SEGUNDA
NOVENA DE NAVIDAD
DISCURSO VI
(21 de Diciembre)
EL VERBO ETERNO DE SUYO, SE HIZO NUESTRO
Parvulus natus est nobis, et filius datus est nobis
Un niño nos ha nacido, un hijo se
nos ha dado.
Dime, bárbaro Herodes, ¿Por qué mandas matar y
sacrificar a tu ambición de reinar tantos niños inocentes?
¿Dime por qué turbas? ¿Dime, que es lo que temes? ¿Temes, quizás, que haya
nacido el Mesías, que te venga a arrebatar tu reino? ¿Por qué te turbas? Exclama San Fulgencio. El rey que acaba de nacer no
ha venido a subyugar a los reyes con
las batallas, sino a subyugarlos
con la muerte. Vino- prosigue el Santo no
a pelear durante la vida, sino a triunfar del amor de los hombres cuando se
sacrifique en la cruz, según El mismo afirmo: Cuando fuere levantado de la tierra, a todos arrastrare hacia mí.
Pero
dejemos a un lado a Herodes, almas devotas, y ocupemos de nosotros ¿Para qué
vino el Hijo de Dios a la tierra? Para darse a nosotros, como asegura Isaías: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. A esto le condujo el amor que nos tiene este amante
Señor y el deseo que tiene de que
amemos. De suyo, se hizo nuestro. Veámoslo, pero
antes pidamos luces al Santísimo Sacramento y a la Madre de Dios.
I
El mayor privilegio de Dios, o por mejor decir,
toda su esencia, es el ser suyo, esto es, existir por sí mismo y no depender de
nadie. Todas las criaturas, por grandes y excelentes que sean, en el último resultado, vienen a ser nada, porque
cuanto tienen, tiénenlo de Dios, que las creo y las conserva, de tal modo que,
si Dios dejara un momento de conservarlas, dejarían al punto de existir y
volverían a la nada. Dios, por el contrario, como existe por sí mismo, no puede
dejar de existir, ni puede haber quien lo destruya o disminuya su grandeza, su
poder, su felicidad. Dice San Pablo que el Eterno Padre entrego a su Hijo por
nosotros. Y que el Hijo mismo se entregó por nosotros. Por lo tanto, Dios, al
darse a nosotros, ¿se habrá hecho nuestro? Si-responde San Bernardo; “el que
era para sí ha nacido para hacerse nuestro”. El Dios a quien nadie podía
dominar, fue dominado, por decirlo asi, por el amor, que lo venció y triunfo de
Él. Así amó Dios al mundo, que entrego a su Hijo Unigénito; y el mismo Hijo de
Dios, por amor a los hombres, quiso entregárseles para ser amado por ellos.
De
muchas maneras había Dios procurado cautivarse los corazones de los hombres, ya
con beneficios, ya con amenazas, ya con promesas, sin llegar al éxito deseado,
su infinito amor, dice San Agustín, halló medio de que le amasemos, dándosenos,
por completo en la encarnacion del Verbo. Hubiera podido enviar a un ángel, a
un serafín para rescatar al hombre ; pero, como en este caso el hombre habría
de dividir su corazón entre el Creador y el Redentor, Dios, que quería todo el
corazón y todo el amor del hombre, quiso dársenos como Creador y como Redentor,
dice un piadoso expositor.
Y Ahí lo
tenemos, bajado del cielo, sobre la paja, trocado en niño, nacido por nosotros
y dado completamente a nosotros. Que es lo que quiso precisamente indicar el ángel
cuando dijo a los pastores: Os ha nacido hoy…un Salvador; como si dijese:
Andad, hombres, a la gruta de Belén a adorar allí a aquel niño que hallareis
reclinado en la paja de un pesebre, gimiendo y temblando de frio; sabed que es
vuestro Dios, que no quiso enviar a nadie a salvaros, sino que quiso venir El
mismo para atraerse de este modo vuestro amor.
Si, para
esto vino a la tierra el Verbo eterno a conversar con los hombres para hacerse
amar de ellos. ¡Que honrado y venturoso se reputa el vasallo que escucha una
palabra de confianza de su rey y recoge una sonrisa o una flor! Y ¡Cuánto más
si el rey lo distinguiese con su amistad, si lo sentara a diario a su mesa si
lo honrase con habitar en su propio palacio y quisiera tenerlo siempre cerca de
si!
¡Ah,
Soberano Rey mio, queridísimo Jesús! Vos, que no podíais antes de la redención
llevar al cielo a los hombres, pues les estaba cerrado por el pecado, bajasteis
a la tierra a conversar con ellos y les llamasteis hermanos, dándoos a ellos
por el amor que les tenéis. Si-dice San Agustín-, este amorosísimo y
misericordiosísimo Dios, por el amor que tenía al hombre, no solo quiso darle
sus bienes, sino también a sí mismo.
Por
tanto, es tal el afecto que esto sumo Señor abriga hacia nosotros, miserables
gusanillos, que solo se satisface con dársenos por completo, naciendo por
nosotros, viviendo por nosotros y hasta dando por nosotros sangre y vida, para
aparejarnos un baño saludable y lavarnos de todos nuestros pecados. Pero,
Señor-exclama el abad Guerric, parece una inútil prodigalidad la que de vos
mismo hacéis, por el gran deseo que tenéis de ser amado de los hombres. Y ¿Cómo
no? Añade. ¿Cómo no ha de llamarse prodigo de sí mismo un Dios que, para
recuperar al hombre, que había perdido, no solo da cuento posee, sino que se da
a sí mismo?
Dice San
Agustín que Dios, para cautivar el amor de los hombres, disparo muchas saetas
de amor en su corazón. ¿Qué cuáles son estas saetas? Cuantas criaturas vemos,
porque todas las crio Dios por el hombre, para que este le amase; por lo que
concluye el mismo Santo: “El cielo, la tierra y todas las cosas me dicen que te
amé”. Hacíasele al Santo que el sol, la luna, las estrellas, los montes, las
campiñas, los mares y los ríos le hablaban y le decían: Agustín, ama a Dios,
que nos creó por ti, para que le amases. Santa Margarita Magdalena de Pazzi,
cuando tenía en mano una escogida fruta o una hermosa flor, decía que la fruta
aquella o aquella flor eran saetas disparadas al corazón, que la herían de amor
hacia Dios, pues recordaba que Dios, desde toda la eternidad, había creado la
flor o la fruta pensando en testimoniarle el divino afecto, para alcanzar el
suyo. Santa Teresa decía, igualmente, que la beldad de las criaturas que contemplamos,
playas, arroyuelos, flores, frutos, avecicas, todas nos reprochan nuestra
ingratitud hacia Dios, pues todas son indicios del amor que nos profesa. Cuéntase
también de cierto devoto solitario que, al atravesar los campos y toparse con
florecicas o arbustillos, le parecía que le reprochaban su ingratitud hacia
Dios, por lo que las sacudía suavemente con su bastoncillo, exclamando: Callad,
callad, que ya os oigo; me echáis en cara mi ingratitud; me decís que os crio
tan hermosas por mi amor y que no le amo; callad, que ya os oigo; basta, basta.
Y asi caminaba desahogando los afectos que les abrasaban el corazón al
contemplar tan hermosas criaturas.
Sí;
todas estas criaturas son saetas de amor al corazón del hombre, mas no se
satisfizo Dios con estas saetas, que no juzgaba suficientes para conquistar
nuestro afecto: Hizo de mi flecha aguzada; en su aljaba me escondió. Dice el
cardenal Hugo, sobre este paso, que asi como el cazador se reserva la mejor
flecha para rematar a la fiera herida, asi Dios, entre todos sus dones, tuvo
reservado a Jesucristo hasta que llego la plenitud de los tiempos, en que lo envió
como para herir con el postrer golpe de amor los corazones de los hombres. Jesús
fue, por lo tanto, la flecha elegida y reservada, a cuyo golpe ya predijo David
que habían de caer vencidos los pueblos enteros. ¡Oh, y cuantos corazones,
heridos del divino amor, arden ante la gruta de Belén! ¡Cuántos a los pies de
la cruz en el Calvario! ¡Cuántos ante el Sacramento de los altares!
Observa
San Pedro Crisologo que nuestro Redentor, para hacerse amar de los hombres,
quiso tomar varias formas. Y, en efecto, pues aquel Dios, que es inmutable, se dignó
aparecer como niñito en un establo, como joven en un taller, como reo en un
patíbulo o como pan en el altar. Plúgole a Jesús mostrársenos en tan variadas
formas, siempre para expresarnos el amor que nos tenía. ¡Ah, Señor mio!,
decidme: ¿hay algo más que inventar para haceros amar? Id, ¡oh almas redimidas!
Exclamaba el profeta Isaías, id por todo el mundo publicando las amorosas
invenciones de este Dios amante, por El pensadas y ejecutadas para hacerse amar
de los hombres, cuando, después de haberles dado tantos dones suyos, quiso
dárseles a sí mismo, y dárseles de tantas maneras. “Si estas enfermo y quieres
curar dice San Ambrosio, Jesús es el medico que te sana con su sangre; si estas
aquejado de las llamas impuras de mundanos afectos, aquí tienes la fuente que
con sus refrigerantes aguas te consuela; si, en suma, no quieres morir, Él es
la vida, y si quieres el cielo, Él es el camino”.
Y no
solo se dio Jesucristo a los hombres en general, sino que se dio también a cada
uno en particular; que es lo que hacía decir a San Pablo: Me amó y se entregó por mí. Dice San Juan Crisóstomo que Dios ama
a cada uno de nosotros como ama al género humano. Si, pues en el mundo, hermano
mio, solo existieras tú, solo por ti hubiera venido el Redentor y hubiera por
ti derramado sangre y vida. Y ¿Quién pudiera explicar, ni aun comprender, dice
San Lorenzo Justiniano, el amor que este Dios enamorado tiene a cada uno de
nosotros? Esta consideración provocaba la otra de San Bernardo hablando de
Jesucristo: “Se me dio completamente, todo para mi utilidad”. Y provocaba la
otra consideración de San Juan Crisóstomo: “Se nos dio del todo, sin quedar con
nada”. Nos dio sangre, vida y a sí mismo en el sacramento del altar, sin que le
quedara ya nada que darnos. En afecto, dice Santo Tomas, después de habérsenos
dado Dios mismo, ¿Qué más le resta que darnos? Asi es: después de la obra de la
redención, Dios agoto sus dones y ya no puede hacer más para patentizarnos su
amor.
II
Todos,
por lo tanto, debiéramos exclamar con San Bernardo: Soy de Dios y a Dios me
debo entregar, por haberme creado y dado el ser; pero, después de haberme
entregado a Él, ¿Qué le habré de dar en justa correspondencia por habérseme
dado a si? No nos turbemos; basta con que entreguemos a Dios nuestro amor, que
es lo que El desea. Los reyes de la tierra se glorían de poseer muchos reinos y
riquezas; Jesucristo se satisface con el reinado de nuestro corazón, principado
que conquisto con su muerte en la cruz. Con las palabras “Sobre cuyo hombro está
el principado entienden muchos expositores sagrados, con San Basilio, San Agustín,
San Cirilo y otros, la cruz que nuestro Redentor llevo sobre sus espaldas. Este
Rey celestial dice Cornelio Alapide es un Señor muy distinto del demonio; el
demonio sobrecarga las espaldas de sus súbditos; Jesucristo, por el contrario,
carga sobre si el peso de su principado abrazándose con la cruz, en la que quiere
morir para reinar desde ella en nuestros corazones. Añade Tertuliano que, asi
como los reyes terrenos llevan cetro y corona como distintivo de poder,
Jesucristo llevo la cruz, trono donde subió para fundar el reinado de su amor.
Orígenes,
hablando sobre el particular, dice: Si Jesucristo se dio por completo a cada
hombre, ¿Qué mucho hará el hombre en darse por entero a Jesucristo? Demos,
pues, de buena voluntad nuestro corazón y nuestro amor a este Dios que para
conquistarlo tuvo que dar su vida, su sangre y a sí mismo. ¡Si conocieses el
don de Dios y quien es el que te dice: “Dame de beber!” ¡Si conociese el alma
la gracia que recibe de Dios y quien es el que le pide de beber! ¡Si el alma
comprendiera la gracia que Dios lo dispensa suplicándole que le ame: Amaras al
Señor tu Dios! Si un vasallo oyera al príncipe suplicarle que lo amase, sola
esta suplica bastaría para cautivar su corazón. Y ¿no nos cautivara un Dios que
nos pide el corazón con estas palabras: Dame, hijo mio, tu corazón?
Pero
Dios no quiere que le demos a medias el corazón, sino que lo quiere todo y por
completo: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón; de lo contrario, no
queda satisfecho. Para este fin nos dio su sangre, toda su vida y a si mismo
por completo, para que por completo nos demos a Él y sacamos suyos enteramente.
Pues bien, sepamos que entonces daremos a Dios por completo el corazón cuando
le demos toda nuestra voluntad, no queriendo en adelante sino lo que Dios
quiera, que no será más que nuestro bien y nuestra felicidad: Pues, ya sea que
vivamos, para el Señor vivimos; ya sea que muramos, para el Señor morimos.
Tanto, pues, si vivimos como si morimos, del Señor somos. Pues para esto Cristo
murió y retorno a la vida, para que asi de los muertos como de los vivos tenga señorío.
Jesús quiso morir por nosotros; no pudo hacer más para conquistarse nuestro
amor y para ser el dueño único de nuestro corazón, por lo que de hoy en
adelante habemos de hacer saber el cielo y a la tierra, en la vida y en la
muerte, que ya no nos pertenecemos, sino que somos tan solo y únicamente de
Dios.
¡Ah,
cuanto desea Dios ver y cuanto ama el corazón que es todo suyo! ¡Que amorosas
finezas dispensa Dios y que bienes, delicia y gloria en el paraíso al alma que
es toda suya!
El
venerable P. Juan Leonardo de Sétera, Dominico, vio cierto día a Jesucristo que
andaba, a guisa de cazador, por los bosques terrenos con un dardo en mano;
preguntóle el siervo de Dios que es lo que hacía, y Jesús le respondió que
andaba a caza de corazones. ¡Quién sabe, pienso yo, si el Niño Jesús en esta
novena no conseguirá herir y cautivar algún corazón tras del que haya andado a
caza, sin haberlo hasta ahora podido herir ni conquistar!
Almas
devotas, si Jesús se adueña de nosotros, nosotros a nuestra vez, habremos
conquistado a Jesús, y el cambio nos será ventajoso. Teresa dijo un día el
Señor a esta Santa, hasta ahora no has sido toda mía; pero ahora que lo eres, sábete
que yo soy todo tuyo. San Agustín llama al amor lazo que une al amante con el
amado. Dios es anheloso de ligarse y unirse a nosotros, pero para ello se
necesita que nosotros nos unamos a Dios. Si queremos que Dios se entregue por
completo a nosotros, es necesario que también nosotros nos entreguemos del todo
a él.
Afectos y
suplicas
¡Cuán
feliz seria si en adelante pudiera siempre decir con la Esposa de los Cantares:
Mi amado es mío y suya yo! Mi Dios, mi amado, se me ha entregado por
completo; razón es que yo me entregue del todo a mi Dios y diga siempre: ¿Quién
sino tu hay para mí en los cielos? Y si contigo estoy, la tierra no me
agrada…Roca y parcela mía Dios por siempre. ¡Querido Niño mio, mi querido
Redentor!, ya que bajasteis del cielo para daros todo a mí, ¿Qué habría yo de desear
en el cielo ni en la tierra fuera de vos, que sois el sumo bien, el único
tesoro, el paraíso de las almas? Sed, pues, el único dueño de mi corazón y poseedlo
por completo que solo a Voz obedezca mi corazón y no procure agradar más que a
vos. Que solo os ame mi alma y solo seáis mi patrimonio. Procuren otros los
bienes y fortunas de este mundo y en ellos se gocen, si es que hay gozo fuera
de vos, que yo solo os quiero a vos como fortuna mía, mi riqueza, mi paz, mi
esperanza en esta vida y en la eternidad. Aquí tenéis mi corazón; os lo doy sin
reserva y desde ahora ya no es mio, sino vuestro. Asi como al entrar en el
mundo ofreciste al Eterno Padre y le diste toda vuestra voluntad, como nos
hiciste saber por David: Del libro en el rollo se halla de mi escrito: Hacer tú
querer me es grato, Dios mio, y llevo en la entraña metida tu ley, asi hoy os
ofrezco, Salvador mio, toda mi voluntad. Cierto que un tiempo fue rebelde y os ofendí
con ella; pero ahora me arrepiento con todo el corazón de las maldades
consentidas, con las que perdí miserablemente vuestra amistad, y os consagro
completamente mi voluntad. Señor, ¿Qué quieres que yo haga? Decidme qué queréis
de mí, que estoy presto a ejecutarlo. Disponed de mí y de mis cosas como os
plazca, que todo lo acepto resignadamente. Comprendo que siempre deseáis mi
mayor bien, por lo que en vuestras divinas manos deposito mi alma: En tus manos
mi espíritu encomiendo. Ayudadla por piedad, conservadla y haced que sea
siempre vuestra, puesto que la libraste, Señor, Dios de verdad.
¡Dichosa
vos, Virgen santísima, que fuisteis toda y siempre toda de Dios! Eres toda
hermosa, amada mía, y no existe defecto en ti. Entre todas las almas fuisteis
llamada por vuestro esposo su paloma y su perfecta, el huerto cerrado a todo
defecto y toda culpa y cuajado de flores y de frutos de virtud. ¡Ah, Reina y
Madre mía!, ya que tan bella sois a los ojos de vuestro Dios, compadeceos de mi
alma, tan afeada por su pecados. Mas, si en lo pasado no me he entregado del
todo a Dios, asi lo quiero hacer en lo venidero. Quiero emplear la vida que me
restare en amar a mi Redentor, que tanto me ha amado, hasta entregarse del todo
a mi Alcanzadme, esperanza mía, fortaleza para serle grato y fiel hasta la
muerte. Amen, asi lo espero, asi sea.
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