"POR LA CONVERSION DE LOS INFIELES"

¡Dios te salve, María, Virgen y Madre de Dios! Aunque miserable pecador, vengo con la mayor confianza a postrarme a vuestros pies santísimos, bien persuadido de ser por ti socorrido de que eres la que, con tu gracia y protección poderosa, alcanzas al género humano todas las gracias del Señor. Y si estas suplicas no bastaran pongo por medianeros y abogados a los nueve coros de los Ángeles, a los Patriarcas, y Profetas, a los Apóstoles y Evangelistas, a los Mártires, Pontífices y Confesores; a las Vírgenes y Viudas; a todos los Santos del Cielo en especial al Cura de Ars, Santa Filomena, San Francisco de Asís, San Benito y justos de la tierra. Cuiden de esta página y de lo que aquí se publica para el beneficio de los fieles de la Iglesia Católica; con el único fin de propagar la fe. Que, esta página sea, Para Mayor Gloria de Dios.

domingo, 21 de diciembre de 2014

De San Alfonso Maria de Ligorio Discurso VI

                

SEGUNDA NOVENA DE NAVIDAD

DISCURSO VI
(21 de Diciembre)

EL VERBO ETERNO DE SUYO, SE HIZO NUESTRO

Parvulus natus est nobis, et filius datus est nobis
Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.

Dime, bárbaro Herodes, ¿Por qué mandas matar y sacrificar a tu ambición de reinar tantos niños inocentes? ¿Dime por qué turbas? ¿Dime, que es lo que temes? ¿Temes, quizás, que haya nacido el Mesías, que te venga a arrebatar tu reino? ¿Por qué te turbas? Exclama San Fulgencio. El rey que acaba de nacer no ha venido a subyugar a los reyes con las batallas, sino a subyugarlos con la muerte. Vino- prosigue el Santo no a pelear durante la vida, sino a triunfar del amor de los hombres cuando se sacrifique en la cruz, según El mismo afirmo: Cuando fuere levantado de la tierra, a todos arrastrare hacia mí.

         Pero dejemos a un lado a Herodes, almas devotas, y ocupemos de nosotros ¿Para qué vino el Hijo de Dios a la tierra? Para darse a nosotros, como asegura Isaías: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. A esto le condujo el amor que nos tiene este amante Señor y el deseo que tiene de que  amemos. De suyo, se hizo nuestro. Veámoslo, pero antes pidamos luces al Santísimo Sacramento y a la Madre de Dios.

I

          El mayor privilegio de Dios, o por mejor decir, toda su esencia, es el ser suyo, esto es, existir por sí mismo y no depender de nadie. Todas las criaturas, por grandes y excelentes que sean, en el último resultado, vienen a ser nada, porque cuanto tienen, tiénenlo de Dios, que las creo y las conserva, de tal modo que, si Dios dejara un momento de conservarlas, dejarían al punto de existir y volverían a la nada. Dios, por el contrario, como existe por sí mismo, no puede dejar de existir, ni puede haber quien lo destruya o disminuya su grandeza, su poder, su felicidad. Dice San Pablo que el Eterno Padre entrego a su Hijo por nosotros. Y que el Hijo mismo se entregó por nosotros. Por lo tanto, Dios, al darse a nosotros, ¿se habrá hecho nuestro? Si-responde San Bernardo; “el que era para sí ha nacido para hacerse nuestro”. El Dios a quien nadie podía dominar, fue dominado, por decirlo asi, por el amor, que lo venció y triunfo de Él. Así amó Dios al mundo, que entrego a su Hijo Unigénito; y el mismo Hijo de Dios, por amor a los hombres, quiso entregárseles para ser amado por ellos.

         De muchas maneras había Dios procurado cautivarse los corazones de los hombres, ya con beneficios, ya con amenazas, ya con promesas, sin llegar al éxito deseado, su infinito amor, dice San Agustín, halló medio de que le amasemos, dándosenos, por completo en la encarnacion del Verbo. Hubiera podido enviar a un ángel, a un serafín para rescatar al hombre ; pero, como en este caso el hombre habría de dividir su corazón entre el Creador y el Redentor, Dios, que quería todo el corazón y todo el amor del hombre, quiso dársenos como Creador y como Redentor, dice un piadoso expositor.
         Y Ahí lo tenemos, bajado del cielo, sobre la paja, trocado en niño, nacido por nosotros y dado completamente a nosotros. Que es lo que quiso precisamente indicar el ángel cuando dijo a los pastores: Os ha nacido hoy…un Salvador; como si dijese: Andad, hombres, a la gruta de Belén a adorar allí a aquel niño que hallareis reclinado en la paja de un pesebre, gimiendo y temblando de frio; sabed que es vuestro Dios, que no quiso enviar a nadie a salvaros, sino que quiso venir El mismo para atraerse de este modo vuestro amor.
         Si, para esto vino a la tierra el Verbo eterno a conversar con los hombres para hacerse amar de ellos. ¡Que honrado y venturoso se reputa el vasallo que escucha una palabra de confianza de su rey y recoge una sonrisa o una flor! Y ¡Cuánto más si el rey lo distinguiese con su amistad, si lo sentara a diario a su mesa si lo honrase con habitar en su propio palacio y quisiera tenerlo siempre cerca de si!

         ¡Ah, Soberano Rey mio, queridísimo Jesús! Vos, que no podíais antes de la redención llevar al cielo a los hombres, pues les estaba cerrado por el pecado, bajasteis a la tierra a conversar con ellos y les llamasteis hermanos, dándoos a ellos por el amor que les tenéis. Si-dice San Agustín-, este amorosísimo y misericordiosísimo Dios, por el amor que tenía al hombre, no solo quiso darle sus bienes, sino también a sí mismo.

         Por tanto, es tal el afecto que esto sumo Señor abriga hacia nosotros, miserables gusanillos, que solo se satisface con dársenos por completo, naciendo por nosotros, viviendo por nosotros y hasta dando por nosotros sangre y vida, para aparejarnos un baño saludable y lavarnos de todos nuestros pecados. Pero, Señor-exclama el abad Guerric, parece una inútil prodigalidad la que de vos mismo hacéis, por el gran deseo que tenéis de ser amado de los hombres. Y ¿Cómo no? Añade. ¿Cómo no ha de llamarse prodigo de sí mismo un Dios que, para recuperar al hombre, que había perdido, no solo da cuento posee, sino que se da a sí mismo? 

         Dice San Agustín que Dios, para cautivar el amor de los hombres, disparo muchas saetas de amor en su corazón. ¿Qué cuáles son estas saetas? Cuantas criaturas vemos, porque todas las crio Dios por el hombre, para que este le amase; por lo que concluye el mismo Santo: “El cielo, la tierra y todas las cosas me dicen que te amé”. Hacíasele al Santo que el sol, la luna, las estrellas, los montes, las campiñas, los mares y los ríos le hablaban y le decían: Agustín, ama a Dios, que nos creó por ti, para que le amases. Santa Margarita Magdalena de Pazzi, cuando tenía en mano una escogida fruta o una hermosa flor, decía que la fruta aquella o aquella flor eran saetas disparadas al corazón, que la herían de amor hacia Dios, pues recordaba que Dios, desde toda la eternidad, había creado la flor o la fruta pensando en testimoniarle el divino afecto, para alcanzar el suyo. Santa Teresa decía, igualmente, que la beldad de las criaturas que contemplamos, playas, arroyuelos, flores, frutos, avecicas, todas nos reprochan nuestra ingratitud hacia Dios, pues todas son indicios del amor que nos profesa. Cuéntase también de cierto devoto solitario que, al atravesar los campos y toparse con florecicas o arbustillos, le parecía que le reprochaban su ingratitud hacia Dios, por lo que las sacudía suavemente con su bastoncillo, exclamando: Callad, callad, que ya os oigo; me echáis en cara mi ingratitud; me decís que os crio tan hermosas por mi amor y que no le amo; callad, que ya os oigo; basta, basta. Y asi caminaba desahogando los afectos que les abrasaban el corazón al contemplar tan hermosas criaturas.

         Sí; todas estas criaturas son saetas de amor al corazón del hombre, mas no se satisfizo Dios con estas saetas, que no juzgaba suficientes para conquistar nuestro afecto: Hizo de mi flecha aguzada; en su aljaba me escondió. Dice el cardenal Hugo, sobre este paso, que asi como el cazador se reserva la mejor flecha para rematar a la fiera herida, asi Dios, entre todos sus dones, tuvo reservado a Jesucristo hasta que llego la plenitud de los tiempos, en que lo envió como para herir con el postrer golpe de amor los corazones de los hombres. Jesús fue, por lo tanto, la flecha elegida y reservada, a cuyo golpe ya predijo David que habían de caer vencidos los pueblos enteros. ¡Oh, y cuantos corazones, heridos del divino amor, arden ante la gruta de Belén! ¡Cuántos a los pies de la cruz en el Calvario! ¡Cuántos ante el Sacramento de los altares!

         Observa San Pedro Crisologo que nuestro Redentor, para hacerse amar de los hombres, quiso tomar varias formas. Y, en efecto, pues aquel Dios, que es inmutable, se dignó aparecer como niñito en un establo, como joven en un taller, como reo en un patíbulo o como pan en el altar. Plúgole a Jesús mostrársenos en tan variadas formas, siempre para expresarnos el amor que nos tenía. ¡Ah, Señor mio!, decidme: ¿hay algo más que inventar para haceros amar? Id, ¡oh almas redimidas! Exclamaba el profeta Isaías, id por todo el mundo publicando las amorosas invenciones de este Dios amante, por El pensadas y ejecutadas para hacerse amar de los hombres, cuando, después de haberles dado tantos dones suyos, quiso dárseles a sí mismo, y dárseles de tantas maneras. “Si estas enfermo y quieres curar dice San Ambrosio, Jesús es el medico que te sana con su sangre; si estas aquejado de las llamas impuras de mundanos afectos, aquí tienes la fuente que con sus refrigerantes aguas te consuela; si, en suma, no quieres morir, Él es la vida, y si quieres el cielo, Él es el camino”.

         Y no solo se dio Jesucristo a los hombres en general, sino que se dio también a cada uno en particular; que es lo que hacía decir a San Pablo: Me amó y se entregó por mí. Dice San Juan Crisóstomo que Dios ama a cada uno de nosotros como ama al género humano. Si, pues en el mundo, hermano mio, solo existieras tú, solo por ti hubiera venido el Redentor y hubiera por ti derramado sangre y vida. Y ¿Quién pudiera explicar, ni aun comprender, dice San Lorenzo Justiniano, el amor que este Dios enamorado tiene a cada uno de nosotros? Esta consideración provocaba la otra de San Bernardo hablando de Jesucristo: “Se me dio completamente, todo para mi utilidad”. Y provocaba la otra consideración de San Juan Crisóstomo: “Se nos dio del todo, sin quedar con nada”. Nos dio sangre, vida y a sí mismo en el sacramento del altar, sin que le quedara ya nada que darnos. En afecto, dice Santo Tomas, después de habérsenos dado Dios mismo, ¿Qué más le resta que darnos? Asi es: después de la obra de la redención, Dios agoto sus dones y ya no puede hacer más para patentizarnos su amor.

II

         Todos, por lo tanto, debiéramos exclamar con San Bernardo: Soy de Dios y a Dios me debo entregar, por haberme creado y dado el ser; pero, después de haberme entregado a Él, ¿Qué le habré de dar en justa correspondencia por habérseme dado a si? No nos turbemos; basta con que entreguemos a Dios nuestro amor, que es lo que El desea. Los reyes de la tierra se glorían de poseer muchos reinos y riquezas; Jesucristo se satisface con el reinado de nuestro corazón, principado que conquisto con su muerte en la cruz. Con las palabras “Sobre cuyo hombro está el principado entienden muchos expositores sagrados, con San Basilio, San Agustín, San Cirilo y otros, la cruz que nuestro Redentor llevo sobre sus espaldas. Este Rey celestial dice Cornelio Alapide es un Señor muy distinto del demonio; el demonio sobrecarga las espaldas de sus súbditos; Jesucristo, por el contrario, carga sobre si el peso de su principado abrazándose con la cruz, en la que quiere morir para reinar desde ella en nuestros corazones. Añade Tertuliano que, asi como los reyes terrenos llevan cetro y corona como distintivo de poder, Jesucristo llevo la cruz, trono donde subió para fundar el reinado de su amor.

         Orígenes, hablando sobre el particular, dice: Si Jesucristo se dio por completo a cada hombre, ¿Qué mucho hará el hombre en darse por entero a Jesucristo? Demos, pues, de buena voluntad nuestro corazón y nuestro amor a este Dios que para conquistarlo tuvo que dar su vida, su sangre y a sí mismo. ¡Si conocieses el don de Dios y quien es el que te dice: “Dame de beber!” ¡Si conociese el alma la gracia que recibe de Dios y quien es el que le pide de beber! ¡Si el alma comprendiera la gracia que Dios lo dispensa suplicándole que le ame: Amaras al Señor tu Dios! Si un vasallo oyera al príncipe suplicarle que lo amase, sola esta suplica bastaría para cautivar su corazón. Y ¿no nos cautivara un Dios que nos pide el corazón con estas palabras: Dame, hijo mio, tu corazón?

         Pero Dios no quiere que le demos a medias el corazón, sino que lo quiere todo y por completo: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón; de lo contrario, no queda satisfecho. Para este fin nos dio su sangre, toda su vida y a si mismo por completo, para que por completo nos demos a Él y sacamos suyos enteramente. Pues bien, sepamos que entonces daremos a Dios por completo el corazón cuando le demos toda nuestra voluntad, no queriendo en adelante sino lo que Dios quiera, que no será más que nuestro bien y nuestra felicidad: Pues, ya sea que vivamos, para el Señor vivimos; ya sea que muramos, para el Señor morimos. Tanto, pues, si vivimos como si morimos, del Señor somos. Pues para esto Cristo murió y retorno a la vida, para que asi de los muertos como de los vivos tenga señorío. Jesús quiso morir por nosotros; no pudo hacer más para conquistarse nuestro amor y para ser el dueño único de nuestro corazón, por lo que de hoy en adelante habemos de hacer saber el cielo y a la tierra, en la vida y en la muerte, que ya no nos pertenecemos, sino que somos tan solo y únicamente de Dios.

         ¡Ah, cuanto desea Dios ver y cuanto ama el corazón que es todo suyo! ¡Que amorosas finezas dispensa Dios y que bienes, delicia y gloria en el paraíso al alma que es toda suya!

         El venerable P. Juan Leonardo de Sétera, Dominico, vio cierto día a Jesucristo que andaba, a guisa de cazador, por los bosques terrenos con un dardo en mano; preguntóle el siervo de Dios que es lo que hacía, y Jesús le respondió que andaba a caza de corazones. ¡Quién sabe, pienso yo, si el Niño Jesús en esta novena no conseguirá herir y cautivar algún corazón tras del que haya andado a caza, sin haberlo hasta ahora podido herir ni conquistar!

         Almas devotas, si Jesús se adueña de nosotros, nosotros a nuestra vez, habremos conquistado a Jesús, y el cambio nos será ventajoso. Teresa dijo un día el Señor a esta Santa, hasta ahora no has sido toda mía; pero ahora que lo eres, sábete que yo soy todo tuyo. San Agustín llama al amor lazo que une al amante con el amado. Dios es anheloso de ligarse y unirse a nosotros, pero para ello se necesita que nosotros nos unamos a Dios. Si queremos que Dios se entregue por completo a nosotros, es necesario que también nosotros nos entreguemos del todo a él.

Afectos y suplicas

         ¡Cuán feliz seria si en adelante pudiera siempre decir con la Esposa de los Cantares: Mi amado es mío y suya yo!  Mi Dios, mi amado, se me ha entregado por completo; razón es que yo me entregue del todo a mi Dios y diga siempre: ¿Quién sino tu hay para mí en los cielos? Y si contigo estoy, la tierra no me agrada…Roca y parcela mía Dios por siempre. ¡Querido Niño mio, mi querido Redentor!, ya que bajasteis del cielo para daros todo a mí, ¿Qué habría yo de desear en el cielo ni en la tierra fuera de vos, que sois el sumo bien, el único tesoro, el paraíso de las almas? Sed, pues, el único dueño de mi corazón y poseedlo por completo que solo a Voz obedezca mi corazón y no procure agradar más que a vos. Que solo os ame mi alma y solo seáis mi patrimonio. Procuren otros los bienes y fortunas de este mundo y en ellos se gocen, si es que hay gozo fuera de vos, que yo solo os quiero a vos como fortuna mía, mi riqueza, mi paz, mi esperanza en esta vida y en la eternidad. Aquí tenéis mi corazón; os lo doy sin reserva y desde ahora ya no es mio, sino vuestro. Asi como al entrar en el mundo ofreciste al Eterno Padre y le diste toda vuestra voluntad, como nos hiciste saber por David: Del libro en el rollo se halla de mi escrito: Hacer tú querer me es grato, Dios mio, y llevo en la entraña metida tu ley, asi hoy os ofrezco, Salvador mio, toda mi voluntad. Cierto que un tiempo fue rebelde y os ofendí con ella; pero ahora me arrepiento con todo el corazón de las maldades consentidas, con las que perdí miserablemente vuestra amistad, y os consagro completamente mi voluntad. Señor, ¿Qué quieres que yo haga? Decidme qué queréis de mí, que estoy presto a ejecutarlo. Disponed de mí y de mis cosas como os plazca, que todo lo acepto resignadamente. Comprendo que siempre deseáis mi mayor bien, por lo que en vuestras divinas manos deposito mi alma: En tus manos mi espíritu encomiendo. Ayudadla por piedad, conservadla y haced que sea siempre vuestra, puesto que la libraste, Señor, Dios de verdad.

         ¡Dichosa vos, Virgen santísima, que fuisteis toda y siempre toda de Dios! Eres toda hermosa, amada mía, y no existe defecto en ti. Entre todas las almas fuisteis llamada por vuestro esposo su paloma y su perfecta, el huerto cerrado a todo defecto y toda culpa y cuajado de flores y de frutos de virtud. ¡Ah, Reina y Madre mía!, ya que tan bella sois a los ojos de vuestro Dios, compadeceos de mi alma, tan afeada por su pecados. Mas, si en lo pasado no me he entregado del todo a Dios, asi lo quiero hacer en lo venidero. Quiero emplear la vida que me restare en amar a mi Redentor, que tanto me ha amado, hasta entregarse del todo a mi Alcanzadme, esperanza mía, fortaleza para serle grato y fiel hasta la muerte. Amen, asi lo espero, asi sea.



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