"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

De san Alfonso Maria de Ligorio Discurso IX


SEGUNDA NOVENA DE NAVIDAD

DISCURSO IX
(24 de Diciembre)

EL VERBO ETERNO, DE SUBLIME, SE HIZO HUMILDE

Discile a me, quia mitis sum et humillis corde
Aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón.

         La soberbia fué la primera causa de la caída de nuestros primeros padres, quienes por no sujetarse a la obediencia divina se perdieron a sí y a todo el género humano; pero la misericordia de Dios, para remediar tamaño mal,  permitió que su Unigénito se humillara hasta el extremo de revestirse de carne humana y, con el ejemplo de su vida, indujera al hombre a enamorarse de la santa humildad y a detestar la soberbia, que nos hace odiosos a los hombres y a Dios.  He aquí porque San Bernardo nos invita hoy a visitar la gruta de Belén con estas palabras: «Vayamos a Belén, que allí tenemos que admirar, qué amar y qué imitar»

         Sí; en aquella gruta tendremos, en primer lugar, qué admirar.  ¡Cómo!, ¿un Dios en un pesebre? ¿Un Dios sobre la paja? ¡Cómo!, el Dios que se sienta en lo más excelso del cielo en trono de majestad.  ¿Colocado en un pesebre, desconocido y abandonado y sin apenas más compañía que la de dos animales y algunos pastorcillos?

         Tendremos también que amar, al encontrarnos con un Dios que, si bien infinito, quiso bajarse hasta ofrecerse al mundo como pobre niño para hacernos más amable y querido, según el mismo San Bernardo decía

         Y hallaremos, finalmente qué imitar en el supremo Rey del cielo, hecho humilde, pequeñito y pobre niño, que ya en aquella cueva quiere comenzar, desde su infancia a enseñarnos con su ejemplo lo que después nos enseñará con su voz, continúa diciendo el mismo santo Abad

         Imploremos las luces de la gracia a Jesús y a María.

I

         ¿Quién no sabe de Dios es el primer y supremo noble, del que depende toda nobleza? Su grandeza es infinita: no depende de nadie y de nadie   heredo su grandeza, que siempre poseyó en sí mismo.  Es el señor de todo y a quien todas las criaturas obedecen.  Los vientos y el mar le obedecen.  Sobrada razón tiene el Apóstol para decir: Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos.  Pero el Verbo eterno, para remediar la desgracia del hombre, perdido por su soberbia, así como le dió ejemplo de pobreza, como ya consideramos en el presente discurso, para desprenderle de los bienes terrenos, así quiso también servirle de ejemplo de humildad para librarlo del vicio de la soberbia.

         El primero y mayor ejemplo de humildad fué el hacerse hombre y cargar con nuestras miserias: Hecho a semejanza de los hombres.  Dice Casiano que quien viste vestido ajeno, bajo él se esconde, y así Dios quiso esconder su naturaleza divina bajo el humilde vestido de la naturaleza humana.  Y San Bernardo añade que ocultó la majestad divina para tomar nuestra naturaleza y para que se juntasen Dios y el barro, la majestad y la enfermedad, tanta vileza y tanta sublimidad.  ¡Un Dios unirse al barro! ¡La Grandeza a la miseria, la sublimidad a la vileza!  Pero lo que más nos ha de asombrar es que no tan solo quiso.  Dios hacerse criatura, sino aparecer como pecador, revistiéndose de carne semejante a la carne del pecado. 

         Y aun no se contentó el Hijo de Dios de aparecer como hombre, ni aun como hombre pecador, sino que quiso elegir la vida más baja y humilde que puede existir entre los hombres, de manera que llego a llamarlo Isaías Abandonado de los hombres.  Jeremías había predicho que había de ser saciado  de oprobios y de ignominias, y David que había de ser oprobio de los hombres y hez del pueblo.  Por eso quiso Jesucristo nacer en el mundo lo más pobre que se pueda imaginar.  ¡Qué vergüenza para un hombre, por pobre que se quiera, nacer en un pesebre!  Los pobres nacen sus casucas, y a veces entre pajas, pero nunca en un establo, en que apenas si nacen las bestias y los gusanillos; y como gusano quiso nacer en la tierra el Hijo de Dios.  Con tal humildad quiso nacer el Rey del universo, dice San Agustín, para demostrarnos en su humildad la majestad y omnipotencia al hacer con su ejemplo amantes de la humildad a los hombres, que nacen plagados de soberbia.

         Anuncio el ángel a los pastores el nacimiento del Mesías, y las señales que les dio para reconocerlo fueron todas señales de humildad.  Hallareis al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.  Así se da a conocer un dios que viene a la tierra a destruir la soberbia.

         La vida de Jesucristo en Egipto, cuando vivió desterrado en aquel país, fue conforme a su nacimiento, pues allí vivió como extranjero, desconocido y pobre entre aquellos barbaros y sin que nadie le conociese ni hiciese caso de Él.  Volvió a Judea, y su vida no fue distinta de la que vivió en Egipto, ya que paso treinta anos en un taller, tenido por todos como hijo de un sencillo artesano, con su oficio de menestral, pobre, desconocido y despreciado.  En aquella su familia no había criados ni criadas, pues José y María eran los dueños y los criados, como dice San Pedro Crisologo.  El solo criado de aquella casa era el Hijo de Dios, que quiso hacerse hijo del hombre, es decir, María para hacerse humilde siervo y, como tal, obedecer a un hombre y a una señora. 

         Después de treinta años de vida escondida, llegó por fin el tiempo en que nuestro Salvador había de comparecer en público para predicar la celestial doctrina que había venido a ensenarnos desde el cielo, por lo que fue necesario se diera a conocer lo que era, verdadero Hijo de Dios.  Mas ¿Cuántos fueron los que lo reconocieron por tal y lo honraron como merecía?  Fuera del reducido número de discípulos que le siguieron, todos los demás, en lugar de honrarlo, lo despreciaron como hombre vil e impostor, cumpliéndose entonces la profecía de Simeón.  Este está puesto… como señal a quien se contradice.  Jesucristo fue contradicho y menospreciado en todo: en su doctrina, ya que al manifestar que era el Unigénito de Dios fue tenido por blasfemo y, como tal, reputado reo de muerte, como decía el impío Caifás.  Fué despreciado e su sabiduría, ya que lo tuvieron por loco y falto de juicio.  Fué despreciado en sus costumbres, teniéndolo por borracho, comilón y amigo de ribaldos.  Fué tenido además, por hechicero, que tenía pactos con el demonio: hereje y endemoniado, seductor.  Finalmente, fué Jesucristo acusado por el público de ser tan malhechor que no necesitaba proceso para condenarlo a muerte de cruz, según decían los judíos a Pilatos.

         Llego, por fin, el Salvador al término de su vida y a su pasión, y en ella, ¡Dios mío, que de desprecios y vilipendios no recibió! Fué traicionado y vendido por uno de sus discípulos en treinta monedas, inferiores al precio en que se vende una bestia.  Otro discípulo renegó de él.  Fue conducido por las calles de Jerusalén, atado como un malhechor, abandonado de todos, hasta de sus contados discípulos.  Fué vilmente tratado como esclavo con el castigo de azotes; fue abofeteado públicamente, tratado como loco y vestido por Herodes con vestidura blanca, para hacerle pasar por hombre ignorante y estúpido, según se expresa, San Buenaventura.  Fué reputado como rey de burlas, poniéndole en la mano una caña por cetro, en las espaldas un andrajoso pedazo de púrpura y en la cabeza un haz de espinas por corona, y después le saludaban irónicamente: ¡Salud, Rey de los Judíos!, cubriéndole la cara de esputos y bofetones.

         Finalmente, quiso morir Jesucristo; pero ¿con que muerte? Con la más ignominiosa, cual fué la de la cruz.  Quienes a la sazón morían ignominiosa, cual fue la de cruz.  Quienes a la sazón miran crucificados eran tenidos por los más viles y malvados de los reos, por lo que el nombre de crucificado era nombre de maldición e infamia.  De ahí que el Apóstol dijese: Cristo… hecho por nosotros objeto de maldición: porque escrito esta: «Maldito todo el que está colgado de un palo».  San Atanasio comenta así: «se llama maldito porque cargó con nuestra maldición» para salvarnos de la maldición eterna.

         Pero, Señor, exclama aquí Santo Tomas de Villanueva, ¿Dónde está tu gloria y tu majestad en medio de tanta ignominia? Y responde: No busques tal gloria y majestad, pues vino a dar ejemplo de humildad y a manifestar el amor que tuvo a los hombres, amor que le hizo como salir de sí mismo.

II

         Refiere la fábula pagana que Hércules, por el amor que profesaba el rey Augias,  llego hasta cuidar de sus caballerizas; y que Apolo, por amor también a Admeto, pastoreó sus rebaños.  ¡Fabulas tan solo!  Pero lo que es de fe es que Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, por amor a los hombres, se humillo hasta nacer en una gruta, vivió vida de humillaciones y, finalmente murió ajusticiado en infame patíbulo.  ¡Oh gracia, oh fuerza invencible del amor!-exclama San Bernardo-, ¿es posible que hayas obligado al Señor de todas las cosas a hacerse el menor de todas ellas? ¡Oh fuerza del amor divino, el más excelso de todos hacerse el más vil de todos! « ¿Quién hizo esto?»-prosigue preguntando el Santo-. El amor, que no se detiene en dignidades, cuando se trata de conquistarse el afecto de la persona amada.  Dios, que de nadie puede ser vencido, fue vencido por el amor, ya que el amor redujo a hacerse hombre y a sacrificarse por amor a los hombres en mar de dolores y desprecios.  “Se anonado a si mismo—prosigue el santo Abad—para que sepas que fué el amor quien rebajó al nivel del hombre semejante grandeza.

         Dice San Gregorio Nacianceno que de ninguna otra manera podía Dios manifestarnos mejor su amor que humillándose hasta cargar con las mayores miserias e ignominias sufridas por los hombres en la tierra.  Y Ricardo de San Víctor añade que, habiendo el hombre tenido la audacia de ofender a la majestad de Dios, fué necesario para purgar su delito que interviniese una humillación también infinita.  Pero «cuando más se ha humillado nuestro Dios-sigue San Bernardo—, tanto mayor se ha mostrado en la bondad y el amor».  Por lo tanto, después de haberse un Dios humillado tanto por amor al hombre, ¿tendrá este aun repugnancia en humillarse por amor a Dios?  No merece el nombre de cristiano quien no es humilde y no procura imitar la humildad de Jesucristo, que vino al mundo, como dice San Agustín, para abatir la soberbia.  La soberbia humana fue la enfermedad que hizo bajar del cielo a este divino Medico, le colmo de ignominias y le hizo morir crucificado.  Avergüéncese, pues el hombre de ser soberbio, al menos cuando fije su vista en un Dios que, para curarlo del orgullo, se humillo tanto.  Y San Pedro Damián escribe que “el Señor quiso abajarse tanto para sacarnos de la hediondez de nuestros pecados y colocarnos al par de los ángeles en el excelso reino de los cielos”.  “La humillación del Hijo de Dios-añade San Hilario-fue nuestra nobleza”.  «¡Oh inmensidad del amor divino continua diciendo San Agustín—, Un Dios por amor al hombre enamorarse de los desprecios para hacerle partícipe de su honor, abrazarse con los dolores para darle la salud, venir a morir para darle la vida!»


Jesucristo, al elegirse tan humilde nacimiento, vida tan menospreciada y muerte tan ignominiosa, ha tornado nobles y amables los desprecios y los oprobios, por lo que los santos en este mundo fueron tan amantes y hasta ávidos de las ignominias, que se diría no sabían ni desear ni buscar más que ser despreciados y pisoteados por amor de Jesucristo.  Cuando vino el Verbo al mundo, se cumplió puntualmente lo que Isaías había profetizado: En lo que era la morada de chacales, su cubil, habrá verdor de cañas y juncos; decir, que donde habitaban antes los demonios, soberbios espíritus, allí nacería, ante la humildad de Jesucristo el espíritu de humildad.  Vendor de cañas, comenta Hugo, porque el humilde esta como vacío a sus propios ojos.  Los humildes, en efecto, no están pagados de si, como los soberbios, sino al contrario, vacíos, creyendo en verdad que todo cuanto tienen es don de Dios.  De lo que bien podemos inferir que dios ama tanto al alma humilde como aborrece a la soberbia. 

         Pero ¿será posible, pregunta San Bernardo que se hallen aun orgullosos, después de haber visto la vida que vivió Jesucristo? ¿Cómo es posible que el hombre, gusanillo manchado con tanto pecado, viendo a un Dios de infinita majestad y pureza que tanto se humilla para enseñarnos la humildad, sea aun orgulloso?

         Sépase que los orgullos          nada ganan ante Dios, San Agustín advierte: “¿Te engríes? Dios huye de ti. ¿Te humillas? Dios viene a ti”. Huye el Señor de los soberbios, y, al contrario no sabe despreciar el corazón que se humilla, por pecador que sea.  Dios prometió escuchar a quien le rogare: Pedid y se os dará.  Todo el que pide, recibe, pero también ha afirmado que no puede escuchar a los soberbios, como nos dice Santiago: Dios se opone a los soberbios, más a los humildes otorga su gracia.  Santa Teresa declaraba que las más excelsas gracias las había recibido de Dios cuando más se humillaba ante su presencia.  La oración del que se humilla entra por sí misma en el cielo, sin necesidad de ser introducida ni se retira sin alcanzar de Dios lo que desea.

Afectos y Suplicas

         ¡Oh Jesús mío despreciado!, con vuestro ejemplo hicisteis muy queridos y amables los desprecios a vuestros amantes.  ¿Cómo, pues, en vez de recibirlos alegremente, como vos, me he portado con tanto orgullo, ofendiéndoos a vos, majestad infinita? ¡Pecador y Soberbio! ¡Ah, señor!, ya lo comprendo; no he sabido sufrir pacientemente porque no he sabido amaros; si os hubiera amado, habría encontrado suaves y agradables los padecimientos.  Pero, ya que prometéis el perdón a quienes se arrepienten, me arrepiento con toda el alma de toda mi desordenada vida, tan diferente de la vuestra.  Quiero enmendarme y os prometo, de hoy en delante sufrir pacientemente cuantos desprecios se me hicieren por amor vuestro. Jesús mío que por mi amor fuisteis de tal modo despreciado comprendo que las humillaciones son las preciosas minas conque enriquecéis a las almas de tesoros eternos. Otras humillaciones y otros desprecios merezco por haber despreciado vuestra gracia: Merezco ser pisoteado por los demonios, pero vuestros merecimientos son mi esperanza. Quiero cambian de vida y no quiero disgustaros más, por lo que hoy en adelante no quiero buscar sino vuestro gusto,  Muchas veces merecí ser lanzado al profundo del infierno, pero, ya que me esperasteis hasta el presente y aun me habéis perdonado los pecados, como espero, haced que, en vez de arder en aquel desgraciado fuego, arda en el fuego bendito de vuestro santo amor.

 No; Ya no quiero vivir más, ¡Oh Amor mío!, sin vuestro amor.  Ayudadme y no permitáis que viva ingrato, como en lo pasado.  En lo venidero solo a vos quiero amar, y quiero que mi corazón sea solo vuestro.  Por favor, tomad posesión de él, y tomadla por toda la eternidad, de manera que yo sea siempre vuestro y vos siempre mío, yo os ame siempre y siempre me améis vos.  Así lo espero, mi amabilísimo Dios; yo siempre os amare y vos siempre me amareis.  Creo en vos, bondad infinita; espero en vos, bondad infinita; os amo, bondad infinita; os amo y siempre lo repetiré; os amo, os amo, os amo  y,  porque os amo, quiero hacer cuanto me sea dable para complaceros.  Disponed de mí como os plazca; basta que me deis la gracia de amaros, y luego disponed de mí como quisiereis, Vuestro amor es y será siempre mi único tesoro, mi único deseo, mi único bien y mi único amor. 

         ¡Oh María, esperanza mía, Madre del amor hermoso ayudadme a amar mucho y siempre a mi amabilísimo Dios! 



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