventurado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» Los santos han hecho penitencia aterradora para dominar la concupiscencia. San Pedro Damián se sumergía en agua helada, para apagar el ardor de la pasión. San Benito se metía entre zarzas espinosas. San Jerónimo, con el cuerpo macerado por la penitencia del desierto, decía: ¡Cuántas veces hallándome en la soledad salvaje me figuraba que estaba entre los placeres de Roma!

3. º Tú mismo muchas veces sientes esta lucha que te apena. Por un lado te atrae la virtud de la pureza. ¡Es tan degradante a los ojos de Dios y de los hombres la deshonestidad! ¡Es tan delicado el perfume de la castidad! ¡Es una virtud tan encantadora la pureza, la virginidad! ¡Siente el alma una satisfacción tan honda cuando la conciencia le dice al hombre: eres puro! Porque sabes todo esto, muchas veces sientes anhelos de pureza. Quisieras despegarte de esta tierra corrompida y elevarte a regiones de atmosfera más pura, a esas regiones donde viven los espíritus celestiales; pero ¿Qué te sucede? Lo que a san Pablo: que sientes el peso de tu cuerpo que tiende hacia la tierra, que sientes la tentación de la carne que busca satisfacciones terrenas; quieres levantar el vuelo y las alas se te pegan al cuerpo que resiste y exclamas desalentado: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Por experiencia propia sabes muy bien lo que es la concupiscencia.


II EL PRIVILEGIO DE MARIA

1. º María, descendiente de Adán, debería sentir esta inclinación desordenada; pero Dios la libro de ella, porque iba a hospedar en su castísimo seno al Hijo de Dios, hecho hombre. Dios libro a Lot del incendio que devoró a la ciudad pecadora donde vivía; y San Agustín da la razón: porque hospedó a Dios que llamó a las puertas de su casa en figura de ángel. El fuego de la concupiscencia abrasa a todos los hombres; pero la Virgen se vio libre de él porque había de dar hospedaje al Hijo de Dios hecho hombre.

2. º La fuente debe estar muy tranquila y muy transparente para que refleje en ella la imagen del sol y María iba a ser la fuente donde estaría mirándose constantemente, como en un espejo, Jesús, sol divino de pureza. Muy limpio de espinas debía estar el corazón donde reclinara su cabeza el Hijo de Dios que vivía entre los resplandores de la santidad infinita. Muy puras debían estar aquellas manos destinadas a acariciar el rostro de Jesús, alegría de los bienaventurados. Muy ordenado y pacifico debía ser aquel palacio, que iba a ser habitado por el príncipe de la paz. Penetra dentro de él. Entra en aquella inteligencia bañada de resplandores de luz divina y fija siempre en la verdad eterna. Entra en aquel corazón, atraído únicamente por el bien supremo; y allí, en el silencio de todas las tendencias ordenadas, oye el himno sublime de alabanza y de amor que el alma de María se eleva hasta el trono del Altísimo, himno más armonioso y más agradable a Dios, que el que entonó el alma de Adán antes del pecado y el que entonan los cielos y la tierra a su creador. «Coeli enarrant gloriam Dei» Los cielos cantan la gloria del Señor. Nave riquísima majestuosa, que a impulsos del amor divino, caminará segura, Imperturbable, a través de mares nunca agitados por tormentas de pasiones: eso es el alma de María cuando sale de las manos de Dios y aparece en el mundo toda hermosa; porque todo en ella es orden y santidad.


3. º Al contemplarla así, acaso te desalientes pensando: mi Madre del cielo es purísima, es ordenadísima; su hermosura me embelesa, pero yo no puedo parecerme en eso a mi Madre. Sí, puedes parecerte cada día más a Ella. ¿Cómo? Recibiendo con frecuencia la Comunion y comulgando fervorosamente.


III LA COMUNIÓN MITIGA LA CONCUPISCENCIA


1. º La Virgen estuvo libre de la concupiscencia porque iba a ser la Madre de Jesús, y tenía que hospedarle en su seno. Cuando comulgas, tú hospedas a ese mismo Jesús; y al entrar dentro de ti mitiga la concupiscencia de tu cuerpo y te vas asemejando a la Virgen a medida que vas recibiendo a Jesús sacramentado. Uno de los efectos preciosos de la Comunion es ese: mitigar la concupiscencia. Dice San Cirilo de Alejandría: «Cuando Cristo esta en nosotros hallase adormecida la ley de la carne que brama furiosa en nuestros miembros» (In Ioan. 4,2.) Como hacia callar Jesús el bramido de las tempestades, apacigua tambien la concupiscencia. A eso atribuye San Bernardo la paz que sienten algunos cristianos: «Si alguno de vosotros no siente ya con tanta frecuencia, ni tan acerbos movimientos de ira, de envidia, de lujuria o de cosas parecidas, de gracias al cuerpo y a la Sangre del Señor, porque la virtud del sacramento obra en él. » (Serm. De bapt. Et sacram. Altaris.)

2. ¿Cómo produce este efecto la Eucaristía? Lo dice el Concilio Tridentino: «La Eucaristía cohíbe y refrena la lascivia de la carne; pues al encender más el alma con el fuego de la caridad, templa tambien el ardor de la concupiscencia.» Con la Eucaristía aumenta en el alma la gracia santificante y juntamente crece la caridad, y como dice San Agustín: el aumento de la caridad es disminución de la sensualidad; y si llegaras a tener una caridad perfecta, tu dominio de la concupiscencia sería perfecto tambien. Cuando comulgas, fomenta los actos de amor a Dios; y a medida que se vaya encendiendo en el alma el fuego del amor divino, se irá apagando el fuego de la concupiscencia. Al comulgar crece tu familiaridad con Jesús y este trato íntimo con él iluminará tu inteligencia de luz sobrenatural para entender las cosas espirituales; y esa luz divina hará que se amortigüen las tentaciones desordenadas de la carne, que busca los bienes rastreros de este mundo. Trata íntimamente con Jesús cuando comulgas para que ilumine tu alma con su ciencia divina y desprecies los bienes terrenos que la imaginación engañosa presenta al apetito sensitivo. A medida que crezca tu trato intimo con Jesús, brotaran en tu voluntad afectos y deseos santos opuestos a las inclinaciones de la carne. Cuando más guste la voluntad las delicias de los bienes divinos, menos complacencia hallaras en los bienes terrenos. Acaso la Eucaristía obra directamente en el cuerpo, y aunque no le comunique ninguna cualidad sobrenatural, puede ir moderando y extinguiendo poco a poco el ardor de la concupiscencia. Si comulgas mucho y con mucho fervor te irás asemejando cada día más a la Virgen, libre de concupiscencia.

3. Más aún, el dominio interior de tus inclinaciones se reflejará en todas las actividades de tu cuerpo: alegría en el rostro, modestia en los ojos, moderación en las palabras, madurez en el andar, dignidad, compostura y belleza en todo tu aspecto exterior que tendrá alguna semejanza con la modestia y serenidad del cuerpo de la virgen. A medida que la concupiscencia se vaya apagando por efecto de la Comunion, irá floreciendo la castidad en tu corazón y la pureza de tu cuerpo; pues Jesús es el cordero inmaculado que al entrar en las almas las recrea con aroma celestial y las riega con el roció de la castidad. Jesús en la Eucaristía fue llamado proféticamente «trigo de los elegidos y vino que hace germinar vírgenes». (Zach. IX-17) Comulga mucho, comulga con fervor y la Comunion te ira haciendo semejante a la virgen, tu Madre Inmaculada, cuando salió de las manos de Dios en el primer instante de su concepción.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario