SEGUNDA NOVENA DE NAVIDAD
DISCURSO III
(18 de Diciembre)
EL VERBO ETERNO DE SEÑOR SE HIZO ESCLAVO
Semetipsum
exinanivit, formam servi accipiens.
Se anonadó a sí mismo, tomando forma
de esclavo.
Considerando San
Zacarías la gran misericordia de Dios en la obra de la redención humana, tuvo
razón de exclamar: Bendito sea el Señor,
Dios de Israel, porque visito y rescato a su pueblo, para que, libres de
las cadenas del pecado y de la muerte, con las que nuestros enemigos nos tenían
esclavizados, podamos en adelante sin temor, después de adquirida la libertad
de hijos de Dios, servir y amar al Señor en esta vida, para ir luego a poseerle
y disfrutar eternamente de su presencia en el reino de los bienaventurados,
que, cerrado antes a los hombres, al fin
se nos ha abierto por nuestro Salvador.
Todos
éramos esclavos del infierno, pero el Verbo eterno, Nuestro supremo Señor, ¿que hizo para librarnos de tamaña Esclavitud? De señor se
hizo siervo. Consideremos la gran misericordia y el amor inmenso que nos ha
patentizado con este prodigioso beneficio, y antes pidamos las luces necesarias
a Jesús y a María.
I
Dios
es el Señor de cuanto hay y puede haber en el universo: En tus manos está el universo entero, pues tú hiciste el cielo y la
tierra. ¿Quién podrá negar a Dios el supremo dominio de todas las cosas, si
es el Creador y conservador de cuanto existe? Y sobre su manto y sobre su muslo lleva escrito un nombre: Rey de reyes
y Señor de señores. Las palabras en su muslo quieren decir, según Maldonado,
que los monarcas terrenos están revestidos de su majestad tan solo
exteriormente y por don y favor del supremo Rey, que es Dios, mientras que Dios
es Rey por naturaleza, de suerte que no puede dejar de ser el Rey y Señor de
todas las cosas.
Ahora bien, este Monarca supremo reinaba sobre los ángeles
del cielo y sobre toda criatura, pero no reinaba sobre los corazones de los
hombres, que gemían miserablemente bajo la esclavitud del demonio. Si; este
tirano, antes de la venida de Jesucristo, era el señor que hacia adorar como
Dios, exigiendo inciensos y sacrificios, no solo de animales, sino también de
los propios hijos y vidas propias. Y a cambio, ¿Qué es lo que este enemigo,
este tirano, les daba y como los trataba? Atormentándoles el cuerpo con extremos
de barbarie, cegándoles el espíritu y llevándoles por caminos dolorosos a su
eterna perdición. A abatir a este tirano descendió el Verbo divino a la tierra
y a libertad a los hombres de su desgraciada servidumbre, para que, libres los
pobrecitos de las tinieblas de la muerte, rotas las cadenas con que el bárbaro
los tenia oprimidos e iluminados en el camino de su salvación, sirvieran a su
legitimo Señor, que los amaba como padre y de esclavos de Lucifer quería
hacerlos sus queridos hijos, para que sin
temor, liberados de mano de nuestros enemigos, le sirvamos.
Predijo Isaías que nuestro divino Redentor había de destruir
el imperio del demonio sobre los hombres: La vara de su preboste has quebrado.
Y ¿Por qué llamo el profeta al demonio preboste? En sentir de San Cirilo,
porque este bárbaro jefe suele exigir de sus esclavos, los pobres pecadores,
los más enormes tributos pasionales, rencores, desordenados afectos, con que
los va encadenando cada vez más, al paso que los atormenta bajo su yugo. Vino,
pues, nuestro Salvador a libertarnos de la esclavitud de tal enemigo; pero
¿Cómo y de qué manera nos liberto? Ved aquí lo que hizo dice san pablo: el cual (Cristo Jesús), subsistiendo en la
forma de Dios, no considero como una presa arrebatada el ser al igual de Dios,
antes se anonado a sí mismo, tomando forma de esclavo, hecho a semejanza de los
hombres. El era como el Padre, omnipotente como el Padre: pero, por amor al
hombre, se humilló hasta tomar forma de esclavo revistiéndose de carne humana
naturaleza para rescatarlos, satisfaciendo con sus penalidades y muerte a la
divina justicia por la pena que ellos merecían. ¡Ah!, si la santa fe nos lo enseña y nos asegura de
que el Hijo de Dios, sumo y supremo Señor de todas las cosas, se anonado a sí mismo, tomando forma de
esclavo.
Nuestro señor, haciéndose esclavo, quiso comenzar desde su
infancia a despojar al demonio del imperio que ejercía sobre los hombres, según
lo había predicho Isaías: Ponle por nombre
Majer-salal-jasbaz, este es, explica san Jerónimo que nunca tolere e reino
del demonio. Ved, pues como Jesús, no bien nacido, dice el venerable San Beda,
comienza por declararse siervo para alcanzar nuestra liberación de la
esclavitud del infierno, registrándose como súbdito del Cesar y sometiéndose a
la ley del censo. Vedlo como en señal de servidumbre, para pagar nuestras
deudas con su servidumbre, se deja desde niño ligar con fajas, símbolo de las
cuerdas con que un día había de ser atado por los verdugos, que le conducirían
a la muerte. Dice San Zenón que el Señor permitió le fajaran porque venía a
pagar las deudas del mundo. Vedlo como se somete y obedece en toda su vida a
una humilde virgen y a un hombre. Vedlo más tarde, cual simple criado, en la
pobre casa de Nazaret, obedeciendo a María y a José, preparando la madera para
que este la trabajara, recogiendo las virutas para el fuego, barriendo la casa,
acarreando agua, abriendo y cerrando la carpintería; en suma, dice San Basilio,
que, siendo María y José pobres y habiendo de vivir de su trabajo, Jesucristo,
para ejercitar la obediencia y demostrarles el respeto y sumisión que como a
superiores le profesaba, procuraba desempeñar todos los trabajos que
humanamente podía ejercer. ¡Un Dios sirviendo! ¡Un Dios fatigándose! Esta sola
reflexión debería abrasarnos y consumirnos de amor.
Cuando empezó nuestro Salvador la predicación, hízose siervo
de todos, declarando que no había venido a ser servido, sino a servir. Como si
dijera, comenta Cornelio Alápide: Me
conduje y me conduzco como siervo de todos, a quienes quiero servir. Por eso
dice San Bernardo que nuestro Señor Jesucristo al fin de su vida no se contento
con tomar simplemente la forma de siervo, sometiéndose a lo demás, sino que
quiso parecer como intimo esclavo, para ser tratado como tal y pagar la pena de
que éramos merecedores como esclavos del infierno por el pecado.
Ved finalmente, dice San Gregorio Niceno, que el Señor del
universo, cual súbito obediente, se somete a la injustísima sentencia de
Pilatos y a las manos de los verdugos, que lo atormentan bárbaramente hasta
llegarlo a crucificar. Brevemente lo expresó así San Pedro: Ponía su causa en manos del que juzga
justamente, añadiendo que se sometió voluntariamente al castigo, cual si en
justicia lo mereciera. Por eso, Dios nos amó tanto, que llego, en obediencia de
esclavo, hasta morir con muerte dolorosa e infame, cual es la de cruz.
Obedeció, no como Dios, sino como hombre, como esclavo, cuya apariencia y
naturaleza había tomado.
Admira el mundo la gran caridad de San Paulino al hacerse
esclavo para rescatar al hijo de una pobre viuda; pero ¿qué tiene que ver esta caridad con la de
nuestro Redentor, que, siendo Dios, para rescatarnos de la esclavitud del
demonio y de la muerte, que teníamos merecida, se hizo esclavo y permitió que
lo atasen y lo clavaran en la cruz donde por fin quiso morir en un mar de
dolores y desprecios? «Para que el esclavo, se trocara en señor, quiso el Señor trocarse en esclavo»
dice San Agustín. ¡Oh admirable dignación de tu piedad con nosotros! ¡Oh inestimable
predilección de caridad! Para redimir al esclavo, entregaste al hijo. ¿Cómo
vos, Dios de infinita majestad, os enamorasteis tanto de los hombres que, para
redimir a estos rebeldes esclavos, condenasteis a muerte a vuestro Unigénito?
Pero, Señor, exclama Job, ¿qué es un
hombre para que en tanto le tengas—y para que pongas en el tu atención?
¿Qué es el hombre, tan vil y tan ingrato, para que tanto lo engrandezcáis y
honréis con vuestro amor? Decid por que la amáis tanto, que se diría que
vuestro corazón no tiene más preocupación que amarlo y hacerlo feliz.
II
Alegraos, pues, almas que amáis a Dios en el esperáis,
alegraos: si el pecado de Adán, y aun mas, vuestros propios pecados, os
ocasionaron mucho daño, sabed que la redención de Jesucristo nos trajo mayor
bien, como lo asegura el apóstol: donde
abundo el delito, sobrerebosó la gracia. Mayor ha sido el provecho, dice
san León, que nos reporto la gracia del Redentor que el daño sufrido por obra
del demonio. Ya Isaías había predicho que serían mayores las gracias que el
hombre recibiría de Dios por medio de Jesucristo que las penas merecidas por
sus pecados: Que de mano de Yahveh ha
alcanzado el doble por todos sus pecados. De este modo entiende también el
texto el intérprete Adam Sasbouth, citado por Cornelio Apalide. Por eso dijo
Nuestro Señor: Yo vine para que tengan
vida y andén sobrados. Grande fue el pecado del hombre; pero mayor fue aun,
dice el Apóstol, el don de la redención, la cual no fue solo proporcionada al
remedio, sino sobreabundante. Dice San Anselmo que el sacrificio de la vida de
Jesucristo sobrepaso inmensamente todas las deudas de los pecados razón por la que la santa
Iglesia llama dichosa a la falta de Adán. Cierto que el pecado nos obscureció
el espíritu con respecto al conocimiento de las verdades eternas e introdujo en
nuestra alma la concupiscencia que nos lleva a desear los bienes sensibles y
prohibidos por la ley de Dios; pero
¡cuántos auxilios y medios nos ha proporcionado Jesucristo con sus
merecimientos para adquirir las luces y fuerzas con que poder vencer a todos
nuestros enemigos y adelantar en los caminos de la virtud! Los santos
sacramentos, el sacrificio de la misa, las suplicas a Dios por los meritos de
Jesucristo, ¡que armas y medios tan
poderosos son, no solo para alcanzar victoria contra las tentaciones y concupiscencias,
sino para correr y aun volar por las vías de la perfección! La verdad es que
con estos mismos medios que se nos han dado a nosotros se santificaron todos
los santos de la Nueva Ley y que nosotros tendremos la culpa si no nos
aprovechamos de ellos.
¡Oh, cuantas gracias debemos dar a Dios por habernos hecho
nacer después de la venida del Mesías! ¡Cuantos y cuan mayores bienes hemos
recibido después de la redención obrada por Jesucristo! ¡Cuánto desearon
Abrahán, los profetas y los patriarcas del antiguo testamento ver el nacimiento
del Redentor, y sin, embargo, no lo vieron! Ensordecieron, por decirlo así, al
cielo con suspiros y plegarias: gotead,
cielos, desde arriba y destilen las nubes derecho. Envía, Señor, el cordero al
dominador de la tierra. Envía, Señor el cordero que se sacrifique a sí
mismo y así satisfaga por nosotros a la divina justicia y reine en los
corazones de los hombres, miserables esclavos del demonio. Haznos gozar, Señor, de tu clemencia, y danos tu salud. Derramad
cuanto antes sobre nosotros, oh dios de
bondad!. Vuestra misericordia, la mayor que habéis prometido, es decir, al
Salvador, Estos eran, pues, los suspiros de los santos, y, a pesar de ello,
pasaron cuatro mil años sin que tuviesen la dicha de ver nacido al Mesías.
¿Está dicha nos estaba reservada a nosotros;
y que es lo que hacemos? ¿Nos aprovechamos de ella? Amemos verdaderamente a
este amable Redentor, ahora que le tenemos entre nosotros, que nos ha rescatado
de las manos de nuestros enemigos, que nos ha librado con su muerte de la
muerte eterna que habíamos merecido, nos ha abierto el paraíso, nos ha provisto
de tantos sacramentos y tantas ayudas para servirlo y para amarlo con paz en
esta vida y disfrutar de él en la venidera muy ingrata serias a tu Dios, alma
mía, exclama San Ambrosio, si no le amases, después de haber querido El ser
ligado con fajas para librarte del infierno, después de haberse hecho pobre
para comunicarte sus riquezas, después de haberse hecho débil para hacerte
fuerte contra tus enemigos, después de haber llorado y padecido para lavar con
sus lágrimas tus pecados.
Pero, ¡oh Dios, cuan pocos son los que, agradecidos a tanto
amor, han permanecido fieles en honrar a su Redentor! ¿Qué digo? La mayoría de
los hombres, después de tan grandes beneficios, de tanta misericordia y de
tanto amor, dicen a Dios: Señor, no te
queremos servir y estamos más contentos con ser esclavos del demonio y
condenados al infierno que si fuéramos siervos tuyos. El mismo Señor reprocha
tamaña ingratitud con estas palabras: Rompiste tus ataduras y dijiste: No
serviré. ¿Qué dices, hermano mío? ¿Fuiste uno de tales? Y dime si viviste
contento cuando estabas lejos de Dios y eras esclavo de Satanás. ¿Disfrutabas
entonces de paz? Ciertamente que no, ya que la palabra divina no puede dejar
cumplirse: en pago de no haber servido a
Yahveh, tu Dios, con alegría y buen corazón, por la abundancia de todo, habrás
de servir a tus enemigos, que Yahveh enviara contra ti, en hambre, sed,
desnudez y penuria de todo. Puesto que
rehusaste servir a tu Dios por servir a tu enemigo, mira como te ha
tratado el tirano que te hizo gemir esclavizado entre cadenas, empobrecido,
afligido y destituido de todo interior consuelo. Pero anímate, dice tu Dios, ya
que puedes librarte de estas cadenas mortíferas con que te ves encadenado. Desata las ligaduras de tu cuello, cautiva hija
de Sion. Rompe en seguida, ya que aun es tiempo, rompe, alma mía, los lazos
que te esclavizaron voluntariamente al infierno, y déjate atar con cadenas de
oro, cadenas de amor, cadenas de paz, cadenas de salvación: y sus lazos, hilados de purpura violeta.
Pero ¿Cómo se unirá el alma a Dios? Por medio del amor, que
es vínculo de perfección: Revestíos de la caridad, que es el vínculo de la
perfección. Mientras que el alma siga por las vías del temor de los castigos y
solo este temor le impida la caída en los pecados, siempre se hallara en
peligro de recaída; mas, si se uniere a Dios por medio del amor, asegurara su
perseverancia. Es preciso, pues, que pidamos siempre a Dios el don del santo
amor, diciéndole: Mantenedme, Señor, siempre unido con vos; no permitáis que os
vuelva a olvidar ni que abandone vuestro amor. Respecto al temor que hemos de
abrigar, y que debemos pedir a Dios, es el temor filial, el temor de disgustar
a este Señor y Padre nuestro.
Recurramos también a nuestra Madre, pidamos a María
Santísima que nos obtenga la gracia de no amar más que a Dios y que nos una de
tal manera con el amor de su Hijo, que jamás pueda el pecado separarnos de Él.
Afectos y suplicas
¡Oh Jesús!, por amor mío y para librarme de las cadenas del
infierno os hicisteis esclavo, y no solo de vuestro Padre, sino de los hombres
y aun de los verdugos, hasta perder la vida, y yo, por un vil y envenenado
placer, tantas veces rompí los lazos que me unían a vos, para hacerme esclavo
del demonio. Maldigo mil veces los momentos en que, abusando tan mal de mí
libertad, desprecié vuestra gracia, ¡oh Majestad infinita! Os suplico me
perdonéis y me unáis a vos con las amables cadenas de amor con las que sujetáis
a vuestras almas predilectas, Os amo, ¡oh
Verbo encarnado!, os amo, sumo Bien. Mi único deseo es el de amaros y
solo temo verme privado de vuestro amor. No permitáis que me vuelva a separar
de vos. Os ruego, Jesús mío, por todos los padecimientos de vuestra vida y
muerte, que no permitáis me vuelva a separar de vos. ¡Ah, Dios mío!, si después
de tantas gracias como he recibido de vos, después de haberme perdonado tantas
veces, después de haberme iluminado con tantas luces y haberme con tano afecto
invitado a amaros, tuviera la desgracia de volveros las espaldas, ¿Cómo podría
esperar que me perdonaseis y no habría de temer que me precipitaseis justamente
en aquel instante en el infierno? De nuevo os ruego no permitáis que me vuelva
a separar de vos.
¡Oh María, refugio mío!, hasta ahora habéis sido mi feliz
medianera, alcanzándome que Dios me perdonara con tanta misericordia. Continuad
dispensándome vuestro amparo y alcanzadme una y mil muertes antes de que vuelva
a perder la gracia de Dios.
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